La transformación tecnológica del empleo podría ampliar aún más las desigualdades de género si no se adoptan políticas urgentes de formación, inclusión y reconversión laboral. Las mujeres, sobrerrepresentadas en sectores vulnerables y subrepresentadas en los de mayor crecimiento, enfrentan una doble exclusión en el futuro del trabajo.
De acuerdo con las cifras entregadas recientemente por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), el desempleo femenino en Chile superó los dos dígitos, situándose en un 10%. Esta cifra no solo preocupa por su magnitud, sino también por lo que refleja: la persistencia de barreras estructurales que dificultan la incorporación plena y sostenible de las mujeres al trabajo remunerado.
Aunque el crecimiento económico y la generación de empleo siguen siendo objetivos centrales de las políticas públicas, el caso del trabajo femenino exige una mirada más profunda. Las causas del desempleo de las mujeres no pueden entenderse únicamente desde indicadores macroeconómicos: están profundamente ligadas a la distribución desigual del trabajo doméstico y de cuidados, la ausencia de políticas eficaces de conciliación y un entorno laboral aún poco receptivo a las trayectorias y necesidades específicas de las mujeres.
No se trata solo de querer trabajar. La entrada, permanencia y desarrollo en el mercado laboral están fuertemente mediadas por normas culturales que continúan asignando a las mujeres la responsabilidad casi exclusiva del cuidado de hijos, personas mayores y tareas del hogar. Esta sobrecarga, sumada a la falta de servicios de apoyo, como salas cuna, jornadas flexibles, transporte seguro y ambientes laborales libres de acoso, configura un entramado de exclusión silenciosa pero persistente.
A esta realidad se suma hoy un nuevo desafío de gran escala: el avance acelerado de la automatización. Muchas de las actividades económicas con alta presencia femenina, como el comercio, los servicios personales, la educación o el alojamiento, se encuentran entre las más expuestas a procesos de reemplazo tecnológico. La digitalización y la inteligencia artificial están transformando la estructura del empleo, y sin políticas que anticipen sus efectos, las mujeres podrían quedar relegadas de los llamados “empleos del futuro”.
El World Economic Forum advirtió en 2020 que, hacia 2025, el tiempo dedicado al trabajo estaría repartido equitativamente entre humanos y máquinas. Sin embargo, y siguiendo a la CEPAL (2019), esta transición no ocurriría de forma equilibrada: mientras la creación de nuevos empleos se desacelera, la destrucción de puestos tradicionales avanzaría con rapidez. En este contexto, las mujeres enfrentan una doble exclusión: están sobrerrepresentadas en los sectores más vulnerables a la automatización, y subrepresentadas en las áreas de mayor expansión proyectada, como ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM).
La respuesta a este desafío no es única ni inmediata, pero requiere una acción decidida y sostenida. En los últimos años, Chile ha impulsado esfuerzos para reformular los programas de capacitación laboral con enfoque de género, ampliar el acceso de las mujeres a carreras técnicas y digitales, y fomentar su inserción en sectores históricamente masculinizados como la minería, la construcción o el transporte. Sin embargo, los avances siguen siendo limitados y desiguales.
Junto con estas medidas, resulta indispensable garantizar condiciones laborales que permitan una inclusión efectiva: entornos seguros, libres de acoso, con reglas claras, equidad salarial y reales oportunidades de liderazgo para las mujeres.
Superar el desempleo femenino en este nuevo escenario no es solo una meta económica. Es una tarea urgente de modernización productiva y transformación cultural. Mientras la mitad del talento disponible continúe enfrentando barreras estructurales para integrarse plenamente al mundo del trabajo, el futuro seguirá reproduciendo y quizá también profundizando las brechas del pasado.
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