Viernes, 17 de Enero de 2025  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… Rapa Nui

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero.

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Tan lejos y tan cerca, a sólo cinco horas y media en avión, un trozo de tierra, una cultura diferente, una raza, que llamamos Chile, pero tenemos más incógnitas que certezas. Se dice que hay tres lugares mágicos en nuestro territorio, Chiloé, San Pedro de Atacama e Isla De Pascua, y debo decir que en el único lugar de los tres que sentí emoción al aterrizar, fue hoy en la isla.

Es muy temprano en la temporada, sin embargo, galpones y gimnasios anuncian su fiesta del año, los ritmos isleños no cesan en los ensayos, para la Tapati, donde los clanes unen fuerzas durante dos semanas, donde enseñan su cultura ancestral, artística, agrícola, artesanal, gastronómica y farandulera, entre tantas otras.

Avanzan las horas, la cultura se encuentra en todos lados, doña Lucy Tuki Tepan, no sólo vende sus artesanías, describe cada símbolo, recuerda sus antepasados y calmadamente se da tiempo, para transportarse a la mesa de sus abuelos y relatar en las mismas palabras que escucho de niña, los vuelos mágicos del gaviotín que voló desde otras islas de la polinesia, para afincarse con poderes especiales en Rapa Nui, siendo conocido como, Manutara.

Imposible olvidar a Lucy, carga sus años con sabiduría, da más que recibe y nos deja asombrados, sin embargo, los ritmos no paran en la calle del frente, diez filas por diez columnas de mujeres reciben las ordenes de un grupo de líderes, ubicados en el escenario, tres filas de varones se entrecruzan desde la parte trasera, para realizar la coreografía, que sagradamente se ensayará, día a día, hasta mediados de febrero.

Podría pensarse que la atmosfera de una isla subtropical te puede llevar a imaginar cosas mágicas, pero no fue así, el hechizo comenzó en el aeropuerto de Santiago, muy de madrugada, a eso de las cinco y media de la mañana, aparece de la nada un llamado, en la larga fila del embarque aéreo, unos amigos andinos de muchos años, nos llamaban con sorpresa, claro que sí, también viajaban al mismo destino. Pero no sólo eso, al recibir el equipaje en Mataveri, nos dimos cuenta de que también íbamos al mismo hotel, de hecho, nos separaba, sólo una habitación. Una misma van iba por nosotros desde el hotel Manavai, los mismos collares de flores nos daban la bienvenida, desde la agencia, ya todo estaba escrito y se dio así, una estadía extraordinaria, sin separarnos en aventura alguna.

Sin duda no basta leer los escritos, ver sus artesanías, ni siquiera obnubilarse con sus bellezas, tomar los tours, son el inicio para empaparse de la realidad y recorrer en mente y espíritu esa historia, que, en muchos casos, no le hacen honor.

Nuestro guía Luis, se atropella entre el español e inglés, de hecho, los gringos y nosotros también, le poníamos “voluntad”.  Ana Te Pahu, nuestro primer destino, se exige equipo de senderismo y vaya que se requiere, desde el suelo emergían montículos de piedras volcánicas, el camino se hacía largo y unas vacas nos miraban con desconfianza. El relato nos llevaba al siglo XVII, donde la sobrepoblación se hacía crítica y llegaba a treinta y cinco mil habitantes, siendo que hoy no alcanza los diez mil. Los clanes iniciaban la guerra civil y los túneles volcánicos eran utilizados como refugios.

Seguimos, avanzando la tarde con el Ahu Akivi, como todo parque ancestral, debemos mostrar el ticket que sirve para visitar todos los lugares, se supone que los siete moais que se presentan en este centro ceremonial miran a la costa, a diferencia de los demás que siempre están protegiendo sus clanes. Luis nos comenta que la vista ancestral contemplaba toda la costa, sin embargo, un bosquete actual de eucaliptus, nos impide la visión. Un solitario jinete, nos interrumpe la visita, su propiedad deslinda con el parque y recorre la colina en un desbocado caballo. Un turista venezolano lo pide prestado y ya montado se le arranca a perderse. La verdad los espíritus que aun recorren el lugar, me protegieron, pues yo también me había animado con la indómita cabalgadura.

La naturaleza algo nos hablaba de producción agrícola y ganadera: huertos disgregados de guayabas, plátanos por doquier, batatas, traro, caña de azúcar y plantaciones de piñas y maizales, indican que no solo de turismo y productos del mar sustentan el sistema económico. Rebaños de vacas deambulaban por los caminos, buscando esas gramíneas que escasean en los potreros, debido en gran parte a la depredación que dejaron los cincuenta años de ovejería extensiva de la Willianson Balfour, en la primera mitad del siglo XX. Amén de la tala indiscriminada de los bosques nativos, que se incurrió por la práctica de cremar los cuerpos, en los primeros tiempos.

La llegada a los pies del sitio Rano Raraku estremece, y como no sentirlo, si es la llamada fábrica de los moais, un sendero que sube a la gloria megalítica del pasado, la gigantesca obra de las estatuas de toba volcánica. Frente a frente con lo remoto, con la leyenda de los hombres gigantes de 2.40 metros, que habitaron la isla. Vistas panorámicas impresionantes, detalles en roca viva, a medio trabajar, una brisa que sube del mar, como trayendo los espíritus de jefes de clanes, reyes y también de los esclavos orejas cortas, que sangraban en el uso de basaltos y obsidianas afilados.

Hotu Matúa, el primer rey de la isla, llegó en catamarán alrededor del 1300 de nuestra era, desde el sudeste asiático. Trajo cultivos y se guiaba por observaciones astronómicas. Fue el inicio de la cultura Rapa Nui, una que no podemos dejar de conocer, de caminar, descubrir, imaginar y al igual que los ancestros isleños, intentar desdoblarnos, para proteger su pueblo y rocas. No puedo olvidar que los estudios del Ahu Akivi, representan los siete exploradores, enviados por el rey, luego de reveladores sueños. Tampoco ignoro que mi amigo Pedro, con quien nos encontramos en la isla, deriva de “Petrus” o “piedra” y en los senderos espirituales del Rano Raraku, fue rebautizado como Petero. Creo que nada es casualidad.

 


 
 
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