El Camino del Inca atravesaba la media falda de nuestra precordillera, cuando los antiguos habitantes picunches, tranquilamente hacían sus cerámicas con el rojo barro de laderas. Se acercaba el siglo XVI, y las culturas de la zona se amalgamaban incluyendo los huarpes de la zona de Uspallata. El sendero de a poco ampliaba su trocha, una que marcó la historia del valle de Aconcagua. Esa antigua ruta, que constituye nuestras raíces, es parte del objetivo del recientemente creado Centro Cultural de Cariño Botado.
Unas curvas que se fueron difuminando, son perseguidas por la cultura y los trastos nos van indicando los quehaceres, comidas y leyendas. A pellizcos se va armando la historia, trozos de papel, de fierros y cerámicas dejan las pistas necesarias, que inquietos integrantes del centro van descubriendo. No es casualidad que sea Cariño Botado la sede de una mirada diferente, la barra acogedora de un café literario, los murales en blanco donde trazos de pinceles dejarán huellas o conversatorios que romperán los hielos de crudos inviernos.
Inquietas mujeres quieren tejer la telaraña que, de manera física pero transparente, van atrapando las inquietudes de toda una comunidad. Gente privilegiada que habita un rincón único, lleno de memorias, de proyectos, insertos en el pie de monte, donde las aves siguen sonriendo, enamorándose y regalando gorjeos. Reconozco en doña Ana y Valentina, ese afán que al igual que abejas melíferas recorren el territorio trasladando el polen que hará fructificar nuevas concepciones, miradas para originales pinturas, millones de movimientos alares para conformar colonias que despierten ese espíritu creativo de sus habitantes.
“Conectando con nuestras raíces”, es un evento que está ad portas de realizarse en el centro cultural y busca encontrarnos con nuestra memoria, tan rica en testimonios y patrimonio. Esos orígenes con los habitantes indígenas, conquistadores españoles, sambos, esclavos, campesinos y hacendados, en una gran porción de la historia. La influencia religiosa, con los jesuitas como grandes protagonistas de la vida en la zona rural. El desarrollo de la ganadería, desde la traída del ganado ibérico en los albores del siglo XVI.Cómo dejar de lado las faenas agrícolas, con cerros de cereales y valles de cáñamo, o la explosión de la fruticultura.
Valentina Rosende, encargada de gestión cultural del centro, va y viene con sus equipos de filmación detrás de la historia impregnada en tantos hombres y mujeres de San Esteban y del valle en general. Estudiosa, meticulosa va sorprendiendo en las entrevistas con una preparación y mirada moderna, pero respetando la originalidad de la tradición. Sus dotes de artista las va demostrando en cada trazo de una entrevista, como quien extiende un pálido lienzo, para plasmar líneas que enmarquen, colores que digan y formas que completen un relato.
Las instalaciones en rojo bermellón de tono indescifrable y con segundo piso, nos habla de una cuidada construcción ubicada en calle Reyes 1105, sobre una cerrada curva que avanza al misterio. Recién en una segunda mirada recojo los años que nos llevan a una deteriorada casona, con adobes lavados, raídos, casi llorando por el abandono, y terrazas con tablas colgando suspendidas en almas inquietas de los antepasados. Se agradece haber salvado ese patrimonio, ponerlo en valor, al conjugar intereses con el ministerio de las Culturas y sus fondos estatales.
Las luces del “Centro”, van abriendo caminos, sus machetes van en ambas manos, despejan senderos y nos dejan ver esas viejas locomotoras del transandino, esculturas de fierros oxidados, cultivos de cremosos pallares que las abuelas bajaron de enredaderas afirmadas en zarcillos, petroglifos del Paidahuen explicados por historiadores y arrieros ilusionados con pampas infinitas. La conexión con nuestras raíces no es finita, están escondidas en suelos profundos, realizando biológicos procesos de involución, para mostrar frutos que el Centro Cultural Cariño Botado no cesa de descubrir.
Desde la crónica de don Ernesto, por allá en Los Molles de San Felipe, rescata con aguda entraña, la visualización de la mujer en el campo, cuándo con emoción observa la etapa del inicio de los packing, el papel de la mujer como temporera y su doble presencia, cuándo las bicicletas y delantales no dormían de noche. Leyendas de entierros de oro, construcción de casas de adobe, tertulias interminables en corredores alumbrados por estrellas fugases y chispas de carbón de espino. Lomajes de cereales eran cosechados por última vez y los huertos frutales escalaban las estribaciones. Recoge videos, mira una y otra vez la etapa de la reforma agraria, un campesino baja una yunta de bueyes y le hace sentido, pues ella nació, en esa esquina de la icónica Calle Roma.
El Ejercito Libertador ya bajó la localidad de Los Patos y se apresta a marchar hacia Chacabuco. El ganado ibérico se instaló bajo los espinales, escapando de las altas temperaturas del verano. El cáñamo ya alcanzó los récords de producción a nivel mundial, incrementando las exportaciones. Incas y picunches ya hicieron 22 canales de regadío y la ancestral acequia de Chiquibuica en el cerro Mercachas. Las grandes haciendas hicieron lo suyo y los parceleros bastante. El tren transandino una y otra vez alcanzaba las cumbres y miraba al oriente, constituyendo una de las mayores obras de ingeniería del país.
El cobre, los arrieros, la flora y la fauna, la historia no tiene principio ni fin, sólo debemos “Conectar con nuestras raíces “.
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