Viernes, 28 de Noviembre de 2025  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… Lupalwe

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

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Ya nada nos sorprende en San Francisco, sus terrenos escarpados desde hace algunos años han sido colonizados con etnias lejanas pero pacíficas. De hecho, se están incrustando entre los montañeses de herencia, esos arrieros de pasos escondidos, de miradas lejanas, naturalistas y sabios.

Andrea Correa nos recibe con una suave sonrisa y mano extendida, haciendo honor a uno de los principios que la inspiran: lugar para estar en paz o paihuen en mapudungun. La mañana de lunes era luminosa y la subida amable, La Mesilla, el Villorrio y los Sauces de San Francisco invitaban a una charla enjundiosa, la que amalgama con escritos que brotan del alma y trasuntan historia y parajes atávicos.

Waldo miraba desde una poltrona, un aguaite silencioso, cómo admirando la entretenida conversación de su mujer, y esperando el minuto preciso para complementar una obra, un trabajo, un sueño de dos. La calidez de su terraza desestresa al ser más complejo, libera cualquier neurona, incluso esas que por un accidente han estropeado una simple sinapsis. La llegada a la punta del cerro, si hablamos de manera literal, nos premia con sus vistas, esa mágica conexión entre piedemontes agrícolas y murallas de montaña, de bajadas de estero y cielos traslúcidos, esos que atrapan los orígenes del mundo. No en vano la filosofía de ambos nos llevó al concepto noruego, la luz suave de un amanecer que calma el alma.

En Airbnb Lupalwe y su tiny house, desfilan los turistas y da igual la estrecha subida, los vientos y nieve en pluma de invierno, las bifurcaciones que invitan a extraviarse o las lluvias de estrellas que podrían abducirte. Solo importa la cocina de Andrea, los desayunos con panadería casera y facturitas, el horno a leña de Waldo y las tinajas de madera calientes.

Párrafo aparte para los cielos oscuros, la ausencia de contaminación lumínica y la admiración de turistas extranjeros al observar las caídas de perseidas, colas brillantes de estrellas fugaces, esas que provocan los tres deseos de una terraza en llamas. Así lo expresa Andrea, con un proverbio danés, la felicidad de esos instantes que parecen pequeños, pero te marcan para siempre.

El mutismo de Waldo da paso a las historias de ese campo de montaña antiguo y añorado. Se apagaba la vela, en un corte eléctrico, una noche fría y dura, al menos siempre existe un lucero que alumbra por la rejilla de una ventana, que permitía conciliar con mucha tranquilidad el sueño. Pero ese trámite era interrumpido por el aullido de unos cimarrones, una jauría que recorre libre las quebradas altas, la verdad siempre causa algo de inquietud, especialmente si Andrea interpreta que sus gallinas criollas y mapuches han soltado lágrimas. Desconocía ese concepto, el llanto de las aves, mientras Waldo caía en un mameluco y botas de chiporro para observar un inerte plumerío. Sin embargo, ellos siguen con el acróstico, en este caso árabe, no importa cuantas veces caigas, siempre habrá un nuevo amanecer.

Creo que, para encontrar la estabilidad emocional, laboral y familiar, muchas veces se debe haber fracasado y lograr la reinvención, y de eso sí que saben nuestros protagonistas. Ambos ñuñoínos, pasaron por actividades de comunicaciones, industria automotriz y algunas otras, mas dijeron basta alrededor del 2015 y no dudaron en conquistar la montaña, reconocer la historia de los antepasados e inspirarse en sus sacrificios. Dicen que la bajada del estero les provoca el equilibrio que se requiere en la lucha por la vida. Quizás por eso fueron al pensamiento de Emuna (hebreo), lograr la calma a pesar de no tener todas las respuestas. Al igual que los colonizadores incas eligieron la vista panorámica, concepto básico para hacerse fuertes en esos primeros tiempos y también en los actuales.

Recorremos su espacio que nos lleva a la naturaleza nativa, esa de tierras rojas, cactus floridos y quillayes empinados anclados en imaginativas raíces. Se pasea por la avifauna, una que desconocía hasta hace pocos años y que ahora no se perdería por nada del mundo, cómo privarse de un eterno planeo de los cóndores o la bajada del águila, el murmullo del viento, el grito lejano y cercano de los zorros o la majestuosidad del descenso de los guanacos en inviernos severos. Andrea y su mirada emocionada recogen cada signo de naturaleza, cada suspiro de vida, no desecha ni lo más pequeño y reflexiona “mientras siga sorprendiéndome de la entrada al nido de una pareja de chercanes, bajo mi corredor, no podría abandonar nuestro refugio”

Ambos reflejan una visión holística del ecosistema humano en que se encuentran y así lo hacen ver durante nuestra conversación y de manera normal con sus huéspedes. Ya ha recorrido los habitantes de siempre, esos antiguos de la comarca, mas los de la comunidad San Francisco los destaca en sus acciones, cómo no recordar a Macarena Bordalí y sus múltiples actividades junto Alexis y la cerveza Chasky, o el vino La Joda con Jorge Carrancá y Daniela Meruvia o María Grazia Corradini y la Ruta de los Dioses en la hacienda Canabina. Pero su mirada baja al acantilado para posicionarse en el Haras Estrella de la Mañana, donde ve cabalgar a diario sus potros y yeguas de una nueva raza en ciernes, que Francisco Correa ha llamado Venusiana, encontrada en la conjunción del Árabe, Apaloosa, Cuarto de Milla y Criollo.

Lupalwe y la tranquera abierta de par de par, el canto y vuelo de una perdiz me indicó la dirección, una brisa suave de raco comenzaba a descender, mientras un delicioso plato principal de pastel de papas, inundaba la recepción… Así es el ambiente de Andrea y Waldo, los colonos de precordillera, creadores de experiencias, contadores de historias, arquitectos y obreros.

Sus hijos ya han volado, sabiendo que los “viejos “están bien, esos que se miran en complicidad, como dijo Ushikai, quédate despierto cuidando a alguien que te necesita porque su calma es también la suya.

Agradezco haberlos conocido, la serenidad de esa terraza, la conversación increíble entre auténticos desconocidos y su maravilloso acróstico Lupalwe inspirado en diferentes culturas y termino citando a otro japones de tu literatura Wabi-Sabi, la belleza de lo imperfecto, lo efímero y lo incompleto.

 

 


 
 
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