Una garza bruja bajaba a un tronco de sauce, detrás de sus ramas sin exponerse, manteniendo el embrujo en el estero San Francisco. Eran otros tiempos, cuando los flujos de agua corrían con naturalidad y frecuencia en tierras andinas. Estas aves de las penumbras, asociadas a los cursos de agua, se conocían por los campesinos y un dejo de misterio se dejaba ver en esa presencia nocturna.
Si bien los esteros nos van abandonando, colonias de huairavos se siguen viendo en esos pequeños tranques del fundo El Barro, San Esteban, llenos de totorales o juncos. Ambientes propicios para que estas enigmáticas aves se desarrollen en nichos ecológicos con tagüitas, pollollas, garzas y patos silvestres. Muchas veces comparten los nidos y hembras de garzas brujas terminan empollando huevos de otras voladoras vecinas.
En un rincón del fundo El Castillo, en Calle Larga, las aguas se acumulan en un tranque -los cerros rocosos y sedientos miran este espejo de agua- y sus habitantes de aves y fauna se pueden multiplicar al existir este recurso. Ecosistema que ya se ha transformado en un micro humedal en los últimos 10 años. Sus orillas aceptan otra flora, su ambiente acoge otra temperatura y tanto las aves cantoras como acuáticas se pueden relajar. Posiblemente los cambios nocturnos no los observamos, pero uno de los privilegiados es el huairavo, donde en el manto de la noche encuentra sus platos predilectos como pequeños peces, renacuajos y crías de otras aves.
Muchas veces desconocida. Sin embargo, es ampliamente distribuida en todo el mundo y, en Chile, cuenta con dos subespecies: una de los bofedales del norte y otra a lo largo del territorio. Se desplaza en las penumbras y una leyenda chilota indica que el huairavo está asociado a la brujería y las fuerzas del mal. Se traspasa en la herencia campesina que encarna a la voladora, una mujer mensajera de los brujos, que se traslada en la noche emitiendo grandes carcajadas y quejidos espeluznantes.
Doña Manola vivió toda su vida a la orilla de un estero, con un puente colgante de acceso, una bajada de agua antigua con características de humedal, donde los coipos hacían familia y las hembras amamantaban por la espalda sus abundantes crías, donde los siete colores nidificaban en las totoras, con patos silvestres nadando y volando en bandadas.
Ese paisaje de diferentes tonos de verdes y sonidos de la naturaleza siempre la acompañaron, pero la inquietaba desde pequeña el lamento de las noches que se escuchaban entre los totorales. Don Manuel, campesino duro y añoso disfrutaba de esa inquietud, pero cierta mañana descubrió la gritona anidando con tres huevos celestes, llevo a su mujer y desde esa oportunidad la comunión entre las penumbras y doña Manola se reconcilio.
Hace algunas temporadas, un par de pichones cayó de un nido que estaba en una gran palmera, en el sector Los Pimientos de Calle Larga. Los desgarbados ejemplares causaron cierta expectación y se les ubicó en parcelas cercanas. Para suerte de uno de ellos, llegó a una granja que criaba patos caseros, sólo un par de días pudo permanecer en esa casa, pues en dos noches engullo dos sacadas completas de patitos, sobre treinta polluelos, pudieron satisfacer una de las ansiosas garzas bruja.
Su alimentación se cataloga como oportunista y variada, ni que lo digan los polluelos de patitos, es así que devora peces, anfibios, crustáceos, insectos, lagartijas, lombrices, los que caza manteniéndose inmóvil en aguadas, mirándolos fijamente hasta descubrirlos con sus característicos ojos rojos, para atraparlos con un picotazo certero, tragándoselos de inmediato.
Esta ave que puede catalogarse como inadecuadamente conocida, no abunda en nuestros esteros, no cuenta tampoco con los ambientes ideales, sin duda se desarrolla a sus anchas en El Pantanal Brasileño, en el río Negro de la cuenca del Amazonas o en los esteros del Iberá en Corrientes, sin embargo, nos sigue privilegiando en nuestros escasos bofedales de la montaña, bajadas de esteros del valle y mirando a sus anchas en los miles de km costeros.
Una pluma blanca se deja caer desde su cabeza, una muy distintiva y distinguida, aun así, no se deja ver y se esconde en frondosos arboles que pisan el borde de la aguada. Don Manolo una mañana se acercó a uno, el huairavo de reojo notó que lo molestaron y un tanto aletargado levantó un vuelo lento y de malas ganas. A diferencia de sus planeos nocturnos que son ágiles, rectos y resueltos, especialmente en noches cerradas cuando emite horrorosos lamentos y burlonas carcajadas en sus extrañas agorerías.
|