Viernes, 12 de Diciembre de 2025  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… El Espíritu de don Aurelio

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

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Cuando a fines del 1800, don Aurelio Contreras, ingeniero agrónomo, recorría los campos del fundo San Regis de la familia Espínola, miraba un rincón de Cariño Botado, donde asentaría su familia. Unos potreros planos, eran los elegidos por el capataz, a cierta distancia de la gran casona del siglo XVIII, que aún nos deslumbra por su magnificencia y cuidado. Si bien no son comparables, ya se diferenciaban en los planos, croquis, levantamientos, materiales y destinos. Lo que sí, es muy necesario destacar, es que unos maestros tiraban lienzas, niveles, cimientos, paredes y hasta balaustres de mañíos, que aún sobreviven en la actualidad.

Don Cristian Tapia Hurtubia, actual propietario, desde la oficina de su empresa constructora, ubicada en el segundo piso de la casona de don Aurelio, esa misma que fue construida hace 125 años, respira el aire de esa época, la historia y la impronta de los maestros del siglo XIX. Sus relatos van y vienen, un siglo pasó en dos horas de conversación, es como que unos viejos papeles amarillentos mostraran con grafito líneas que parecieran vigas, espacios vanos de puertas y ventanas, pisos de ladrillos y adobes de 35 kilos. Todos esos planos transformados en modernos render, que grandes pantallas Mac-Apple nos muestran en el proceso de restauración.

Si bien es discutible que el destino de una persona exista, obviamente las historias del costumbrismo nos la muestran una y otra vez. El pequeño Cristian nacido en Putaendo, tuvo un estrecho contacto con el adobe desde muy temprano, al ver trabajar a su abuela materna como alfarera, en ese territorio histórico. Posteriormente sus estudios iniciados en 1972 en la Universidad de Chile de Valparaíso pasaron de sus deseos de ingeniería a la escuela de construcción civil. Una práctica en 1978 en la dirección de obras de la municipalidad de San Felipe, lo hizo toparse de frente con el destacado arquitecto Juan Rojas Polloni, especialista en construcciones de adobe. El barro, la paja larga, y sus procesos de amalgama, definitivamente le mostraban el camino.

Avanzaba la vida, y ese rumbo lo llevó a la municipalidad de San Esteban, con el alcalde Alberto Catan, a poco andar se produce el gran terremoto del año 1985, su tarea arriba de una camioneta del Nino Zenteno, lo condujo a realizar un levantamiento de las casas que debían demolerse. Coloquialmente repite una frase de la época “se aprende más de las cagadas”, 300 fichas de casas para demoler, muchas de adobe, pero especialmente de madera, las que se arrugaron “como papel”. No olvida la casona de don Aurelio, un habitante muy particular que a regañadientes lo atendió, revoque muy raído, palomas por doquier, grietas de poca importancia, sin desaplomo, definitivamente una construcción estoicamente parada, sin informe para demolición.

Estando instalado en su oficina constructora en calle Papudo con Tres Carreras, luego de muchos trabajos diferentes, se acerca ese mismo personaje que conoció en 1985, en la conocida casona de don Aurelio. Ya era 1999 y don Raúl Contreras, con signos de ir saliendo de un garito de la cuadra, le ofrecía en venta dos mil metros que limitaban con la construcción. Múltiples idas y venidas a Cariño Botado, al conservador de don Jorge Barrientos, notarias, googleo y aclaraciones con cuatro ventas anteriores indocumentadas, se logró finalmente la compra del terreno.

Hurgando en la historia familiar de don Raúl Contreras, quedó como heredero de unas tías que lo criaron, le dieron educación, terminando la escuela secundaria en el sector de La Hacienda de Quilpué, e ingresando al Pedagógico de la Universidad de Chile en Santiago, estudiando Historia. Primo de la familia Barahona, no terminó la carrera y lamentablemente le fue ganando el alcoholismo. Don Aurelio Contreras a principios de siglo cabalgaba en su caballo colorado, viendo los fértiles campos de la hacienda San Regis. Su escasa descendencia se vio absolutamente interrumpida con la trágica muerte de su hijo, al explotar una caldera de su trabajo.

Antes de fallecer el último heredero, don Raúl Contreras, vendió otros 2500 metros a Don Cristian Tapia y posteriormente la casona. La restauración no era fácil, intereses de una parte de la comunidad por demoler era un tema fuerte, debido a lo complicado del camino, una vuelta en 90 grados, que, al desaparecer, haría más expedito el desplazamiento. Dos órdenes de demolición debieron resolver, al adjuntar memoria de cálculo y estudios arquitectónicos patrimoniales.

La reconstrucción era un desafío emocionante, se volvía al origen, fines del 1800, a una casa de dos pisos, bastante poco común, un cascaron que daba a la calle, escondiendo su interior y un ochavo, que la hacía utilitaria, al poder recibir trabajadores y realizar los pagos. Levantaba la cubierta, ya sin las tejas originales, extraía dos camionadas de guano de palomas, revisaba travesaños de álamo y roble, cielo entablado de coihue, muros divisorios de tabiques rellenos con adobe. Un delicado trabajo rescataba al máximo los materiales originales, puertas y ventanas, algo de papel mural, piso de laurel y roble y los elegantes balaustres de mañío.

La casona de calle Reyes 1105, en Cariño Botado, rescata un par de leyendas: su color rojo, que era protector, luego de la peste del cólera, a principios del siglo XX. Además, los cimientos encontrados en el patio interior, supuestamente el boca a boca indica que era la capilla del predio, donde parte del ejército libertador oró previo a la batalla de Chacabuco.  Accesos, comedor y cocina restaurados, donde el adobe era el material principal. Su expertiz le indicaba que la arcilla debía estar con paja larga, muy bien unida formando plaquetas, evitando decantación y laminado. Era clave un gran techo de tejas, muy pesado, que comprimiera los adobes, convirtiéndolos en prácticamente eternos.

Don Cristian ya va terminando el relato, baja la voz de manera ceremoniosa y la emoción lo toma desprevenido, balbuceando lo siguiente “acá está el espíritu de don Aurelio”, parte de nuestra historia, el encuentro con mi mujer Anita Muñoz en Los Campos de Ahumada el año 1986, la hacienda del 1900 y pese a las adversidades, un patrimonio recuperado. Me despido, bajo pensativamente los 14 peldaños y se escucha claramente un relincho que estremece, como emulando al encabritado y reluciente pingo colorado del 1900.

Nota: Agradecimientos especiales a don Cristian Tapia H., por su detallado relato, que permite rescatar una importante historia del valle de Aconcagua a Costumbrismo Rural y sus crónicas de pueblo.

 


 
 
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