Sabado, 27 de Abril de 2024  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… Los Higos de don Carlos Ordenes

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

 

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Avanza marzo, las noches están más largas, y lentamente las hojas de los árboles comienzan a caer. Las higueras también van delatando, con esta descarga, los higos muy maduros que inician ese arrugado que guarda mieles muy intensas.

Tenía que ver a mi amiga Cecilia Ramos, de la Florida en San Esteban, y me arriesgué con una pequeña caja de higos, pues en la zona rural, se acostumbra a llegar con algo en las manos. La verdad no estaba seguro si gustaba de ellos, pues es una fruta que te gusta mucho o nada. Su cara al verlos me dejaba ciertas dudas: se quedó sin habla y de inmediato me tranquilicé, pues me explica que estaba transportada a sus quince años, cuando Carlos Ordenes, del Huape, comercializaba sus productos en las Termas del Corazón, en Cariño Botado.

La historia ya se estaba escribiendo, su emoción era algo que no dejaba desperdicios, los detalles se iban escapando en la medida que los probaba una y otra vez, como asumiendo que estaban recién tomados de la mata y completamente limpios y sanos. Yo disimuladamente acomodado, ni siquiera incentivaba esa memoria que iba y venía por los recovecos del Huape. Describe como si fuera ayer, la llegada de don Carlos al lugar donde trabajaba su madre Filomena Otárola, no solo con brevas o higos, también con tunas, chaguales y quesos de cabra. Los caminos polvorientos, bosques esclerófilos y balido de las ovejas, se sienten fuerte y claro en nuestra imaginación, a la usanza de los años 70.

Las brevas ya maduras le recuerdan la época de Navidad, el burro de don Carlos le cierra la escena y la Ceci ya sentada, tira muchos nombres que intervinieron en ese recorrido de su vida. Presenta una libreta, pues definitivamente la historia es para compartirla. Semana a semana la cosecha se hacía presente y las termas del Corazón eran su principal destino. El burro subía lentamente el camino, su carga hábilmente estibada permitía, incluso, la monta del jinete en la zona del anca, así vigilaba los productos sobre la grupa. Sus duras manos y habilidad en la cosecha de las tunas, con el tarro amarrado a un palo, mostraban ese producto antiguo, que aún mantiene los sabores originales.

Eran los tiempos de las higueras a orillas de canal, grandes, fuertes y eternas, esas que anidaban tórtolas, zorzales y diucas olvidadas. Grandes escaleras hechizas escalaban esas ramas quebradizas, que solo podían usarse en la mañana muy temprano o en tardes frescas. Don Carlos tenía el secreto para llegar a la última breva, esa que maduraba al vaivén del viento raco, que bajaba de la media falda del cerro. Además de dominar la grana de los frutos, al saber que una vez tomados ya no madurarían cortados, serían insípidos, se perderían y no conservaría la clientela. Los canastos de mimbres tapizados interiormente con sacos de arpillera eran los indicados para evitar maltrato de los valiosos frutos.

Las majadas de cabras eran comunes en la época, entre praderas naturales, ramoneo de espinos y rastrojos de cultivos, podían mantenerse en sus pequeñas parcelas. El encierro de tarde era fundamental, para evitar mermas por ataques de perros baguales o algún puma perdido en inviernos rigurosos. La madrugada era clave para realizar la ordeña, que se iniciaba a las 7 de la mañana, luego de un desayuno elaborado en la cocina de campo aledaña a la casa. Un fuego de leña templaba y hacía hervir la pava que sacaba los sorbos de te de don Carlos, perfumados por hojas de durazno, dentro de tachos enlozados. Más tarde la magia del cuajo, cortaba la leche para realizar los grumos que, estrujados sobre zunchos, formarían los quesos.

En los tiempos de don Carlos Ordenes, los chaguales crecían de manera abundante en laderas de cerros del Huape, los que eran cosechados para realizar especiales ensaladas gourmet, aunque dicha palabra no era tan utilizada, como en la actualidad. Con el tiempo ha ido desapareciendo esta hermosa planta suculenta y se encuentra normada su extracción por la Ley de Bosques. Las plantaciones de paltos han sido los enemigos principales al competir con su ecosistema de laderas de cerro. La única mariposa gigante chilena llamada “mariposa del chagual “, cuya larva se alimenta exclusivamente de esta planta, es una de las principales afectadas por el uso indiscriminado que a veces se realiza.

Mi amiga sigue poseída en tiempo y espacio, ya recibió a don Carlos, se enteró de las novedades, disfrutó de las mejores brevas y lo ve alejarse, ya sin la carga, sólo los canastos colgando a ambos lados de la grupa. De pronto, recorre con él, la ruta de regreso, para detenerse en un icono de la época, la quinta de recreo “El Hoyo”, atendida por sus propios dueños, doña Juanita Herrera y don Evaristo Arias. Ya he colapsado por su memoria, incluso en la actualidad, la propiedad es habitada por la hija María elena. Don Carlos ya se encontró con parroquianos amigos, conversó chichas y mistelas, vendió toda la carga y había que celebrar y si algún día se le pasaba la mano, don burro lo transportaba, sin inconvenientes a la ladera del Huape.

El folclor se encuentra en la memoria colectiva de todos los andinos, es como si el recorrido de una micro rural, activara la ruta que hemos caminado, los viejos conocidos, los sonidos del bramido triste en una tarde cargada y las lluvias mil de abril. Dejo a mi amiga Ceci con ese dejo de nostalgia por los viejos tiempos, me retiro completamente lleno con su relato, mas algo me intranquiliza, creo que he quedado en deuda con tunas, quesos y chaguales.

 


 
 
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