“Así que anda tirando fotos de huilles”, amigo Iván, le dije con seguridad, luego de observar un ramillete de flores en las roquerías andinas que, con orgullo había publicado. De inmediato me dejó de ignorante al replicarme que eran astromelias, y aquí estoy…hurgando en su caminata y adentrándome en ese mundo multicolor, que los inviernos lluviosos replican en primavera.
Con el tiempo se ha puesto bueno para las caminatas y los fines de semana los aprovecha en recorrer los pies de monte y estribaciones, que tenemos a la mano. Las Vizcachas, camino a Vilcuya fue su ruta donde admiraba grandes cantidades de flores, no digamos que “desierto florido”, pero para una acuarela alcanza y sobra.
Cómo no imaginar a Iván Arancibia Córdova, en sus recorridos de montaña, emulando al botánico sueco Clas Alstromer quien, dejando sus compromisos de barón en esos antiguos reinos, se aventuró en Sudamérica en 1753. Las montañas de Brasil, Perú y Chile fueron dibujando bocetos en hojas gruesas y sepias, descubriendo los caminos del inca y escuchando las leyendas de los primeros habitantes, asociadas a las flores que descubría. La recolección de semillas fue llevada a Europa y las originarias de Chile, quedaron bautizadas como “Chilean Lily” o Lirio chileno. Las fotos de Iván muestran una raigambre de suelos pobres, cómo rasguñando las rocas, esas que sostienen el macizo.
Los rizomas llegaron a manos de su profesor Carlos Linneo, el naturalista que cambio la biología, creando la nomenclatura binomial, el sistema que predomina hasta nuestros días, donde cada especie se asocia a un nombre en latín, compuesto por género y especie, así lo publicó National Geographic. Se comenta que esta propuesta sigue vigente, porque fue tan simple como revolucionaria, evitando confusiones por múltiples nombres locales y largas descripciones. Si bien la clasificación científica de los rizomas chilenos la realizó Linneo, no se dejó llevar por el ego y denominó la especie con el apellido de su alumno, quedando como Alstroemerias.
Nuestros naturalistas incorporan las Alstroemerias dentro de los tesoros del reino vegetal, cuyas especies originales de la montaña andina chilena, han contribuido de manera importante, como patrimonio genético, al desarrollo mundial de este género, que se ha multiplicado como flor de corte en todo el orbe. Su hábitat son las montañas frescas, que vemos a diario, ahí entierran sus rizomas, esos perennes que pueden permanecer por los siglos y siglos, de hecho, estamos cerca de cumplir 300 años, de que estos naturalistas contribuyeran con poner nuestras flores en bocas del mundo.
Muchas rutas para recorrer y descubrir, pero una particular va desde la ciudad, avanzando por El Sauce, pasando a Las Vizcachas, mira Los Chacayes y entra definitivamente a río Colorado. Ha sido ruta de indígenas, arrieros, aduaneros, mineros, naturalistas y turistas. Esos parajes fueron recorridos por los antepasados, que al amparo de su sabiduría podían recitar en las noches de arreo, numerosas leyendas, incluso asociadas a las flores de montaña. La historia se desarrolló en el paso fronterizo de la cultura Vuriloche, en la cima del cerro Ten-Ten Mahuida, todos nombres y lugares de antaño, que corresponden a una parte muy importante de los pasos andinos.
La niebla caía severamente y cerraba por completo la subida de los Maitenes, hacia el interior del Pimentón, rápidamente llegaba la noche de abril y así se daba paso a las choqueras, tiras de charqui machacado, cebolla en pluma, dos tortillas grandes con chicharrones y una salsa roja, tan picante que hacía lagrimear. Los Astargo, oriundos de Ranchillo y su manual de relatos acordaban seguir con la historia del Paso Vuriloche, de manera tan convincente, cómo que no hubiesen pasado seiscientos años. El ambiente ya no estaba frío ni húmedo, unos gruesos troncos secos de quillay iluminaban la montaña, cómo recordando al joven Quintral, hijo de un cacique del hoy cerro Tronador, quien en un triste caminar se aferraba a su Ngünechén para superar una insufrible enfermedad.
Iván sigue caminando los cerros andinos, gusta dirigirse por la línea férrea y pensar en los antiguos trabajadores del transandino, esos que hicieron la historia desde fines del 1800. A su paso va viendo los cactus y sus flores cremas, patas de vaca lilas, añañucas encarnadas, huilles blancos oliendo a cebollines y no descansa hasta encontrarse nuevamente con las alstroemerias. Sus recorridos botánicos son recientes, pues reconoce que su pasión eran los guanacos, pumas, culpeos, águilas mora y planeos de cóndores. Tampoco perdona las bajadas de agua al interior del Juncal, las roquerías con dormilonas vizcachas y clanes de liebres que escaparon del valle. Reconozco en él, la pasión por la naturaleza, en todas sus expresiones, los ambientes rurales y las remotas rutas de montaña.
Hijo acérquele más lumbre al fuego y póngale malicia al tecito, que les terminaré el cuento. Amancay la joven más hermosa del lugar y enamorada en secreto de Quintral, debía encontrar la flor amarilla de la montaña, sin importar el viento blanco que cubría el sector. Un caminar atolondrado y errático hacía casi imposible la misión, pero la presencia de un cóndor, el guardián de Vuriloche, le propuso un trato, lo que llevó a Amancay entregar su corazón. Al desprenderse de su entraña, para curar a Quintral, las gotas de sangre caen y cubren los valles, originando la flor de Amancay, con sus característicos pétalos amarillos y manchas rojas.
Los arrieros y sus historias, los ancestros y su huella, la interpretación del mundo y sus creencias de leyendas. Si vas a Osorno y atraviesas el Paso Puyehue, recuerda la leyenda de la alstroemeria, flor de Amancay, y el ancestral nombre Vuriloche, actual San Carlos de Bariloche. Por mientras confórmate con otros colores silvestres de estas plantas endémicas, igual de hermosos, que se esconden en cada vuelta de las rutas precordilleranas de nuestro inigualable territorio.
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