Viernes, 19 de Abril de 2024  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… Chicharras en la subida del Indio …

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

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La pequeña Sayén miraba a su abuelo Jaime en los lomajes del cerro “El Indio “, en los parajes de San Vicente. La interrogante estaba en sus ojos, pues se le había prometido escuchar el canto incesante de las chicharras, al pasar entre los troncos de espinos, maitenes, quillayes y romeros. Solo el trino de las loicas y unos tordos retrasados en sus migraciones irrumpían el sueño del vigilante de Pocuro, en la tarde de otoño.

Don Jaime Morales, campero en mil batallas, rápidamente reaccionaba a esa carita decepcionada de la inquieta rubia. Le comenta que la tarde fría de mayo las tiene calladas y escondidas para no resfriarse. Ninguno de los dos quedó convencido con la explicación, pero rápidamente pasaron a otras inquietudes de la naturaleza, al observar las hojas caídas de algunas especies que se arropaban en un movimiento interior para renacer en agosto.

Esa quieta tarde de excursión, terminaba con otra sorpresa, pues el abuelo, ahora sí que estaba seguro de lo que iba a suceder, ya que justo en la sombra de las cinco de la tarde, se asomaba nítido el rostro del indio en la cumbre del cerro, ante la mirada atónita de Sayén. Un juego de luces y sombras, rocas y cumbres descubren al ancestro que mira atento el hermoso valle de San Vicente.

De vuelta a casa le comenta a su nieta que volverían en la primavera, pues su abuelo le había contado hace muchos años, que en el campo cuando se iniciaba el canto de las chicharras, ya era tiempo de poder ir a bañarse a los pozones de Los Rosales. Quedaba en el misterio que harían durante todo el invierno los graciosos tococos o coyoyos, llamados así en otras fronteras. Don Jaime se admiraba de la conclusión de Sayén al comentar que las chicharras no estaban, debido al cambio climático.

Alrededor de tres mil especies de chicharras existen en el mundo, de formas similares, pero colores y características específicas distintas. Sin embargo, la nuestra es la Tettigades chilensis, descrita ya el año 1843 por los biólogos Amyot y Serville. Gusta de cálidos ambientes y chicharrea sus cantos en primavera y verano entre la cuarta a octava regiones.

Don Jaime no se convencía de la ausencia de las chicharras en su viaje con Sayén, pues en innumerables subidas al cerro lo habían acompañado con sus sonidos, ya que en realidad es mucho más fácil oírlas que verlas. Al estudiar su ciclo y biología, se complicaba cada vez más, pues la naturaleza se expresaba de manera muy cruda. La blanca mentira del resfrío de otoño no se comparaba con lo rudo que significaba contarle, que esa generación de adultos había dado su vida por la reproducción de millones de insignificantes y misteriosas ninfas que desaparecían al enterrase en las raíces del bosque nativo.

El largo invierno esconde los infantes, los que viajan al eclosar los huevecillos, depositados por las hembras en las ramillas de los árboles, luego de las juergas de primavera. Las enigmáticas crías siguen su crecimiento bajo tierra, alimentándose de las raicillas de los quillayes del cerro o duraznales de los potreros. Ataques severos pueden llegar a aniquilar sus hospederos.

A modo de distracción, el abuelo le contó una historia sobre las chicharras que ocurrió en tierras mexicanas. En los barrios de San Esteban, La Vega, San Jacinto y La Merced, una madre le explicaba a su hijo, por qué cantaban las chicharras y su significado en Semana Santa: “Las chicharras anuncian la Semana Santa y su canto es el llanto por la muerte de Jesucristo”. Agarró un coyoyo y le hizo observar tres puntos en la cabeza, que representaban los tres clavos con que murió Jesús en la cruz.

Don Jaime Morales, de cuando en cuando, levanta la vista al cerro El Indio, esperando impaciente la primavera, preparando esa caminata con su regalona Sayén, pues ya sabe que idealmente luego de unas leves lluvias de la estación, las inquietas ninfas de generaciones pasadas de dos a tres años, ya estarán listas para excavar galerías y subir a los troncos, establecerse en sigilo y esperar el cambio de exuvia que las convertirá en insectos adultos por excelencia, que romperá los silencios que el rostro del Indio ha impuesto en el largo invierno.

La naturaleza ya está preparándose, la pequeña Sayén está convenciendo a su abuela Andrea para que se incorpore a la caminata y don Jaime consulta con los viejos arrieros, para no errar nuevamente en la época precisa del encuentro con las cigarras. En México el canto triste llora la crucifixión, más en las tierras de San Vicente los ruidosos machos, preparan sus membranas que, bajo su abdomen, determinaran un rechinar interminable, para provocar alertas y fundamentalmente atraer las hembras, de manera de seguir otro año más, su misterioso camino de vida …

 

 

 


 
 
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