Sabado, 22 de Febrero de 2025  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… Pelos de choclos

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

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Martes 11 de febrero de 2025, son las cinco de la mañana, algo de nubosidad, oscuridad completa, y Pepe Cortés comienza sus funciones. Un café negro muy caliente le da la bienvenida a la jornada, sin las “once letras“ que siempre acompañaron a su padre don Mateo y cuando digo “once letras” hago referencia al agua ardiente.

Unas botas de agua, para evitar el rocío y unos gruesos guantes, además de sus chocos, que no lo dejan ni a sol ni a sombra, van por un granjeo de choclos, en su orgánica chacra. En ese rincón de Foncea, en la cruz que hace San Esteban con Santa María junto a Pauli, anuncian su producto estrella, incluso anexando la experiencia de visitarlos y realizar con ellos su propia cosecha, algo que se ha ido perdiendo más rápido que lo deseable.

De chico, don Juan Ignacio, de los campos antiguos, nos enseñaba que los chocleros estaban listos cuando los pelos de la mazorca pasaban del color dorado al café. Todos jurábamos que dichas mechas existían con ese objetivo, es decir, un índice de madurez. Los tiempos han cambiado, el período de cultivo se ha extendido, las variedades les han ganado a las plagas, haciendo difícil encontrar bajo las chalas, esos gordos gusanos, las redes sociales acercan los delivery, ya no hay excusas para no realizar las humas, pasteles ni acompañamientos para las cazuelas. Pepe cosecha y distribuye, su trabajo ya está dando los frutos, ese que se inicia en otoño, con la preparación de suelo y no solo desde la siembra, en primavera.

Corre la mañana, vienen los recuerdos, también los sueños, esos pelos que no lo son, esos dorados cabellos, que nunca fueron peinados, ni acariciados, ni siquiera lavados. Que serán entonces, quizás una maraña que algo esconde, o una migraña de los granos rotos, o simplemente un reflejo curtido que el viento guarda.

Muchas veces quisiéramos que las respuestas fueran copiosas y no exclusivas de la ciencia, sin embargo, irremediablemente evocamos el aula, donde ese profesor de genética de la vieja guardia, con delantal blanco almidonado y castizo acento, mascullaba la respuesta. Hablaba de estigmas y pistilos, de polen y granos fertilizados, como jugando con nuestras utopías de herencia, tan diferentes a sus biológicas conferencias.

Pepe creció mirando los choclos arriba de los tejados, esos tirados por los gruesos brazos del “patroncito “de la camioneta amarilla, donde las chalas iban lentamente convirtiéndose en papeles amarillos y los pelos rubios en rizados despojos. Imposible olvidar a don Mateo, sentado sobre un fardo de alfalfa desgranando las panojas y tirando los granos a un fondo, donde su mujer agarraba los puñados para esparcir en el patio, entonando los “tiqui tiqui”, que atraerían sus castellanas y patojas. Aún se observan algunos graneros, desperdigados por los campos andinos, donde el viento atravesaba las mallas, para secar las mazorcas desnudas, llenas de granos fertilizados a través del camino delgado e infinito de los pelos, que recorrían los diminutos gránulos de polen, en busca del diente originado en Tehuacán, México.

Sin duda el trabajo de quitar los pelos, incrustados como haustorios entre los granos, no es broma. Sin embargo, no es un trabajo inútil, pues sus propiedades medicinales bien lo valen. El agua de pelo de choclos guardas secretos desde tiempos inmemoriales, ni que lo digan los mayas, en esas lejanas épocas. Los antecedentes de la domesticación del maíz, va entre los siete mil a diez mil años, y lo que sí está claro es que su origen es de la gramínea llamada teosinte, un pasto que sólo creció por muchos años como una simple maleza, apenas tomada por los herbívoros, hasta que los habitantes se adelantaron a los grandes genetistas y decidieron su cultivo, que finalmente hicieron florecer los imperios.

La biología del maíz indica que la barba corresponde al conjunto de estilos que surgen de una espiga o inflorescencia femenina, los que llegan a medir hasta veinte centímetros y, cuando se secan, son utilizados como diuréticos para limpiar las vías urinarias.

Me imagino que muy pronto, Pauli y su Campo Aventura, procesará las barbas y llegará al producto, utilizado, especialmente en los países mesoamericanos, a objeto de prevenir los daños oxidativos de las células ocasionados por los radicales libres, cómo así mismo, reducir los riesgos de padecer eventos cardiovasculares, Alzheimer, y otras dolencias crónicas. Así los pelos, no sólo nos indican la madurez del choclo, ni su función termina con la bendita cosecha.

Hace ya un tiempo, se podía ver a Chorroncho, con pala al hombro, caminar lentamente los potreros de Portezuelo Amarillo en las tierras de los Avendaño. Los surcos del agua bajaban por la gravedad, bañando las cuadras de maíces diente de caballo, al igual como se hacían desde la colonia. Llegaba la década de los noventa, los semilleros de contra estación eran solicitados por los países desarrollados, las simientes transgénicas demostraban sus bondades productivas, las cuarentenas estatales se hacían estrictas, y con ello, la producción agrícola amenazaba con terminar de manera definitiva con la agricultura tradicional. El contra sentido es que nos acostumbramos tanto a lo nuevo, que ahora es la agricultura orgánica la que se debe certificar.

Pepe y Pauli, con su aventura de campo, regresan a los pasos tradicionales, esos que caminó toda la vida don Mateo, con los cuales su hijo creció, disfrutó y se empapó. Vamos por esos pelos de choclos, estigmas, estilos y pistilos, para lograr los granos fertilizados. Vamos por esos potreros tradicionales, acompañados por los pichos del campo. Vamos por esos rincones de Foncea, que orgullosos miran al Mocohen. Finalmente, vamos por una mirada diferente a la tierra campesina, a sus habitantes, avifauna, ganado rural y que no se extingan los soñadores, que beben café negro, a las 5 de la mañana, aunque sea sin las “once letras”.


 
 
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