Las crónicas de pueblo están en todos lados. Especialmente se disfrutan las más sencillas, pues los protagonistas se sorprenden de su propio camino al leer el resultado. Debo confesar que, al tratarse de un tema propio, las palabras y conceptos se arrinconan y cuesta mucho descubrirlos. Sin embargo, no puedo dejar pasar la etapa del fin de ciclo laboral. La nota era clara, desde la dirección nacional indicaban que se estaban cumpliendo los treinta y ocho años, un mes y veinticinco días y la decisión final caía en uno. Ese es el día en que todo lo que se había pensado quedaba en blanco y lágrimas de emoción, si o si, había que tragar. Mas la huella ya se había trazado, digamos una de carbono, para estar con los nuevos tiempos y los pensamientos van y vienen, especialmente en lo que se refiere a las sorpresas que te seguirá dando la vida.
“Ha llegado carta”, es la forma que he encontrado para despedirme de cada colega, que ha sido importante a través de los años, especialmente los de mi última etapa. Un correo personal, como recordando ese viejo juego, donde un participante iba convocando a cada jugador, diciendo la frase antes dicha y luego de la respuesta, se daba el remitente del mensaje, generalmente nombres de diferentes pueblos del país. Se avanzaba de acuerdo a las sílabas de los lugares indicados, hasta que alcanzaban el puesto del demandante. Se producía una interacción, que es la que buscaba con el método del adiós. Obviamente son palabras que brotan del alma, sorprenden y llenan, en ambas direcciones.
He tratado de mantener en reserva el día exacto del abandono de la oficina, pero al contar este plan de juego de la despedida, reía con una colega, pues se resistía a la llegada del correo, su tristeza ya me apretaba el pecho. Definitivamente la montaña me envuelve, veintitrés años yendo y viniendo, imposible no recordar el inicio, cuando tuve que esperar el arreglo del puente Los Azules, pues en 1992 se lo llevo un gran aluvión y la ruta estuvo cerrada tres meses. Decenas de camiones quedaron aislados y los rescates de los conductores, se realizaban en cualquier medio. La gran roca suspendida en lo alto de la estribación caía con la fuerza de todo su tonelaje y desintegraba el puente en curva que constituía el camino. Rápidos puentes mecanos, no podían disimular lo pequeños que somos delante del coloso andino.
Regreso a fines de los 80 y el “ha llegado carta”, la imagino con la escritura casi juvenil de los veintitantos, a personajes entrañables, como Fernando Errazuriz M., Ricardo Fernández y Héctor Sáez, de los cuales aprendí lo que significa la fruticultura de exportación. Cuando la noche era día, los packing embalaban sin descanso y los pallets se acumulaban en diferentes pisos de las bodegas de frío. Si bien los mercados se abrían en todas partes del mundo, el asiático fue duro, entrañables colegas, como Eduardo Marti S., utilizaban toda su inteligencia teórica y práctica, para certificar tratamiento de fumigación y frío, que controlaran los estados larvarios, de la temida mosca de la fruta. Ni hablar de los estrictos tratamientos de frío, USDA, realizados bajo la mirada del inspector americano, si tuviera su correo, le enviaría el mensaje a José Cobo, un icónico, de la época.
La década del noventa cambiaba para siempre la condición aduanera de Los Andes. Lejos quedaban trescientos años de historia, el movimiento creciente de los camiones hacía olvidar elegantes carretas del paso “El Resguardo”, el transandino, la gran subida a la aduana vieja del “Cristo Redentor”, y a lo largo del decenio las estadísticas subían de 80 a 250 transportes de carga, por día. En 1996 iniciamos los ensayos para controlar en la explanada de “Punta de Vacas”, en territorio argentino, pues Libertadores, era sobrepasado, y la mirada a los controles integrados, estaban a la vuelta de la esquina.” Ha llegado carta”, para esos colegas e inspectores, que en crudos inviernos bajamos “con lo puesto”, descubriendo la línea férrea, para no perder la huella. Vásquez, Yáñez, Malaree, Silva, Urzúa, Flores, Labourdette, Olivera, Contreras, Miranda, Herrera, Berríos, Arancibia, Araya, Santander, Loyola, Recabal, Páez, Villalobos, Núñez, Morales, Castillo, Sepúlveda, Vicencio, Prado por nombrar algunos.
