Quizás una de las palabras más escuchadas en estos tiempos de campeonato mundial de fútbol, sea una de origen aymara y no europea, cuna de este deporte. Este pueblo que habita el norte de Chile así definía en los primeros tiempos un campo de juego o espacio abierto. Desde hace quinientos años que la influencia reciproca con el idioma español, nos regala este concepto que universalmente acogió el mundo. La “kancha” del idioma quechua, que nació en los peladeros descubiertos por el viento, ha sabido colonizar todos los ambientes.
De niño en los años sesenta, veía pasar caminando a don Manolito Vera, en esos campos remotos que se disputaban la cordillera central costera. La Hacienda Las Palmas albergaba su historia, que tiene mucho que ver con el termino de nuestro relato, pues él no sólo era el panadero del fundo, sino que el dirigente del Club Deportivo por más de treinta y cinco años. Su caminar cansino, dejaba percibir una notoria cojera, que según los conocidos se originaba de una polio o en la pisada de un buey del fundo. Siempre me impresionó la última teoría, de manera que huía sin vergüenza cuando pasaban las carretas leñeras.
Su amasijo era realizado con energía y maestría. Así las galletas que degustaban los inquilinos de manera diaria, no cansaban. Quizás esos movimientos de manos estaban imaginando los despliegues que el equipo, sobre la “kancha”, debía realizar en el domingo próximo. Su labor dirigencial no era sólo de carácter administrativo, la verdad muchas veces pasaba por sobre las directrices del entrenador, especialmente en las derrotas de rachas malas. Por lo pronto ya había detectado que el pastero había dejado una mancha alta de malezas cerca del córner oriente.
Efectivamente Elías, había sudado la “gota gorda” cortando el pasto con una vieja máquina a tracción, durante dos tardes completas. Esa isla de gruesas festucas no habían quedado en pie por razones del azar, una pareja de cluecos queltehues dejaba ver un par de huevos verdes jaspeados en una pequeña hondonada. Las razones de alejarse del lugar no estaban muy claras, si era por un espíritu ecológico, la herida dejada en su brazo con los espolones alares o alguna ventaja que se quisiera obtener con el puntero del contrincante. Lo cierto era, que a don Manolito Vera no le causaba ninguna gracia, pues la presentación del campo deportivo era el objetivo.
Inolvidable el camarín, de rigurosa quincha, propia de la época y que complementaba el paisaje campesino de manera ideal. La sección del equipo visitante presentaba de mejor manera las bancas y las mismas ramas hacían de colgadores, para la ropa, ni hablar de cerraduras o seguridad en general, pues no era necesario. Una pequeña oficina, esta sí, con candado, guardaba prolijamente alrededor de treinta trofeos obtenido en los torneos de verano. El corredor y unas cuatro bancas, ocupadas por el cuerpo técnico, hacían poner nervioso a don Manolo, al prolongarse el empate. Un chicharreante equipo musical ya ambientaba el futuro baile del tercer tiempo.
El cuadrangular con las tres series de San Diego, Leyda y San Antonio, ya estaba decidido y varios viajes en micro rural, para organizarlo, le había costado a don Manuel y José Cardoza, que hacía de tesorero. Doña Elcira ya recogía del tendedero el uniforme blanco banda sangre de la primera serie, amarillas con negro de la segunda y azules para la tercera. Como corolario, se había contratado un juvenil grupo que cantaba rancheras, llamado “Los Hermanos Bustos”, que se decía tenía mucha proyección. Cinco corderos lechones y unas gallinas sustanciosas se alistaban, para las atenciones.
Como nunca, los jugadores se habían presentado al entrenamiento del miércoles, pues normalmente el exigente trabajo del campo los hacía escapar de la pichanga preparatoria. Los comentarios no se hacían esperar al observar que Aliro Rojas y Ramón Garrido estrenaban zapatos de futbol, de marca “Alonso”, los mejores de esos años. Ese había sido el misterioso viaje a la capital de este par de “jotes palminos”. Los aprontes de Aliro bajo los tres palos eran prometedores, pero los desbordes de Ramón, cerca de los queltehues, le dejaban dudas al D.T.
Había un tanto de impaciencia y tensión en el ambiente, mas la sapiencia de don Emilio, lo hacía tener claridad en el listado de jugadores para las tres series. De todas maneras, le daba vueltas si tirar todas las fichas a la primera, que un eventual triunfo otorgaba cuatro puntos, mientras que la segunda y tercera, sólo tres. El sábado ya lo tenía claro y la distribución de los equipos la hizo tomando en cuenta las diferentes características de sus pupilos. Troncos,” fuertes y padelante”, talentosos, pataduras, cancerberos, esforzados, liebres, armadores y capitanes.
La verdad, no recuerdo quien se llevó el trofeo, aunque mi gran amigo Juan Hugo Garrido, insiste en que fue para el local. Lo que sí es verídico es que el D.T. don Emilio Gómez, hizo una primera dura, pero de fantasía. Finalmente, los zapatos “Alonso”, dieron sus frutos en el arco, Chercán Vera lo dejó todo en defensa, junto a Vicente Cardoza y Osvaldo Díaz. Armandito y el sapo Escárate, la dejaron chiquita al medio campo y los wing Germán Vera y Ramón Garrido hicieron millonario al nueve, un parche de Cartagena. Una banda sangre que aún se recuerda en las “kanchas” palminas, idílicas del siglo veinte.
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