Qué duda cabe que somos el control aduanero terrestre más importante de la zona central, y el principal de carga a nivel nacional, de este tipo. Las estadísticas no importan, ésas la manejan los expertos, los ministerios respectivos, los funcionarios responsables. Somos un pueblo fronterizo y al menos, a nivel general, deberíamos conocer algo de la historia de esa rica experiencia aduanera. El turismo, muy organizado en estos tiempos, tiene mucho que decir en el tema, y esto es un verdadero hallazgo, a pesar de estar en los anales. Los países desarrollados viven de su historia, obviamente nosotros, aunque menor, también la tenemos, por ello debemos elaborar la forma de como plasmar el relato.
Hace unos años, el administrador de aduanas, de la época, Nelson Ortega me habló de un control aduanero, ubicado en Río Colorado, perdido en el tiempo, en los registros polvorientos y en los recuerdos de funcionarios fallecidos o jubilados. Hace muy pocas semanas Eduardo Castillo, camino a la montaña, me indicaba que en el cruce de Rio Colorado había una picada, llamada “El nido del pichón”, que era parada obligada en esos recorridos de antaño, cuando los funcionarios subían a los fríos refugios de piedra y hormigón. Coincidentemente hace mucho más tiempo, Roberto Rojas Cancino, alias El Siete, me hablaba del antiguo Hotel Novile, también en esa estratégica entrada a los pasos de la montaña escondida.
La memoria de corto plazo es la que normalmente tenemos presente y especialmente a la juventud, le cuesta imaginar el camino que tuvieron que realizar sus viejos y ancestros. Mas una vez dentro del túnel del tiempo, la huella se recorre sola, los hechos se digieren y los conectores de épocas, siglos y acontecimientos se presentan de manera mágica. Y como no hacerlo, si por ahí transitaron los picunches con sus alabadas cerámicas, los huarpes traídos por la colonia, los incas camino a Uspallata, para ver los filones de plata. El Ejército Libertador y sus diez mil mulas, los turistas del 1800 en las carretas tipo diligencias, arrieros, mineros y también yeguas madrinas con arreos de cencerro.
La historia ofrece dos fechas claves, en la relación fronteriza de ambos pueblos: la fundación de Santiago en 1541 y la de Mendoza en 1561. Esto ha significado, desde estos albores, un flujo de personas y mercaderías, que poco a poco fue incrementándose, hasta nuestros días. San Esteban hacía de cabecera de frontera a través del antiguo camino Real, lo que hoy conocemos como avenida Tocornal. No sólo eso, la aduana de control de pasajeros y cobro de impuestos se ubicaba en la ribera norte del río Aconcagua, conociéndose como Resguardo de Río Colorado. En el libro “Historia de San Esteban”, registra que este paso de control existía ya en 1721, pues hay documentos sobre sus reparaciones.
El Servicio Nacional de Aduanas recuerda una fecha muy importante el año 1774, cuando el gobernador Agustín de Jáuregui la establece definitivamente. Esto no quiere decir que su historia no fuera anterior, pues ya en 1503 se creaba la Casa de Contratación, más adelante el Almojarifazgo, también la Alcabala. Mientras ocurrían todos estos cambios ya se hablaba que en 1708 desde Argentina a Chile cruzaban numerosos rebaños de caprinos y ovinos, cebo, cueros, arrobas de yerba mate y sin duda azogues. Ese era un punto neurálgico, no sólo se captaba el movimiento normal proveniente desde Argentina, pues también caían los arreos clandestinos que arriesgadamente ingresaban por el paso, hoy denominado la Cruz del Padre.
Amarillentos papeles, de principios del siglo XX, en el Archivo Nacional, nos muestran un plano de Área del Resguardo. Es un plano muy simple, mas describe su inserción a la entrada de Río Colorado, con un sector de acopio o inspección y dos despachos a cargo de los funcionarios Gregorio Villegas y Bonifacio Parracida, sin duda el turno que se encontraba a la sazón. El camino público atravesado por un puente que mira al Colorado y Juncal. Al noreste describe el proyecto del canal Las Perdices e imponente recorriendo de occidente a oriente el recientemente inaugurado Tren Transandino. Este enclave no es fortuito, pues la trashumancia utilizaba esa entrada a los bofedales de altura y bajaban también con hatos argentinos.
Curiosamente el plano mostraba la línea del ferrocarril, quizás sin saber que sus recorridos, significarían el principio del fin del gran Resguardo. Esa gran obra de ingeniería, destacada a nivel mundial tomaba la posta del control aduanero, empinándose a establecer un futuro complejo en frontera. Dichas instalaciones demoraron muchos años, pero también los doscientos años de funcionamiento del Resguardo pasaban la cuenta, con una infraestructura muy deteriorada. El ferrocarril permitía el control en los mismos vagones, apoyado por las construcciones en piedra del Cristo Redentor y Caracoles. Nada más y nada menos que 450 años de historia de una aduana hasta antes de llegar a lo palpable del complejo Los Libertadores y el moderno Cristo Redentor.
Una verdadera fotografía, totalmente costumbrista, es la descripción que realiza Manuel De la Cruz el año 1870 en su “Diario de un viaje desde Mendoza a Aconcagua”: Las habitaciones del Resguardo de Río Colorado son nuevas, cómodas y creo que suficientes para el comandante y 3 o 4 guardias de aduana más que lo acompañan. Al frente y al norte de estas hay unos parroncitos, hortalizas, árboles frutales y terreno cultivados.
El tráfico cordillerano era celosamente auscultado por los guardias aduaneros cuando llegaban los arrieros, viajeros, comerciantes o correos, debiendo pagar la cuota respectiva. Recuerdo que, a principios del siglo XXI, en Guardia Vieja se bajaba el control fronterizo, en los crudos inviernos, emulando inconscientemente la metodología del Resguardo.
Los siete cambios nocturnos de la noche ya se llevaron el Resguardo, una tropilla de guanacos husmea los cuartos vacíos de Villegas y Parracida, como sintiendo sus cuerpos fantasmas que, cuales centinelas, merodean las mercancías. La subida del tren ya cambió de funcionarios, las risas de Gómez, Gonzalito, Bastías, Sánchez y Subiabre, animan los nuevos tiempos. De reojo miran tres nogales, en el patio oriente, ya sin hojas que estoicos resisten temporales entrelazando sus añosas raíces. El viento actúa implacable en los muros centenarios, hasta que en 1937 la familia Porzio Caniggia, adquiere la propiedad como casa de veraneo. Hoy Soledad Prieto y Agustín Prieto, como cuarta generación recuperan la historia, con todo su relato aduanero, convirtiéndola en el más hermoso Hostal, para Aconcagua, llamado “Casona El Resguardo”.
Soledad y Agustín ya nos están esperando para compartir la historia familiar, una imperdible crónica de pueblo, en uno de los próximos capítulos.
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