La historia en Cariño Botado se encuentra en todas partes y sus parroquianos gustan de volver al pasado, una y otra vez, como sucede en el siguiente relato, cuando las ovejas de Pepe Quiroga, dejaban pasado el ambiente, con la creolina que recibían los animales, previo al arreo de cordillera.
Es así como Cecilia Ramos recuerda los años setenta, cuando era una mocosa de doce años, y se afirmaba en la cerca de su casa para observar esa tradición anual: ladridos de perros ovejeros, una polvareda monumental, voceos inentendibles, guanos de bola por todos lados, arrieros de montaña y un ambiente centenario. Siete machos acompañaban el rebaño, algo desprolijos y enjutos, por eso a don Pepe lo llamaban “Macho flaco”.
La mente de Cecilia recorre desde el inicio, el camino del rebaño, si bien duda del potrero donde estaban los corrales, luego de unos instantes va a la calle Reyes, cerca del vivero de camelias de doña Gladys, definitivamente ahí se originaba la patriada. En octubre a noviembre, según como venía el año, comenzaba el movimiento de veranadas, don Pepe junto a alguno de sus hijos Jorge, Víctor y Juan, muy bien montados, agarraban por la calle La Falda, de Cariño Botado. Un llanto muy sentido se producía al momento de la despedida, la pequeña Delfina no aguantaba el dolor de la separación, mientras su señora Margarita Contreras se hacía la dura. Cada vez más lejos, unos balidos repetitivos se escuchaban, ya en el sector de la barrera, la cancha, hasta enfilar a la montaña.
Machos pilcheros, cargueros y montureros eran parte muy importante de la comitiva trashumante, también parte de la pena de Delfina, pues los mulares son muy acompañadores en el predio, y no dudan en avisar ante la llegada de extraños. Si bien las veranadas son un manejo de la pradera natural y vienen de miles de años, se sabe que dicha práctica sólo queda en España, Chile, Bolivia, Perú y algunas provincias de Argentina. Cecilia no estaba al tanto que el recorrido con ovinos en la zona de Aconcagua ya casi no existe, los rebaños de Quiroga, Montenegro, Sergio Vargas y tantos otros están extintos, y no solo porque estos grandes hombres ya nos han dejado, pues las generaciones venideras siguen con la actividad, básicamente razones mercado han incidido en el silencio de los balidos.
Ovejas y cabras, previo al viaje de trashumancia, eran pasadas por un baño de agua con un producto llamado creolina, para control de ectoparásitos, solución que desde hace ya bastantes años se encuentra absolutamente prohibida para aplicación directa sobre los animales. Ese era el aroma penetrante que Cecilia hasta hoy recuerda. Propio de los campos antiguos, que rompían con el ambiente natural, pero que había sido incorporado a la vida rural de una manera tal que el intenso olor a la suarda de la lana de las ovejas pasaba completamente desapercibido. El día anterior a la subida del ganado, don Pepe realizaba sagradamente el baño preventivo y curativo, pues en el camino o las posturas se juntarían con otros rebaños.
Hugo Silva Serrano, doctorado en producción animal y experto en veranadas, radicado en Santiago hace ya bastantes años, con sorpresa y algo de emoción recibe nuestro contacto para que nos describiera la subida de las recordadas ovejas de nuestro protagonista, pues él fue testigo directo de esa vivencia, que ya está quedando en los anales de antaño.
Recuerda a don Pepe Quiroga como “uno de los arrieros de palabra, muy ameno en sus conversaciones, incomparable en el relato de anécdotas, en fin, una muy buena persona”. Le resulta inolvidable la recepción en el Ruco de Piedra, en plena cordillera de Río Colorado, cuando luego de abrigar el estómago con un té de tetera y en choquera, más unos causeos, encontraron puntas de flechas, demostrando que el lugar ya había sido refugio de nuestros aborígenes del Aconcagua.
Cuando Cecilia les pierde la mirada a las ovejas de don Pepe Quiroga es cuando enfilan por la Florida hacia el camino internacional, sus balidos no pasan desapercibidos en Las Vizcachas, Vilcuya y Polcura. Ya a la entrada de Río Colorado, miran el pasado con el hotel Nobile y El Resguardo, para seguir su recorrido a la postura de siempre, la nombrada “Casa de Piedra”. Las ovejas espiadas y extenuadas, incluso trasnochadas, van llegando directo al encierro en un aledaño corral de pircas con la “puerta coliguacha”, el que es compartido con las piaras de mulas, montureras y de carga. Así es la cordillera, las recurrentes veranadas, las cuales están en manos de asociaciones ganaderas locales en propiedad colectiva.
Hace un par de años pude ver la Fiesta de la Trashumancia, en Segovia, España, ciudad ubicada a 90 kilómetros al noroeste de Madrid. Un rebaño de 1.200 ovejas atravesaba el impactante Acueducto Romano, para mantener las costumbres, con razas autóctonas de la Sierra de Guadarrama. Ese recuerdo me vino a la mente al escuchar el relato de Eduardo Castillo, sobrino de don Pepe Quiroga, quien, a una corta edad de 12 años, en 1983, participó en el traslado del rebaño desde Villa Sarmiento hasta el Cariño.
Alrededor de las tres de la mañana, la bruma caía sin piedad en pleno mes de junio, con las pariciones concluidas. Ahí la función de Eduardo era conducir una carreta tirada por dos mulas, e ir cargando los borregos que se cansaran durante el trayecto. El potrero ubicado donde hoy se construye una población, se encontraba con quinientas ovejas, las que seguían a un par de arrieros ubicados en la parte delantera, don Pepe siempre a la retaguardia, con los ojos bien abiertos. Para los tiempos de hoy la travesía parece increíble, sin embargo, el rebaño enfilaba desde calle Arturo Prat, para amanecer en Independencia, luego Avda. Argentina hasta Hermanos Clark. Los corderos iban llenando la carreta, cuando había que virar al callejón Los Olivos, donde se atravesó un gallo madrugador que irremediablemente fue pisoteado y destinado también al móvil, para la cazuela de la jornada. Entre risas relata Eduardo, que el gallito al parecer tenía años de experiencia, pues nunca se ablandó.
Don Pepe Quiroga siempre seguirá saliendo con sus ovejas desde el Cariño, en una de las tantas leyendas del lugar, subiendo a las cumbres de Río Colorado, acompañado por sus machos magros al ruco ancestral. Recorrió cada quebrada de las posturas de Casa de Piedra, todos los meses de abril, cómo la parábola de las hojas sagradas, para no dejar en invierno ganado cimarrón, bajando así con todo su característico rajado de oreja, que usada como señalada…
Agradecimientos sinceros para Cecilia Ramos, Eduardo Castillo H. y muy especialmente a un entrañable amigo Hugo Silva Serrano.
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