De acuerdo con datos analizados por el Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes (IMHAY), Chile vivió una baja en las cifras de suicidio durante el primer año de la pandemia. Pero una vez levantadas las restricciones sanitarias, los números han vuelto a situarse en rangos similares a los de la década previa, mientras se reportan niveles sostenidamente altos de ansiedad y depresión en adolescentes y adultos. Aunque muchas veces el foco mediático se concentra en la capital del país, el fenómeno no se distribuye de manera homogénea, lo que recuerda que no se trata de un problema localizado, sino de una expresión de sufrimiento que atraviesa a la sociedad en su conjunto.
Pensando en los posibles orígenes de estos malestares contemporáneos, no es casual que países como Reino Unido y Japón hayan creado incluso Ministerios de la Soledad. En el Reino Unido, la medida surgió en 2018 luego de que millones de personas declararan sentirse solas; Japón hizo lo propio en 2021, reconociendo el aislamiento como un factor crítico de sufrimiento psíquico. En ambos casos, la apuesta fue clara: fortalecer el lazo social como eje de prevención, promover la vida comunitaria y articular políticas que enfrenten estructuralmente el aislamiento.
Las campañas gubernamentales en Chile señalan algo muy cierto: no es necesario ser un profesional de la salud mental para prevenir un suicidio; todos y todas podemos hacerlo. Pero para que esa posibilidad exista, debe ocurrir algo previo y esencial: prestar atención y escuchar al otro. Implica también derribar un mito arraigado en nuestra cultura: la idea de que quien comunica su padecer “solo quiere llamar la atención”. La mayoría intenta, precisamente, hacer audible un dolor que se ha vuelto demasiado difícil de llevar en soledad.
Acercarse al sufrimiento del otro no es fácil. Supone enfrentar el propio malestar, el no saber qué decir, el temor a incomodar. Pero la prevención ocurre justamente allí donde, pese a esa incomodidad, elegimos permanecer. Porque lo colectivo también se juega en la vida cotidiana. ¿Cómo combatir la soledad en tiempos difíciles? Respondiendo la llamada de quien nos busca, aceptando una invitación, jugando con nuestros hijos e hijas, conversando con nuestros vecinos, atendiendo a los silencios de un compañero de trabajo. En esos actos simples se sostiene, muchas veces, una diferencia decisiva; nos damos la oportunidad, también, de seguir amando y jugando.
Hablar de prevención del suicidio es, en el fondo, hablar del cuidado del lazo social. Prevenir desde la vida cotidiana es volver a participar de esa trama: reconocer al otro como alguien que nos concierne, vencer la idea —tan instalada en nuestra época— de que el otro es una amenaza, permitir que su dolor no nos resulte indiferente.
En tiempos de incertidumbre y desesperanza, como señalaba el psicoanalista Pichon-Rivière, se vuelve imprescindible gestar proyectos colectivos desde donde planificar la esperanza junto a otros. Tal vez de eso se trate nuestra tarea más urgente: sostenernos unos a otros y, frente a la indiferencia, elegir implicarnos.
Si estás viviendo un momento difícil, puedes llamar al *4141 —fono No Estás Solo, No Estás Sola—Recuerda que siempre hay alguien dispuesto a escuchar.
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