Estimados lectores y lectoras. Escribo hoy con el fin de manifestar mi preocupación por algunas prácticas que realizan algunos establecimientos educacionales con los niños y niñas de esta comuna y de otros lugares del país, que creo que son necesarias de tomar en cuenta con el fin de reflexionar y problematizar la forma en la cual estamos leyendo, como grupo social de adultos y adultas, lo que les está ocurriendo.
He trabajado en el área de infancia algunos años, por lo que me ha tocado escuchar varias veces las historias de niños, niñas, jóvenes y sus familias. Si uno se da el tiempo para escucharlas, se hace posible comprender el contexto dentro del cual surgen los problemas de conducta y rendimiento que aparecen en éstos niños: desatención, “hiperactividad”, mal rendimiento, agresividad con compañeros y adultos, y las “faltas de respeto” que tanto nos enojan a ratos.
Desgraciadamente, me ha tocado escuchar distintas motivaciones de parte de los establecimientos educacionales para marginar de sus escuelas a éstos niños, algo diferentes a lo esperado por la norma imperante e impuesta por la lógica escolar. Los directores optan por varios mecanismos, haciendo pasar por “retiro voluntario” algo que en realidad es una expulsión del niño, y que se presenta así, con el fin de no involucrar a otras instancias que deben aprobar o rechazar dicha resolución. Motivos hay muchos: presiones de los profesores, quienes presionados a su vez por obtener las metas generales que le impone el ministerio, rendir bien en el SIMCE, pasar los contenidos o bien quedarse con los “buenos alumnos”, piden a sus directores y a su consejo de profesores que se solicite el retiro de ese niño o niña, en beneficio supuesto del resto. Otra de las razones esgrimidas obedece a la supuesta presión de apoderados. Dado que el niño o niña en ocasiones muestra comportamientos de tipo agresivo o disruptivo en el establecimiento, los padres del resto de los niños le piden a su director o directora que retiren a ése niño o niña del establecimiento amenazando con retirar a sus hijos. ¿Qué dice el director o la directora ante esto? Los buenos directores o directoras, intentarán sensibilizar a los padres de los otros niños indicando que no todos los niños o niñas son iguales, que es necesario tener una perspectiva de inclusión, que éstos niños, aunque sean diferentes y muestren agresividad, también han sido víctimas y lo que más necesitan es educación y un ambiente acogedor que los reciba y que no los margine. En la realidad de algunos establecimientos los directores y directoras, responden algo así como “no puedo mantener un alumno malo si es que se me van 5 alumnos buenos”. Así de seco, así de tajante.
Ojo que hablo acá de niños o niñas a veces muy pequeños, de 8, 7, 6, y hasta 5 años, que cargan con una etiqueta de trastorno psiquiátrico que, en lugar de permitir conducir un tratamiento por un profesional competente, termina siendo un instrumento para la estigmatización y el señalamiento permanente hacia éstos niños, agudizando el daño, reproduciendo el maltrato y el abandono de los que en algún momento han sido víctimas. Se interpreta su comportamiento como un “desafío a la autoridad” cuando ni siquiera, (dadas sus condiciones de contexto socio-familiar y sus historias de vulneraciones) han podido construir las coordenadas para comprender qué significan las normas que se les está tratando de establecer. Dicen que no escuchan, que no hacen caso, que no aprenden, cuando a veces sus angustias no han sido tramitadas, o no tienen o no han tenido en mucho tiempo , posibilidades de ser contenidas por ningún adulto, incluso su mundo adulto, a través del maltrato, el señalamiento y la estigmatización, intensifican el daño. Estas angustias son las que muchas veces les limitan su aprendizaje, su capacidad de escucha y de construir las coordenadas que les permitirán entender el sentido de una u otra norma de convivencia. ¿Cómo les podemos pedir que respeten a la autoridad si en su historia la mayor parte del tiempo no se les respeta?
Estos niños, con su etiqueta diagnóstica y estigmatizante, son por lo general derivados a un neurólogo, sin antes haber revisado sus historias de vida que explican muchas veces que se comporten de tal manera. Como si el fármaco fuese la única alternativa de adaptar y de normalizar a éstos niños, sin considerar que así como hay estudios que avalan su utilización, también hay otros que hablan sobre efectos adversos, como ideación suicida, trastornos anímicos o futuras adicciones. Me ha tocado escuchar incluso que en colegios, como medida de presión, condicionan el ingreso del niño al establecimiento a que tenga su consulta neurológica, incluso si los padres (¡con mucha razón!) no desean que sus hijos tomen pastillas, menos aún preguntándole al niño qué es lo que piensa él o ella de las dificultades que evidencia en el espacio escolar.
A veces, incluso tratados, medicados y presentando modestos avances en un período moderado de tiempo (considerando que su daño a veces está asociado a situaciones que llevan años y que no siempre han sido superadas por sus familias o contexto social, por lo que tampoco es posible avanzar rápido), son igualmente marginados del espacio escolar, o retirados ante el constante hostigamiento que reciben ellos y sus familias, de sus profesores, inspectores y directores, que, empeñados en lograr resultados inmediatos, se limitan a ver más sus déficit que sus potencialidades.
Si bien aquí hay una responsabilidad que algunos establecimientos educacionales deben asumir, tampoco se debe culpar de manera tan categórica a los profesores, inspectores y directores. Hay todo un sistema que también les exige resultados inmediatistas, cuantificables y generalizados, en oposición a evaluaciones de procesos que sean capaces considerar las particularidades y complejidades de estos niños, niñas y jóvenes y sus contextos, de una manera integral e inclusiva. Sin embargo, con todos los condicionantes que existen, hay también escuelas que hacen esfuerzos por vincularse con estos niños de formas distintas, que adecúan sus metas y estrategias, que priorizan el interés superior de los niños, que en este caso pasa por que reciban una educación. ¿Cómo esperamos que estos seres humanos se desarrollen y aprendan a vivir con otros, si los marginamos del espacio donde pueden aprender a hacerlo?
Existen niños y niñas, que nos plantean desafíos y esfuerzos adicionales a los que estamos acostumbrados. Esto no es solo responsabilidad de los establecimientos educacionales sino de la sociedad en su conjunto y del mundo institucional que está encargado de financiar y de supervisar a éstos establecimientos. Pero quiero ser enfático en decir que cada vez que marginamos a un niño, que lo maltratamos, que lo suspendemos de clase, que no lo escuchamos, que no miramos su historia ni de donde viene, y que dejamos de ver sus potencialidades y sus intereses, estamos contribuyendo a construir una sociedad menos inclusiva, respetuosa y amorosa, estamos contribuyendo a la segregación social. Nos estamos convirtiendo en un obstáculo para su desarrollo y estamos fallando en nuestra misión y responsabilidad que tenemos con los más jóvenes de nuestra sociedad. Estamos contribuyendo a que ese niño se convierta en un ser humano con menos posibilidades de desarrollo y que se perpetúen, precisamente las condiciones que originaron que ése niño o niña desafíe y cuestione con su conducta y sus “faltas de respeto” el sistema que los margina y los excluye.
Como adultos si somos capaces de ser más respetuosos, más cariñosos, más inclusivos, tolerantes, creativos y comprensivos, podremos colaborar con estos niños a que superen sus complejidades y contribuiremos a construir una sociedad más justa y más cercana a lo que soñamos hoy.
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