Viernes, 25 de Abril de 2025  
 
 

 
 
 
Opinión

Las suegras: una visión desde la perspectiva contraria

Por Julieta Salinas Apablaza, Ingeniero.
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Foto: Andes Online.

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Conversaba con dos amigas, Francisca y Rocío, mientras nuestros retoños revoloteaban por alrededor del jardín. Saltábamos de un tema a otro y no recuerdo cómo, ni por qué, salió el tema de las suegras a la palestra. Como en este punto no tengo de qué quejarme, me mantuve en silencio oyendo los relatos que cada una de ellas hacía de su querida segunda madre. Una exclamaba algo y la otra respondía: -Yo no soporto que me haga preguntas, quiere saberlo todo. No tiene por qué meterse- -Ay, en mi caso es terrible, ella insiste en acompañarme hasta al médico, ¿Te imaginas?- -Cuando tuve a Matías ella me decía que mi leche era de mala calidad, que la pobre guagua quedaba con hambre y yo en ese tiempo le hacía caso. Ahora no. Yo pongo mis límites- -Yo también, porque cuando eres una cabra chica abusan contigo, pero ahora ya tengo más de treinta años y no aguanto que nadie se meta en lo que debo hacer y en lo que no. Yo no voy a su casa a ordenarle lo que ella tiene que hacer.- Mientras ellas experimentaban una catarsis a través de este ping-pong de comentarios, yo imaginaba a cada una de las dos mencionadas señoras llevando un sombrero negro terminado en punta, con la piel verde, una verruga en la nariz y montadas sobre una escoba, amenazando con convertir en sapo a mis pobres amigas. De pronto, me abstraje de la conversación y aquella visión cambió. En lugar de sus suegras vi a Francisca y a Rocío, con apariencia no de mujeres jóvenes, sino de maduras señoras, montadas ellas sobre la escoba. -¿Se han puesto a pensar que ustedes algún día serán suegras?- interrumpí su cadena de lamentos. Me miraron con una expresión tan fea como si la nuera de ellas fuese yo. -Yo también algún día lo seré- repliqué. -¿Se imaginan con lo anti-comida chatarra que soy? Llegaré a la casa de mi hijo empinando la nariz y molesta le diré a mi nuera: -Otra vez estás cocinando papas fritas. Con razón mi hijo está tan gordo. Cuando vivía conmigo estaba en forma, mira lo que has hecho con él- Y apretando un amoroso rollito de mi rechoncha nuera, le diré: -Mírate tú, tan joven y cultivando neumáticos, deberías cuidarte.- Como ninguna de mis dos amigas son precisamente un icono de humildad y sumisión, debieron aceptar que yo tenía razón. Algún día serían suegras y de las peores. Francisca comentó: -Ah no, yo no quiero que la Daniela me traiga pololitos a la casa. Yo le voy a advertir: pololee afuera, a mi casa no entra ningún Ramón…- O cualquiera sea su nombre. Daniela, de seis años, quien oía la conversación, miró a su mamá como quien descubre que la malvada bruja de los cuentos de hadas era precisamente su progenitora. -Sólo espero que mi hijo y tu hija continúen siendo sólo amigos- intervine yo –prefiero tenerte de amiga que de consuegra- -Uy, yo con lo celosa que soy- rió Rocío – De seguro voy a espantar a todas las mujeres que anden revoloteando alrededor de Matías- Mientras el pequeño Matías de tres años mojaba al gato con la manguera. ¿Irá a hacer lo mismo con su madre dentro de unos años más? Ante tan descarnadas confesiones me era fácil imaginármelas de suegras, hasta con verruga en la nariz. Francisca como la suegra que mira por la ventana cuando el pretendiente de su hija la deja en la puerta de la casa y cuando esta entra, finge estar muy concentrada en el paño que está bordando. –Llegaste temprano- comentará con indiferencia, intentando simular su enojo. Mientras tanto, Rocío, será de aquellas suegras que hará pilato el mismo día del matrimonio de su hijo para que la boda no se lleve a efecto y ante el fracaso de sus deseos, llorará como una Magdalena cuando su pequeño de el sí definitivo, augurando que lo perdió para siempre, porque “esa” fue capaz de quitárselo. El mismo crudo análisis hice de mi misma y lo trasladé al futuro ¿Querré que mi nuera se rija por mis reglas?, ¿Realmente iré a su casa a fiscalizar que guarde lechugas en su refrigerador en lugar de pasteles? y ¿Seré capaz de inscribirla en un gimnasio, pese a que ella oponga resistencia?, ¿Le llevaré un cloro de regalo por temor a que (a mi juicio) su falta de higiene ponga en riesgo la salud de mi hijo y nietos?, ¿Le tiraré un manual de psicología infantil en su cara cada vez que uno de mis nietos haga pataletas? y ¿Qué pasará si ella tiene la mala ocurrencia de llegar sin previo aviso, a pedirme que cuide a sus cinco hijos justo en un día de aquellos…de aquellos de tan mal humor que suelo tener? Dicen por ahí que nuestros defectos se exacerban con los años. De seguro las actuales suegras eran una taza de leche en su juventud comparadas con lo que hoy son. En aquella época, mientras tarareaban las letras de The Beatles y suspiraban con las canciones de Raphael, ellas no deben haber imaginado que algún día se convertirían en el blanco de quejas de alguna jovencita o de algún mozuelo. Así como nuestra poetisa Gabriela Mistral recitaba “…Todas íbamos a ser reinas….”, yo afirmo: Todas vamos a ser suegras.


 
 
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