Viernes, 25 de Abril de 2025  
 
 

 
 
 
Opinión

Supersticiones y amuletos

Por Julieta Salinas Apablaza, Ingeniero.
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Una amiga me cuenta algo muy desagradable que le sucedió a una prima suya. Sin pensarlo, me aproximo a la puerta y golpeo tres veces. Con eso, estoy libre de que me ocurra a mí tamaña desgracia, en mi cabeza por supuesto. No puedo desprenderme de esta absurda costumbre, pese a que ya se cuál es el origen de aquella superstición: en alguna época en que se creía que los duendes habitaban dentro de los árboles se acostumbraba invocarles golpeando los árboles tres veces y de esa manera, quien los llamara estaría libre de que le ocurriesen desgracias. Al no haber un árbol cerca, valía de igual manera golpear un objeto hecho de madera. Cuando mi mente racional me hace mirar desde afuera la situación, donde yo supersticiosamente golpeo la puerta, pienso –¿Qué estoy haciendo, por favor?, ¿Estoy invocando al duende que habita dentro de mi puerta?- En una ocasión acompañé a una tía al médico. Después de recorrer doscientos kilómetros para llegar donde el doctor, la secretaria nos informa que éste se encontraba en reunión y que no podía atendernos. Mi tía se quejó –cuando vimos a ese gato negro en el camino yo sabía que algo malo pasaría- Yo pensaba en el dueño del gato ¿será un tipo muy desafortunado? De ser así, nadie en el mundo tendría gatos negros como mascota. ¿Cuál será la reacción de un supersticioso cuando ve que su amada gatita da a luz un gato negro?, -¡Nooooo, ahhhhh, por culpa de este gato tendré mala suerte todo el día!- ¿Qué hará con el pobre gato?, ¿se tapará los ojos para no verlo cuando sale al patio de su casa?. Supersticiones hay tantas que creo conocer sólo algunas: no abrir un paraguas dentro de una casa, no pasar debajo de una escalera, sacar a los recién nacidos vestidos de amarillo, sentarse tres veces si uno se devuelve a la casa después de haber salido, no tirar sal al basurero, siempre derramarla en agua. Si alguien toma té o café sin azúcar, perderá el año (o sea, ya no se casará). A quien se ahoga con agua se le augura una rabia, si es con té, es alegría… ¿y si es con vino? ¿Será que tendrá una mala resaca?, que el novio no vea el vestido antes del matrimonio, no felicitar a una persona por su cumpleaños antes de la fecha, no contar un mal sueño antes de las doce del día, no dejar la cartera en el piso, pues eso augura ruina, ufff….¿Escribir sobre supersticiones traerá mala suerte? Espero que no. Algunas fechas son especiales para cumplir con toda clase de ritos supersticiosos, como el año nuevo, donde se debe decidir si a las doce en punto se prefiere comer lentejas, dar abrazos, beber champagne con una argolla dentro de la copa, pasear por el vecindario con una maleta en la mano o encender velas. Hacerlo todo junto podría resultar algo complejo, a menos que se posean ciertas dotes circenses. La tecnología no está ajena a las populares supersticiones. Es usual recibir cadenas a través del correo electrónico que indican “si usted envía esto a tres contactos, tendrá un día de buena suerte, si envía esto a diez personas, tendrá…, y si no lo envía, las penas del infierno recaerán sobre usted”. Ciertos elementos se precian como amuletos, es decir, objetos a los cuales se les confiere la virtud de alejar el mal y de atraer el bien, como las patas de conejo o las herraduras. Otros se confeccionan usando sal, hojas, hierbas, etc. Algunos ingredientes usados para este fin pueden resultar tan inusuales como: una pizca de sal negra, jengibre, tres plumas de loro africano, una hoja de palmera del trópico y una pezuña de camello. Pareciera ser que a mayor dificultad de conseguir estos materiales, mayor será la efectividad del amuleto. Las supersticiones más curiosas son aquellas que se mezclan con las creencias religiosas. Resulta paradójico, pues, la religión está reñida con las supersticiones, no obstante, es común oír a algunas señoras decir que el bebé que no para de llorar está “ojeado” porque no le han bautizado y que para calmarlo se le debe rezar o que hay persignarse al pasar frente a una iglesia para que a uno le vaya bien, lo que en estricto rigor sería, tener suerte. Alguien podrá decirme que es cierto, que lo presenció, que vio cómo el bebé se calmaba cuando alguien le rezó o que se ahogó con agua y luego pasó una rabia o que la culpa de que chocara su auto es del gato negro del vecino. Les creo, a todos les creo, pues, la fe mueve montañas. Esa misma fe que Dumbo, el elefante de largas orejas de la historia de Walt Disney, tenía sobre la pluma que él creía que le permitía volar, es la que ponemos sobre aquellas supersticiones. Unos más, otros menos, unos con mayor fe, otros casi por costumbre. ¿Quién no ha sucumbido ante una superstición? No es necesario ser un obsesivo compulsivo para hacer caso a una superstición o llevar un amuleto, claro está que si usted necesita contar cada una de los postes que se encuentran en la carretera mientras viaja o si necesita imperiosamente caminar sobre las baldosas sin pisar las líneas que las separan para evitar la mala suerte, o si es capaz de devolverse cien kilómetros hasta su casa a buscar la pata de conejo que dejó olvidada, busque ayuda psicológica.


 
 
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