“Antes sí que nevaba, aseguran los antiguos”, murallones de nieve dejaban Los Caracoles, cual laberintos de una vía, durante los crudos inviernos. Meses con la ruta cortada hacía que los movimientos de cargas y pasajeros buscaran los pasos del sur, especialmente por Cardenal Samoré, ex Pajaritos en Puyehue, Osorno. Será posible una diferencia tan significativa en sólo treinta años, el cambio climático avanza sin retorno o estarán influyendo otras condicionantes tecnológicas, de infraestructura, etc. De esos años, una imagen se me viene a la mente, apenas está aclarando, una pluma de ganso cae insistentemente, el viento se calma y Julio inicia su jornada.
En la vida se ven pasar gigantes todopoderosos, en diferentes tópicos, pero cuando los ves entre las montañas, en oscuras tormentas, cuando la naturaleza se te viene encima, sin más remedio que sólo encomendarse, ahí valoras en toda su dimensión esos seres imponentes. La pala mecánica la manejaba con un dedo, el rechinar de frenos y cambios, al parecer era música para sus oídos, entre precipicios y desniveles, no se le movía un pelo. Julio Smith tiene la sangre de vialidad, frío como la montaña, fuerte como los nubarrones, cálido como los rayos y relámpagos de plena tormenta.
Eran tiempos bien diferentes a los actuales, la maquinaria era antigua, prácticamente sólo palas que arrimaban la nieve a las orillas y no existía el cobertizo, para cubrir el camino en el sector “El Mecha”, donde todos los años grandes rodados tapaban la ruta, cercana al túnel. Esos seres han andado la vía desde siempre, el camino del inca, sin duda lo rasgaron a pulso, dicen que los originales utilizaban los “kuikui”, para unir los territorios, y así, abrazando gruesos troncos de puentes, no sólo prolongaban los caminos, más bien construían nuevas historias en comunidades escondidas.
La ruta CH-60, que une las provincias de Cuyo y Los Andes, ha sido descrita entre una de las más peligrosas del mundo, ese caracoleo de 29 curvas no es para cualquiera, ni menos con los hielos invernales. Como contrapartida une dos pueblos desde tiempos inmemoriales, muestra cumbres importantes y trágicas a la vez, como el cerro El Indio, que sepultó tantas vidas en 1984. Nos muestra una amalgama de centros de esquí, en ambos lados de la frontera y rebaños de ovinos y mulas, pisando stipas y trevillos agachados. Al puma vigilante, unos zorros al acecho, tropillas de guanacos caminadores y, en el cielo, un gran cóndor y orgullosas águilas mora.
Ese hábitat fue recorrido por Julio durante muchos años. Los turnos invernales lo encontraban pensando en sus pequeños hijos, Paula, Sebastián y Catalina, quienes junto a su mujer Adriana, constituían su familia. El campamento de Vialidad en Guardia Vieja no tenía secretos en la preparación de su maquinaria, programación de la siguiente jornada y previo al reparador descanso, como buen cordillerano, no olvidada mirar las estrellas, las que relataban nítidamente los siete cambios de clima de las siguientes 24 horas. El clareo de sol, lo encontraba en el campamento de Portillo, su pala amarilla iniciaba el rugido ensordecedor que despertaría la montaña.
El patio exterior del Complejo Los Libertadores no sólo tenía los 50 centímetros de la nevada nocturna, además los deslizamientos propios del techo inclinado que acumulaban un metro y medio, pero algo era diferente, la motoniveladora casi ni se escuchaba y rauda avanzaba en la faena. Otro ánimo se dibujaba en el rostro de ese maquinista, atravesaba de izquierda derecha la explanada, los perfiles de las angostas bermas quedaban al descubierto, definitivamente era otro ritmo. En la mitad de la tarea, bajaba Julio y miraba la maquinaria, con orgullo y también congoja, la antigua Bar Ford Aveling ASG13 del 80, daba paso al modelo 94, mas” la vieja siempre será la vieja”.
La pala de Julio nos lleva a su guarida, al refugio de Portillo y buscando siempre los aspectos que nos ubiquen en el pasado, en sus costumbres y raíces rurales, encontramos ese olor a humedad de bodega, sabor a partículas de fierro pulverizadas por el fuego, nada menos que una fragua, yunque incluido. La imaginación va rauda a fines del año 1815, al gran cuartel mendocino, donde se preparaba el Ejército Libertador para atravesar los mismos caminos que hoy transitamos. La historia describe el movimiento continuo de arrieros, carros y soldados y el “ruido permanente de los yunques”. Las armas actuales de Julio, eran las cadenas que cubrían grandes neumáticos de sus Bar Ford, y debían estar siempre en condiciones.
Puede que las maquinarias modernas que deshacen la nieve, sean las responsables que no se produzcan los muros de antaño, el cambio climático, forma de trabajar despejes de calzada, berma y cunetas o el cobertizo que eliminó los problemas que ocasionaba “El mecha”. Voy a la vialidad antigua, al arreglo de cadenas en plena tormenta, a los recursos más precarios, a las comunicaciones chicharreantes, a las manos de Julio, a la ASG13 del 80, al corazón de Julio, al gigante de las montañas desmoronadas por la cruda naturaleza invernal.
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