El triunfo de José Antonio Kast en la elección presidencial ha sido leído por los mercados como una señal de cambio en el clima económico del país. Más que una adhesión programática, la reacción positiva parece responder a la expectativa de mayor estabilidad política, orden fiscal y reglas más claras para la inversión, elementos que habían estado ausentes en un contexto prolongado de incertidumbre.
En economías sensibles a la confianza, los mercados suelen anticiparse a los ciclos políticos. Por eso, el optimismo observado refleja una apuesta por un escenario donde la inversión privada vuelva a tomar protagonismo y donde la seguridad y la previsibilidad permitan reactivar decisiones postergadas. No se trata de resultados inmediatos, sino de la percepción de un marco más favorable para planificar y crecer.
Este escenario abre una oportunidad, pero también impone responsabilidades. La confianza es frágil y depende menos de los discursos que de las señales concretas que emita el nuevo gobierno: la conformación de su equipo económico, la coherencia de sus políticas y su capacidad de diálogo institucional.
El desafío será transformar estas expectativas iniciales en crecimiento real y sostenido, evitando que el entusiasmo de corto plazo se diluya frente a decisiones que no logren cumplir con la promesa de estabilidad que hoy los mercados parecen anticipar.
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