El psicólogo estadounidense Barry Schwartz, en su libro “La paradoja de la elección” (2004) argumenta que tener una abundancia de opciones, contrariamente a la creencia popular, puede conducir a una menor felicidad, menor satisfacción y mayor dificultad para tomar decisiones.
Esta paradoja propone que, si bien cierto es importante y deseable tener cierto grado de libertad y elección, cuando se supera el “punto óptimo”, el exceso de opciones resulta abrumador y hasta perjudicial.
Esto se debería a varios factores psicológicos:
- Parálisis de decisión:
Ante una gran cantidad de alternativas, las personas pueden sentirse abrumadas, lo que dificulta o paraliza por completo el proceso de toma de decisiones.
- Arrepentimiento y culpa:
Una vez que se toma una decisión, es fácil imaginar que alguna de las opciones no elegidas podría haber sido mejor, lo que genera arrepentimiento y culpa, incluso si la elección inicial fue buena.
- Costo de oportunidad:
Cuantas más opciones hay, más aspectos atractivos de las alternativas rechazadas se consideran "costes de oportunidad" perdidos, lo que disminuye la satisfacción con la opción finalmente elegida.
- Expectativas elevadas:
Una amplia gama de opciones aumenta las expectativas sobre la perfección del resultado. Cuando la realidad no cumple con estas expectativas (lo cual es frecuente), la decepción es mayor.
En resumen, la paradoja de la elección plantea que, para maximizar el bienestar, es útil limitar las opciones a un número manejable y aceptar que una elección "suficientemente buena" es preferible a buscar siempre la "óptima".
Si llevamos esto al campo de las elecciones de autoridades (políticas), podríamos concluir que el tener una amplia gama de opciones (llámese candidaturas que optan a un mismo puesto) no necesariamente contribuye a que se elija “la mejor opción”, sino muy por el contrario, dificulta y confunda al elector.
Si tomamos lo anterior como “vara de medida”, deberíamos concluir, sin mucho esfuerzo de razonamiento ni análisis, a que el cambio del sistema electoral del “binominal” al actual, mucho más atomizado y con una evidente proliferación de partidos y micro-partidos, contrariamente a lo que se pregonó en su momento, no ha contribuido a mejorar la política nacional.
La última elección presidencial y parlamentaria (en rigor “primera vuelta”, en el caso de la presidencial), ha demostrado que muchos de los partidos (13) que participaron eran poco significativos y, por ende, prescindibles. De hecho, estos 13 partidos desaparecen de la esfera electoral y política, al no alcanzar el nivel mínimo de votación para sobrevivir.
Entonces cabe preguntarse, ¿es realmente beneficioso para la estabilidad del sistema político, el dar cabida a posiciones y expresiones francamente minoritarias, que solo ayudan a confundir y entrabar, en lugar de realmente aportar al bienestar del país?
Dicho lo anterior, cabe entonces preguntarse, ¿habrá llegado el tiempo de revertir esta atomización de la política nacional, y volver a los “macro partidos” o “grandes bloques”?
Sólo me cabe decir al respecto que, no por nada, países con larga experiencia democrática funcionan en base a dualismos y grandes bloques.
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