Como si fuera ayer la dirección regional me encargaba crear la oficina de control de Lobesia botrana o polilla de la vid, para el valle de Aconcagua, era fines de octubre de 2008. Han pasado dieciséis años y la gran casona de Tocornal, otrora propiedad de doña Gabriela Vargas, sigue incólume, prestando servicios a los viticultores del valle. Fueron tres años de labores de la mano de un gran equipo y una comisión pública privada, con la que tejimos una estrategia que lideró y fue replicada en otras regiones. Los mejores recuerdos para ese espacio con aromas del pasado, con fantasmas protectores, con caminantes valientes e intrépidos. Sin dudarlo “ha llegado carta “para Reinaldo Lobos, Cecilia Riquelme, Geno, Jorge Páez, Gonzalo Guerra, Mónica Huircalaf, Anita Canelo, Fernando Lepe, Patricio Colihueque …
Posteriormente volvía a la frontera, a mi casa, a los fríos secos, amistades y conversaciones reflexivas en noches de desvelos. Una etapa de mucho contacto con la brigada canina, se habla de una herramienta menos intrusiva, en la revisión del equipaje, pero me encontré con otra visión, pues había un equipo de grandes guías, quienes poseían la impronta del campo, esa facilidad para comunicarse con los animales, miradas y sensaciones de complicidad bastaban, herramienta ninguna. Inolvidables entrenamientos en el campo deportivo de Bucalemu, donde entre broma y broma el acondicionamiento físico era más necesario en los guías, que en los caninos. Unos tentempiés en el Guru-Guru, de Curimón, no podían faltar. Obviamente” ha llegado carta”, para Ibaceta, Vicencio, Celedón, Herrera, Galleguillos, Iturrieta, Tróstel, Parra, Riquelme, Romero, Oliva, Blanch, Boitano, Grenett, Lorca…
El movimiento de camiones me sigue acompañando en la última etapa, las certificaciones de exportaciones de frutas y destinación de numerosos productos, ya se analizaban desde la oficina, no por ello se olvidaban los caminos de cordillera, la tranquilidad de Uspallata ni el vértigo de Caracoles. “Ha llegado carta”, para colegas entrañables: C. Fernandois, G. Sánchez, Saavedra, M. Aranda, C. Romero, A. Celis, K. Cerda, C. Cubillos, L. Berríos, C. Córdova, R. Videla, R. Celedón, J. Araya, R. Lazcano, C. Abello, E. Leiva, F. Barredo, J. Muñoz, N. Ramírez, A. Miranda, S. Ahumada, V. Jara, N. Vargas, A. Ahumada, B. Muñoz, Y. Figueroa, H. Tapia …
Los correos de “Ha llegado carta”, no se detienen, un ir y venir personalizado, que han enriquecido y fortalecido las relaciones, una instancia de cierto modo sorpresiva, lúdica, de recuerdos y caminos que muchas veces se encontraron y otras tantas se abrieron, así como la vida misma. Mis raíces no son andinas, pero si mi vida laboral, si mis hijos, si mis compañeros y compañeras, si mi cordillera, esa del apego a la tierra, a la historia y a cada recoveco rural, de las cuatro comunas. Se termina una larga etapa, pero sin duda la vida seguirá siendo generosa, en principio el valle ya es próspero en crónicas de pueblo y costumbrismo rural.
Soy de la época del correo, el de papel, ni siquiera el electrónico, de ese que viene del siglo XVIII, quizás por ello me marcó la frase “ha llegado carta”.
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