Don Mauro camina con calma y en silencio, cómo pensando en sus tierras de origen, en esas cabras que suben las lomas de Salamanca para luego recogerse a sus majadas. En esas picotas de pirquineros acompañadas con las típicas poruñas, en los caminos de tierras amarillas que resbalan cuando alguna vez recogen una furiosa lluvia. Esa pausa que muchas veces extrañamos o no entendemos, mas sin duda necesitamos, quizás cuesta entrar en su mundo, sin embargo, como todos, tenemos esa tecla craquelada o añeja, que puede saltar en cualquier momento.
Conocía de sus actividades profesionales, familiares, caminatas en búsqueda de flechas, cántaros o guijarros indígenas, mas no de su nueva empresa “Las capillas del santero”. Así se conoció inicialmente en el virreinato del Perú, la confección de retablos, cuando los sacerdotes llevaban en sus cajas las imágenes de los santos. Didácticamente fueron muy relevantes, pues trasladaba a los fieles iletrados, los conceptos fundamentales de la doctrina cristiana, al tiempo que servía de puesta en escena en las ceremonias litúrgicas.
Vivimos un tiempo que la historia se cuenta de muchas maneras y don Mauro junto a su mujer, ha encontrado una muy particular, no sé si tiene nombre la metodología, mas en palabras simples, ni nombres en inglés, es la amalgama del retablo y el video que transmite la historia del lugar. Esa inquietud por ir más allá, es lo que distingue este trabajo, un complemento perfecto, que nos lleva a otro nivel, ya no sólo son las majadas, fachadas o corredores sin tiempo, es la semblanza que se esconde y sale por la ventana, son piedras al tejado, almas que recorren rincones inexplorados, luces y sombras que nos muestran algo más.
La fotografía nos enseña, uno de sus últimos pedidos, la fachada del Hospital de Pisagua, realizada con admirable detalle y precisión, una hermosa reseña nos traslada a las arenas del puerto de Pisagua, cuando cuatro mil habitantes daban vida a la época de esplendor de las oficinas salitreras. Cuando los países europeos y de otros rincones más remotos del orbe, esperaban con ansías la llegada de los barcos provenientes de Chile, para descargar el mineral, base de la pólvora y fertilizantes. En 1906 se recibían los sólidos pilares de pino Oregón, para levantar una arquitectura de carácter europeo, con columnas y vanos simétricos, una gran escalera y patio central. Unos muros de piedra sostienen este patrimonio, donde actualmente se pueden sentir los fantasmas que tratan de contar la historia.
La verdad don Mauro me ha sorprendido: ¿en qué momento sacó el artista que llevaba dentro? La creatividad de la mano de la historia, la arquitectura patrimonial y de precisión, los sueños rescatados de las quebradas profundas de Illapel, lo mismo que las tradiciones insertas en un entorno arqueológico de petroglifos diaguitas y molle. Cuándo se desdobló entre su profesión y esta otra pasión, que decir, la vida es así, como declama Rubén Blades…” La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”. Ahí se encuentra el artista, atravesando a diario la línea del tren, imaginando la historia de locomotoras subiendo la cordillera, ahí está, en la Villa El Mirador, casi besando el río Aconcagua.
El cuento es embriagador. Los materiales usados tuvieron vida y sus manos los reviven, sus ojos cambian al subir las escaleras que lo dirigen al taller, se nota que el ritmo cardiaco se acelera, se puede sentir la pasión, esa escondida, hasta encontrarla en la adultez. Rosalía, su señora, ya ha dejado sus actividades normales y nos acompaña en el relato. Corrige y participa en la confección de un delicado tejado, el sol pega fuerte y no se hace esperar la helada cerveza del maestro. Un suspiro y la actividad va levantando un muro, de la vieja casona de calle Vejares, que nos lleva a los años dorados del sector, uno que siendo de pueblo, mantenía el canto de los gallos y si me apuran, también el de los patos.
Su hijo Joaquín también participa en la charla y nos muestra el trabajo de los videos, muchos sacados del boca a boca de las casonas del Aconcagua. Hay bastante para desglosar, dialogar, o quizás dejarse llevar por la leyenda de cada sitio, uno que mezcla fantasía, santa y pura verdad o comentario de ese vecino, que sin buscar lo verídico, lo escucho de la señora María, la mujer que existe de manera eterna, en cada lugar. Me quedo sin palabras, no quiero interrumpir, mientras las imágenes van pasando, como filminas del 1900. Ahí va la casa quinta del Chascón Flores en Cariño Botado, el caserón de Los Rosende en Roma con la Florida, un portal fantasía de Carabineros de Chile y el lustroso piso batuco de una herencia en su natal Illapel.
Caminando por el barrio de Coquimbito, don Mauro, recoge relatos de un balcón que acompañaba a la casa de la poetisa, como en una visión, la ubica al lado del pilar más cercano a la cordillera, y expone uno de sus pensamientos, ”si alguna vez, tuviera dinero, compraría este rincón, y terminaría aquí mis días”. Con tranquila emoción confiesa que ha dejado atrás los cobijos de origen, el valle lo cautivó de tal manera, que se introdujo, por una ventana rota, a los patios de las casonas, a los corredores de la historia, a las piedras de molino afirmando pilares, al ladrido de los perros, a los chonchones perdidos y los pie de montes que sostienen la montaña. Aquí, el artista de nuestro pasado, don Mauro Vicencio Rozas.
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