Junio no solo es el Mes del Orgullo, también es una invitación urgente para que las empresas avancen hacia culturas organizacionales verdaderamente inclusivas. Según una encuesta de Fundación Iguales, un 35% de las personas LGBTIQ+ ha sufrido violencia laboral en Chile y un 45% no se siente con la libertad de compartir su vida con la alta dirección. Estos datos hablan de una exclusión que aún persiste, muchas veces disfrazada de normalidad.
La inclusión no se improvisa. Se aprende, se conversa y se gestiona. Por ello, creemos que visibilizar los sesgos inconscientes y transformar los liderazgos es el primer paso hacia espacios laborales más empáticos y seguros. No basta con decir que se valora la diversidad: hay que demostrarlo desde cómo se redacta un correo hasta cómo se toman decisiones de promoción.
Las nuevas generaciones —en especial la generación Z— valoran profundamente que su lugar de trabajo refleje estos principios. No se trata solo de contratar con enfoque inclusivo, sino de fomentar la formación y capacitación para una real inclusión, revisando protocolos internos, incorporando cláusulas antidiscriminación, apoyando vocerías LGBTIQ+ y creando espacios seguros donde todas las personas puedan ser, pertenecer y aportar con orgullo.
En un contexto internacional marcado por retrocesos en derechos, Chile tiene la oportunidad de ser un ejemplo. La diversidad no es una moda, es una ventaja competitiva y un imperativo ético para las empresas que aspiran a la sostenibilidad.
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