Esta semana se celebró el Día Nacional del Medio Ambiente (2 de octubre) y el Día Nacional de la Ciencia, la Tecnología, el Conocimiento y la Innovación (5 de oct). Fechas que invitan a la reflexión, porque justamente enfrentamos un desafío que tiene que ver con todos estos ámbitos: proteger los cielos oscuros de Chile es una responsabilidad científica, medioambiental, patrimonial y cultural.
Nuestro país posee un valor único: el cielo más prístino del planeta, reconocido mundialmente y razón por la cual la comunidad internacional ha invertido en observatorios de vanguardia que hoy nos posicionan como capital global de la astronomía.
Este privilegio está en riesgo con la instalación del proyecto INNA. Preocupa que se presente como una iniciativa sostenible, al promover energías renovables e hidrógeno verde, pero la verdadera sostenibilidad debe ser integral: no se puede avanzar en un aspecto ambiental destruyendo otro, especialmente un patrimonio natural y científico irreemplazable.
La contaminación lumínica no solo afecta a la astronomía: también perjudica la biodiversidad, la salud humana y nuestra relación cultural con el cielo nocturno, central en la cosmovisión de los pueblos originarios.
Chile tiene la oportunidad de liderar la protección del cielo nocturno a nivel internacional. Depende de todos nosotros —científicos, autoridades y ciudadanos— cuidar este tesoro, porque el universo aún guarda mucho por descubrir, y ese conocimiento podría ser esencial en el futuro.
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