Hay personas que, sin proponérselo, logran que la historia vuelva a respirar. René León Gallardo es una de ellas. Su libro El Trasandino y Santa Rosa de Los Andes no solo reconstruye la memoria de un tren que unió dos países; también simboliza el viaje de un hombre andino que, con paciencia y pasión, llevó la historia de su tierra hasta el otro lado del mundo. Hoy, su obra ha sido reseñada por la Revista de la Universidad de Salamanca, una de las instituciones académicas más antiguas y prestigiosas de Europa. Que la historia del Ferrocarril Trasandino —ese sueño de acero que unió Chile y Argentina— haya llegado a Europa gracias a un historiador andino es, sin duda, un hito cultural que merece celebrarse. Y con ello, el eco del Ferrocarril Trasandino ha vuelto a cruzar los Andes, esta vez en forma de páginas.
No deja de emocionarme pensar que un investigador nacido al pie de la cordillera haya conseguido que su voz se escuche en Europa. René no es un académico encerrado entre papeles, sino un hombre de terreno, alguien que conoce el viento de Río Blanco, el frío del Juncal y el sonido metálico de los rieles dormidos. Su historia nace de la experiencia, de los recuerdos que le contaba su tío Ernesto y de sus propios pasos adolescentes sobre la vieja línea del tren.
Durante casi veinte años trabajó en silencio, con la perseverancia de quien siente que el pasado no debe quedar sepultado bajo la nieve. Revisó periódicos antiguos, mapas, croquis, fotografías y testimonios que otros habrían dejado perder. Y así, página a página, fue reconstruyendo una epopeya olvidada: la del ferrocarril que los hermanos Clark soñaron para unir Valparaíso con Buenos Aires, y que transformó a la ciudad de Los Andes en el primer puerto terrestre de Chile.
No hay en su trabajo vanidad ni prisa. Hay amor. Amor por su tierra, por la historia y por las personas que la habitaron. Por eso su libro no se lee solo como una investigación: se siente como un viaje. Cada capítulo tiene la textura del tiempo y la voz de alguien que estuvo ahí, que vio, que escuchó, que quiso entender.
Y ahora, desde la otra orilla del mundo, una revista universitaria europea reconoce ese esfuerzo y lo celebra. No por exotismo, sino por mérito. Porque el rigor, cuando nace del corazón, también tiene valor académico. Salamanca no solo reseñó un libro: reconoció a un hombre que hizo de su curiosidad una vocación y de su vocación, una forma de unir culturas.
Pienso en René como en un puente. No el de acero del Trasandino, sino uno más invisible: el que une generaciones, pueblos y memorias. Su libro demuestra que la historia local puede tener una resonancia universal cuando está contada con verdad. Lo que ocurre en un pequeño valle andino puede interesar a Europa si alguien lo narra con la dignidad que merece.
Su trayectoria, además, está hecha de silencios fértiles. No vino de una universidad prestigiosa, sino del trabajo, la lectura y la observación constante. Aprendió historia como aprendió a mirar la montaña: con respeto. Y esa humildad —tan escasa en los tiempos que corren— es tal vez su mayor lección.
Que un historiador andino haya logrado que el Trasandino vuelva a cruzar fronteras no es solo una noticia académica. Es un gesto simbólico. Es la cordillera abriéndose otra vez, esta vez no para el comercio ni el tránsito, sino para el reencuentro cultural.
René León Gallardo nos recuerda que el verdadero sentido de la historia no está en acumular datos, sino en mantener vivo el hilo que une el pasado con el presente. Y hoy, gracias a él, ese hilo se extiende hasta Europa, demostrando que cuando la pasión y la memoria se juntan, no hay frontera que las detenga.
No todos los trenes llegan tan lejos como el de René León Gallardo.
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