Sabado, 21 de Septiembre de 2024  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… Expo rural Prado, Uruguay

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

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Relatos de la Feria de Palermo, de Buenos Aires, hace un par de meses, me llevaron a muchas conversaciones, y de tantas, salió la idea de seguir la ruta de las Ferias Ganaderas, y aquí estamos, en Montevideo, en las Expo Prado 2024. Rápidamente nos vamos al origen y tal como dice la semblanza “tranqueando entre la cerrazón de la historia, desde 1871, marcha rumbo al futuro la Asociación Rural del Uruguay”. Eran años tristes, en plena revolución de las lanzas, cuando luchas fratricidas enfrentaban al bando Colorado y Blanco. Se luchaba por la coparticipación en el gobierno, en un país que a todas luces era agropecuario. Se guerreó con lanzas tacuaras, las mismas utilizadas decenas de años antes por montoneros guaraníes, que detuvieron en las riberas del río Uruguay, al imperio luso brasileño.

En apenas 2 horas y 12 minutos de vuelo, estuvimos en el aeropuerto General Cesáreo Berisso, más conocido como el internacional de Carrasco. Un aeropuerto muy agradable, más bien pequeño y sin atochamientos, al menos en esta época del año. Ubicado en la localidad de Carrasco, sorprende por lo bonito y desarrollado del lugar, a diferencia de la mayoría de las estaciones aéreas que se ubican en barrios periféricos. Rápidamente tomamos la rambla o costanera y seguíamos con los ojos muy abiertos contemplando el camino, mas algo no correspondía, en principio pensamos, la neblina costera, pero lamentablemente se nos explica que no era esa la causa. La bruma se debía a las cenizas del Amazonas que luego de quemarse 4 millones de hectáreas, se desplazaban sin misericordia hacia el río de la Plata.

Al día siguiente me esperaba la Expo Prado 2024. Centenarios galpones ubicados en una especie de medialuna, guardaban el olor del campo, los bramidos y balidos de lomajes suaves y potreros, los senderos que se dirigían a las tranqueras, la brisa que bajaba del cerro y te sacudía la cara, una cascada de agua clara cayendo al bebedero y unos relinchos lejanos acercándose a galope tendido. Cantos de gallos y cloqueos de gallinas con un sinfín de colores, razas y orígenes. Un parque muy tropical, lleno de verdor y palmeras hacían de cortina absorbiendo los contaminantes, para que aves y animales mostraran su mejor performance. Caminos de tierra ambientaban la hacienda, un público gaucho y citadino daba a conocer esa íntima relación de un país charrúa, ganadero a morir.

Una de las primeras sorpresas, que la convierten en una feria muy particular, ocurre al inicio de la exposición: unos ladridos que me llevaron a la infancia, esos pichos del campo, que corrían bajo el estribo, mirando de tanto en tanto la prestancia del jinete. Vi al Choco, Mono y Nomemires, al tranco del caballo del tío Ramón Garrido, ni uno más adelante ni otro más atrás, perros nacidos para sacar los baguales de la quebrada. Fue emocionante escuchar la descripción histórica de los cimarrones uruguayos, herencia de los campos antiguos, perdidos en los cerros de la hacienda, pero que sabían que lo de ellos era su sociedad indisoluble con el gaucho charrúa. Pampero, el mejor cimarrón de Expo Prado 2024, venido desde Cerro Largo, junto a su amo Julio López, se colgó, sin discusión, la presea.

Ni hablar de la guardería de borregos y toda la interacción con las familias asistentes, especialmente con los niños. Fardos de alfalfa ubicados estratégicamente servían de asientos a los pequeños que rompiendo timidez o temores entraban al corral del rebaño. Sabido es que los corderos sobrepasan todos los límites de la humildad y lo han demostrado en su más que milenaria historia, acompañando al pastor, dando abrigo y alimento. Mas los pequeños borregos son intrépidos, valientes y con mucha personalidad, la suficiente para entregar su impronta, ofrecerla y cultivarla con los chiquillos de la ciudad. Texel, merinos y cabeza negra, ahí no había racismos, desprecios ni miradas por encima del hombro.

El galpón de gallinas y conejos congregaba un público muy especial, un nicho diferente, casi incomprendido, tanto por la gran ganadería cómo por citadinos pragmáticos que sólo les sirven en el supermercado. Diferentes razas de conejos anunciaban sus atributos cárnicos, peleteros y también de belleza. Los cantos interminables de los gallos mostraban ese folclor y cultura, que es música para los oídos de los criadores. Como nunca faltan las casualidades, pude compartir con Guillermo Recalde, de Cabaña Don Pedro, ganador del primer premio de la raza Orpington Leonado, un precioso gallo amarillo. Simplemente éramos seguidores por Instagram de nuestros criaderos, y fue una gran sorpresa, alegría y camaradería.

Uno de los centenarios graneros nos llevaba a otra dimensión, no imagino ir a caballo en el campo y rodear novillos normandos ni charoláis. Que belleza de animales, gigantescos y dóciles a la vez, pero sabedores de su presencia y poderío. Uno lechero y otro de carne, ambos de origen francés y conquistadores de lejanas latitudes. Guillermo Sánchez, con nostalgia, recuerda sus animales normandos como mansitos y hermosos, pero inapropiados para los cerros de Putaendo, al ser un ganado lechero y con altos requerimientos. Ahí estaban echados, rumiando y con la mirada perdida, seguramente pensando en sus fértiles campos del Uruguay interior, gaucho y productivo.

Los gauchos con sus boinas uruguayas ya están palpitando el fin de la Expo Prado 2024, los galpones centenarios están quedando en silencio, sus razas predilectas de vacunos, Hereford y Angus ya van camino a los campos de Tacuarembó, los de cielos abiertos, por allá en San Gregorio de Polanco. El ciclo productivo debe seguir, los cimarrones ya terminaron su descanso, los caballos criollos demostraron en pista lo que son las paleteadas, el mugir de los toros va por esos alambrados y tranqueras en busca del rebaño, la vida continúa y los 400 años de ganadería del país, buscará nuevos desafíos.

 


 
 
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