Viernes, 26 de Abril de 2024  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… Don Luis Gallegos, un señor

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

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Los frutales del Aconcagua forman parte muy importante del patrimonio exportador del rubro en el país. Quien quiera que llegue por estas latitudes podría pensar que son muchas las decenas de años que los dibujos de parronales y huertos se asentaron en la zona. La verdad no es así, y los cultivos o sementeras de granos aún se recuerdan, cubriendo lomajes y valles. Para lograr el gran cambio, alcanzando lo que hoy tenemos, se necesitaron los enormes hombres y mujeres andinos que cargaran en sus hombros los riesgos o incertezas que ello involucraba.

Un joven alto y delgado, con un cigarrillo Hilton largo y voz trasnochada, en los 70, ya se imaginaba los trazados de las vides de exportación en los potreros desnudos de La Florida. Innumerables veces escaló esos cerros patrimoniales de Paidahuen y, al costado de los petroglifos, se inspiraba en los credos ancestrales de indígenas antepasados. La brisa de la tarde, sobre los senderos de media falda susurraban ideas que don Luis asimilaba para poner en práctica, en los trazados donde plantas, acequias, polines y alambres, harían la estructura de un cambio drástico en el futuro del valle.

Junto a don Horacio Vicente y Marcial Mena, don Luis Gallegos fue precursor de los packing, embalajes, cámaras de frío y fumigación. Los paletizados, grúas horquilla y la incorporación de las mujeres al trabajo agrícola. Su oficina tenía ese orden que sólo él conocía y ese exquisito desorden que atrapaba por la cantidad de conocimiento que albergaba. Imposible entrar y salir. Su grata y tranquila conversación, podía transportar el campo completo a esas cuatro paredes y simular un extenso día de trajines. Cómo se extraña esa profunda calidez de don Luis.

 

La fruticultura es una disciplina muy estructurada, donde la ciencia, organismos privados y públicos, van de la mano. Muchas veces los documentos, presentaciones de páginas web y seminarios se quedan en los grandes nombres, sin embargo, es clave reconocer las espaldas que hicieron caminar esos procesos. A don Luis Gallegos no lo encontré en la presentación e historia de la Viña San Esteban. Sin embargo, lo vimos toda una vida con esa camiseta, bregando en las variedades de exportación y seleccionadas cepas viníferas, en los turnos de día y noche, al lado de troncos tortuosos con gruesa corteza, en fin, en las soluciones del siempre difícil comienzo.

También lo encontré en escarchados suelos de junio, como observando la dormancia de esas variedades de vitis, que acumulaban las horas de frío necesarias para la siguiente brotación. En esa oportunidad jugaba al unísono con dos canes, un precioso labrador y la sin igual rottweiler llamada Gretel. Era su otra pasión, la que desarrollaba en su criadero Kolymas. Entre 1987 y 2005, los andinos pudimos deleitarnos con sus cachorros de raza Rottweiler, Pastor Alemán, Akita Inu, Siberian Husky y Golden Retriever. Siempre acompañado de su hijo Luis Ignacio, quien con la mirada asentía los deseos de los perros y en mañas cuidaba con expertiz.

Esas antiguas plantaciones de parronales en el campo de la Florida caminaron en la década del setenta hacia los ensamblajes de vinos, pioneros en los terroir del valle interior, mas también de manera paralela el trabajo de fumigaciones con bromuro de metilo e inspección en origen para los mercados americanos y europeos como fruta de exportación. La dupla de don Luis y don Jorge Mandiola, eran la cara visible en tratamientos y extenuantes embarques, al constituirse como las contrapartes ante la autoridad fitosanitaria. El cafecito y su Hilton largo acariciaban su espacio nocturno.

Avanzaba la viña, inaugurada en 1974, las cepas viníferas ya subían los cerros del Paidahuen, los suelos andinos dejaban su huella, el dios sol de hace cinco siglos de los incas se almacenaba en las barricas, los conceptos enológicos creados en Bordeaux, daban sus frutos y las medallas internacionales decían presente. Don Luis recibía a clientes y visitas en sus nuevas instalaciones y orgullosamente realizaba una caminata que mostraba los diferentes premios, arquitectónicamente expuestos en incrustaciones dentro de relictos muros de adobe. Un camino enladrillado distinguía su longilínea figura, en aquellos tiempos con enjundia e historia.

Debo decir que, en una retrospectiva mirada, don Luis nunca dejó de nombrar y hablar de su familia. Dona Eugenia Fariña Arriagada, su mujer, siempre estaba presente, un eje central de su vida, lo mismo sus “cabros”, como él los llamaba. Se tomaba siempre un respiro para referirse a su hija, María José, qué duda pude caber de su chochera debilidad. Sebastián y Luis Ignacio, como se dice en el campo “completaban el grito”, de un núcleo que lo hacía caminar firme en la vida. Su casa pegada a la Viña, sobre la avenida La Florida, aún recuerda los pasos tranquilos de don Luis, llamando sus canes o enfilando a su trabajo durante veinticinco años.

Dicen que el silencio de las enfermedades nunca es bueno. A veces, suele permitir contar con un tiempo de alargue, para ir cerrando las tareas, por las cuales vinimos a este mundo. Creo que don Luis así lo entendió y tal como observaba los gruesos troncos de un parrón de medio siglo, con ajadas huellas externas, también sabía de sus logros. Esas cajas exportadas que produjo a lo largo de los años o los ensambles de tantas vendimias eran como los abrazos familiares, las camadas de sus innumerables razas caninas, las manos extendidas de las temporeras, todo ello y más en los incomparables suelos y lomajes del Paidahuen histórico.

Crónicas de pueblo agradece el aporte de Luis Ignacio Gallegos, que ha permitido complementar una linda historia, vivida por años junto a este señor del valle, don Luis Guillermo Gallegos Lagos.

 


 
 
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