Jueves, 25 de Abril de 2024  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural…El viaje de don Anselmo

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

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Lomajes del Huape, vieron nacer y crecer a don Anselmo en la década del 50. Eran tiempos de fríos intensos, de trabajos duros y sólo algunos cursos de instrucción primaria, que alcanzaba para dominar con dificultad el ábaco y juntar algunas letras. Pero su inteligencia y habilidad en las labores rurales le bastaron para desarrollarse de manera integral. Dice que siempre le gustó viajar y un caballo barroso lo acompañó muchísimos años, como también se ambientaba muy bien con las últimas carretas de bueyes que anduvieron en el valle.

Sus 72 años los lleva de manera extraordinaria, se nota por los poros esa crianza con las múltiples recetas de harina tostada. “Crónicas de pueblo”, independiente de tratar esos temas antiguos del campo andino, se interesa de sobremanera poder visualizar el cómo un adulto mayor y especialmente de campo, enfrenta en la actualidad un viaje aéreo, con los desafíos digitales que se deben sortear. Suspira varias veces en su relato, y de manera muy divertida nos comenta las vicisitudes que para cualquier mortal implica una vuelta al viejo continente.

Si bien sus hijos les sacaron los pasajes a él y su señora Luisa, la primera alerta la recibieron en su celular, diciendo algo así como Check-in …Los 23 kg por maleta le complicaban al insistir en llevar un grueso poncho de lana sureña, pues le habían dicho que el invierno estaba siendo muy crudo en España. Llegaba el día del viaje, su vientre se apretaba, como recordando los exámenes de la primaria. El control de peso del equipaje sin asistencia, era el primer obstáculo. Un almuerzo en el aeropuerto, era importante para sortear una primera escala, hasta Bogotá, sin colaciones.

Luisa, más ducha en estas lides, lo apuraba, luego de pasar por “migraciones” y timbrar los pasaportes, para encontrar el “gate”, palabra que lo confundía, hasta que se enteró que se refería a la puerta de entrada o embarque al avión. Su gruesa contextura lo dejaba atrapado en un estrecho asiento, atado al respaldo como cordero frente al degüelle. En fin, cinco horas y media se pasaron entre algunas turbulencias, una señal de la cruz y la esperanza de algún apeteicer, que jamás llegó. Aeropuerto El Dorado y nuevamente migraciones y búsqueda del gate, para el embarque definitivo.

Al fin un avión más espacioso lo acomodaba a sus anchas, una pantalla en el respaldo del asiento delantero le indicaba las distancias del viaje, altura y temperatura, que lo iban acercando a la madre patria, esa de las añejas historias de pequeño. Doña Luisa, entre pastillas para dormir, idas al baño y alguna serie de entretención, disfrutaba totalmente el viaje. La sonrisa de don Anselmo tuvo dos momentos peak, una cena y desayuno. Finalmente se escuchaba de buena forma la voz del piloto, que relajadamente indicaba que se iniciaría el descenso a la ciudad de Madrid.

“Alerta aeropuerto” operaba frunciendo el ceño y acercando sus canes, casi hasta las partes impropias. Consultas sobre el país de origen, ya indicaban que se habían olvidado de sus descendientes y con dos a tres diálogos perfilaban a cada pasajero, dando una especie de “bienvenida”. Encontrar el equipaje, otra interrogante, por las decenas de vuelos que llegaban a cada instante. Una pantalla indicaba el numero del vuelo que correspondía a la eterna cinta que circulaba sin detenerse. Una pasada por RX, los dejaba finalmente libres, para disfrutar los beneficios de la capital.

Uber, taxi o metro, como primera sorpresa, todo funcionaba bien y sin demoras o cobros excesivos hasta el hotel. La primera cena, obviamente un picadillo de jamón ibérico se metía por los ojos y narices, la cerveza “Alhambra”, le volvía el alma al cuerpo a don Anselmo y también a doña Luisa. Unas pastas para no cargar tanto el estómago le hacían un guiño, imposible de despreciar, para terminar con un arroz con leche, como los que alguna vez hacia doña Chepa, madre del viajero. Unas sirenas de la policía lo ponían en la serie “La casa de papel”, llevando a la inspectora Murillo, en busca del profesor.

La película continuaba por Granada, el palacio de La Alhambra, los zapateos gitanos imperdibles de la Cueva de los Tarantos en Sacromonte y los churros ancestrales de la BID-Rambla. Por Segovia, la herencia romana del Acueducto entre plumillas de ganso cayendo lentamente, haciendo la postal más requerida. Turistas de diferentes orígenes y credos, quedaban sin palabras en el recorrido de más de dos mil años de caminos, atónitos al imaginar los pueblos que construyeron Toledo. Lara, la guía, no caminaba, se desplazaba entre la brisa, guerras, siglos y razas, dominando y llenando los vacíos, de los pensamientos.

El viaje llegaba a su fin, y la tarde anterior Luisa, ordenaba una carpeta con documentos que prolijamente había acumulado en las compras, algo así como “tacfri”, relataba don Anselmo. La madrugada siguiente una máquina luminosa ponía tickets verdes a los códigos de esos documentos, para la alegría de doña, quien finalmente recibiría los beneficios del Tax-Free.El cómodo avión inicial indicaba los 60 °C, bajo cero en altura y los 850 kilómetros por hora de velocidad, las dos comidas y las series que divertían a doña Luisa.

Lo estrecho del último vuelo, posterior a la escala de Bogotá, los gritos infantiles, la ausencia de colación, las películas en celulares vistas sin audífonos, hacían interminable el viaje y los preparaba para seguir confirmando la diferencia de los dos mundos. En todo caso don Anselmo, se queda con sus perros, caballos y su Huape de leyenda.

 


 
 
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