Chile destina aproximadamente 5,9% de su PIB a educación, cifra superior al promedio de la OCDE (4,7%). A primera vista, el dato podría generar tranquilidad. Sin embargo, el problema no está en cuánto se gasta, sino cómo se distribuye ese gasto. Nuestro país, continúa priorizando los niveles que ya cuentan con mayor estructura —en particular la educación superior— mientras relega a un segundo plano los niveles que resultan decisivos para el desarrollo de largo plazo.
El gasto por estudiante en educación superior sigue siendo elevado en comparación con la educación parvularia y escolar, precisamente donde se construyen las bases del capital humano. Aunque Chile destina una proporción del PIB a educación inicial superior al promedio OCDE, la cobertura y la calidad siguen rezagadas: la matrícula entre los 3 y 5 años bordea el 75%, frente a un promedio OCDE cercano al 85%. A ello se suma un menor gasto por alumno en los niveles iniciales y escolares respecto de países comparables, lo que se refleja en persistentes brechas de aprendizaje.
La evidencia económica es clara: la mayor rentabilidad social por peso invertido se concentra en la primera infancia y la educación escolar temprana. Invertir en estos niveles mejora aprendizajes, reduce desigualdades estructurales y tiene impacto directo en la productividad futura. Pretender corregir estas brechas en la educación universitaria es tardío: la universidad no fue diseñada para compensar los déficits cognitivos y socioemocionales acumulados desde la infancia.
Que Chile concentre recursos en educación superior responde a una lógica histórica que privilegia títulos por sobre capacidades de base. Sin embargo, los países con mejores trayectorias de desarrollo no priorizan la educación terciaria de forma aislada, sino que fortalecen el capital humano desde los primeros años de vida.
El debate educativo no debería centrarse solo en el volumen del gasto, sino en reordenar prioridades de inversión. Invertir primero en los cimientos y luego en la cúspide no es un eslogan pedagógico: es una decisión estratégica respaldada por la economía del desarrollo. Si Chile aspira a mayor equidad, productividad y cohesión social, debe comenzar donde el retorno es mayor: al inicio de la vida y del sistema educativo.
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