Me intrigan los misterios de Los Rosales, el recorrido de la media falda destino a Los Sifones, pasando por la Mancha de Rómulo, Las Tinajas y si tuviéramos fortuna un cara a cara con la leyenda del indio que se asoma en el sector de las Majaditas. Estamos en la Sociedad Agrícola y Ganadera Bernardo Alegría, San Vicente, Calle Larga, junto a su presidente don Juan Quiroga, admirando una alfombra de alfilerillo que tímidamente comienza a mostrar sus rosadas flores. El apellido que recuerda al destacado y otrora dirigente don Bernabé Quiroga, su padre, quien realizando su trabajo y pasión de rodeo de ganado, perdió la vida en abril del año 2013, al desbarrancarse intentando lacear un ternero, mientras incrédulo miraba su caballo.
La mañana se abre completamente, los potreros muestran una manada de coloridas yeguas que relinchan a nuestro paso, bandadas de tórtolas bajan a los nuevos corrales del plan, donde galpones guardan granos y semillas. El camino es estrecho y un mediano precipicio nos obliga a no perder la concentración. Abajo una curva y la aguada que nos conduce a una antigua e histórica casa de campo, conocida como “La de los González”. Una bandera, fuera de época, flamea al viento, como indicando que ese sector muestra la dicotomía de estar tan cerca y lejos a la vez, característica que se siente en muchos campos, con la excesiva migración del mundo rural a la ciudad.
Es la misma casa que el campo vio desde fines del 1800, una de ajadas paredes de adobe, corredor que invita un rato de descanso, quizás con un mate y hornilla que arrulle el ambiente. Se recuerdan unos escaños hechizos, la piedra para moler el maíz y dos sacos de carbón de espino afirmados en un rincón. Una cerca de piedras de cerro amarillentas como el camino, marcan el límite que termina en la tranquera firmemente amarrada con alambres de fardo. Piezas de bodega y un gran comedor oscuro imaginan ánimas saliendo temprano a la hacienda. Espinos y olivos van refugiando unas colmenas que, en el centro del patio, revolotean felices con el sol que tempera. Incluso también se conjeturan recuerdos de una familia numerosa que ahí estableció sus raíces.
Juan Quiroga, con la impronta de don Bernabé, posee la sapiencia del hombre rural, pero con una visión más moderna de la administración. Va y viene, con una empresa realizando corrales nuevos por ahí y. por otra parte, una gran instalación de paneles solares sobre un lomaje, aparentemente de baja productividad ganadera. Salpicando historias camperas, atrapa la atención y podríamos estar horas en sus territorios. Sin duda dejaremos para más adelante imperdibles pasajes del lugar, como las aventuras del Nano González, cuando en una especie de record, realizó un recorrido a caballo por el perímetro del predio en 22 horas. Una actualidad que no impide hurgar en los inicios de la cooperativa y talvez un poco más allá.
Recorro los angostos caminos de la Caldera Vieja y Nueva, de golpe el nombre de la calle Bernabé Quiroga me pone de frente con la historia, esa de la Hacienda San Vicente, las reservas, asentamientos, parcelaciones, bienes comunes, socios y cooperados. Nietos, hijos y campesinos, los últimos ya de pasos lentos dibujan hoy en día una sociología que amalgama las raíces más puras de la reforma agraria. Nuevamente el concepto de tan cerca y tan lejos me hace sentido, dónde está la historia de los cercanos 60 años, descubro que sigue viva en cientos de hombres y mujeres de San Vicente, de la comunidad de Los Rosales y muchas veces por estar en movimiento, llega el momento en que se escapa, para las generaciones más de pueblo.
Los mapas indican que su geografía se pierde en el cerro Alto del Buitre, uno marcado en las rutas de trekking, que, si bien se puede acceder por la localidad de Riecillos, lo más amable es seguir la ruta de Los Rosales, independiente de las barreras a cargo de la minera estatal. Los arrieros de la comunidad no hablan de vivac, senderismo ni palabras en inglés, mantienen el poncho, la chupalla y las espuelas de la hacienda. No por eso, dejan de describir la naturaleza, los caminos de quebradas, águilas, culebras, vizcachas, innumerables cascadas y cumbres que cercanas admiran El Buitre. Los arrieros custodian ese lenguaje antiguo que escucharon de niños a padres y abuelos, casi desechando los nombres de pumas y cóndores.
Las actuales lluvias que han cubierto laderas y llanos de pastos, dejan atrás los largos años de sequía, hinchan el espíritu de los ganaderos que, preparan como antaño el rodeo de toros, la señalada y apartada para la feria de ganado o la otrora imperdible rodeada de yeguas. Parece mentira, pero los viejos levantan el ala del sombrero, calientan manos en el fuego y largan cifras pasadas de miles de caballos bajando desde las posturas, para que sus dueños los reconocieran. Sabrosas anécdotas circulan cuando yeguas que no habían bajado durante cinco temporadas, habían formado su propia manada, eran encontradas y aparecía más de un propietario relatando disímiles genealogías. Más de alguna vez la disyuntiva terminaba con “el topón pa dentro”.
Sector Pocuro, calle Las Delicias, converso con don Iván Ahumada Pulgar, conocedor de los secretos de Los Rosales, participante permanente de las “rodeas”, quien orgulloso hace galopar su potro Esperado, un alazán cariblanco y patas blancas de increíble estampa. En un relato ágil y certero describe como la palma de su mano las posturas de invernada. Su mente recorre, al igual que el ganado, el álamo, el rulo, el agua del sauce, las mesas, arunco, los rosales, los vaqueros y polcura. Palmotea el cogote de su caballo, quien responde con un bufido y va por las veranadas, las cruces, las bandurrias, las majaditas, el toro, el agua mala, las locas, el alto la zorra, chiflones, paso de la mula y los quiños. Don Iván al igual que los cordoneros (arrieros contratados para cuidar el ganado en invernada y veranada), con su conocimiento y voluntad, está presto a velar por ese patrimonio histórico de lugares y ganado.
El recuerdo de don Bernabé Quiroga, sigue recorriendo los caminos de Los Rosales, su impronta va cabalgando firme a Alto del Buitre, atravesando quebradas, pasos de agua y lomajes, deteniéndose en la Casa de Piedra, para juntar fuerzas en la ascensión. Su caballo y el de cabresto lo acompañan como su sombra, borneos de cabeza y relinchos le comunican si pasa el indio de las majaditas o si algún piño se asoma en el monte. La casa de la Tejada ya anuncia el cementerio indígena de la cultura Aconcagua, mas el sendero mira casi recto a la Laguna del Toro. Leones y buitres nunca dejaron de observarlo en el manejo del ganado y así seguirá mientras exista un arriero de la Comunidad Agrícola y Ganadera Bernardo Alegría, tierra de narraciones y misterios.
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