La historia los ha descrito por miles de años, su presencia no provoca indiferencia y lo más atractivo para los estudiosos, es que él lo sabe. Quizás el horario del canto lo haya elegido para hacerse notar o para no tener competencia en el apagado del silencio. Pudiéramos seguir interpretando su conducta, mas el tema que ahora nos ocupa es poder captar el sentimiento de los artistas a nivel nacional, al participar en la inauguración de la exposición “100 Gallos para Recoleta”, celebrada el 4 de agosto, a las 19:30 en la Sala Quinta Bella, Corporación Cultural Recoleta.
El mundo cultural abre muy bien los ojos durante la ceremonia, el murmullo permanente no difiere en absoluto del sonido ambiente del gallinero. Ansiedades y comentarios se apoderan de los expositores. Los colores inundan la sala y los asistentes llenan de fotos sus celulares. Ya no hay apuntes con lápices ni flash de cámaras fotográficas, como antaño. Paula Burchard, artista nacional y organizadora de la exposición, junto a Virgínea Cordero, dan los primeros pincelazos, que nos ayudaran a entender lo variopinto de las visiones pictóricas.
La imagen de nuestros campos, no podía estar ausente, es así como un revoloteo del gallo que lleva cientos de años en el Aconcagua, es captado de una manera muy hermosa, por la artista andina Ximena Vega. Ella es diplomada en la Universidad Católica en artes visuales y el manejo de los trazos la lleva por el óleo, paisajes y nubes. Llama la atención la cresta muy colorada que contrasta con las orejuelas blancas, herencia de la Menorca española. Los colores bajan en cascada desde el cuello hasta la cola, donde funden y difuminan los tornasoles, propio de los cantores del fundo.
Para Paula Burchard Señoret, artista y cirujana, heredera de grandes arquitectos, ceramistas, paisajistas y grabadores, su obra está ligada a la simbología del gallo. La imagen de su abuelo pintor, quien a sus telas les pasaba cebolla y trementina, le recuerda la gallardía del gallo. En una entrevista con Mónica Silva Monge, explica que es un símbolo muy poderoso, relacionado a mitos y leyendas, religiosidad, libre pensamiento, pasión, independencia, sangre, lujuria, fuerza del macho y amor a la naturaleza.
Cien pinturas hacen cacarear los muros, debido a su calidad, realismo y surrealismo. Los pintores saben que sus dos pigmentos base (rojo y negro), han originado una gamma casi infinita de colores, la misma que podemos observar en los trazos alzados, que dan movimiento a sus obras. En una primera mirada, se puede ver la historia que quisieron mostrar, sin embargo, busco con premura y con un dejo de arrogancia, lo que un gallo criollo de los campos nacionales quisiera encontrar.
Ximena Cuadra Bastidas, pintora, educadora y fotógrafa porteña, no quiso dejar fuera la presencia femenina y como buena criadora de aves, nos presenta en un óleo sobre papel, una pareja de abedules. Su vivencia de niñez en los campos de Rancagua, le hace rememorar un toque de criollismo, al representar su obra con una prominente barba tufúa. Y la gallina de trazos juveniles y delicados, con una importante cresta de rosa o arveja. Ambos ejemplares se ubican como flotando en la bajada de un río, envueltos en nubes arreboladas de media tarde.
Teresa Núñez con su óleo sobre tela nos lleva definitivamente a ese campo antiguo de las criadoras campesinas, al presentarnos un gallo andariego y peleonero. Cómo no imaginarse la escena del que no respeta jerarquías, pues con su porte un tanto esmirriado, ha querido sobrepasarse con las preferidas del jefe. Su actitud es de “hasta la vista no me acuerdo”, al escapar rápido luego de una severa llamada de atención y presentar un plumaje todo embarrado y hasta con la suciedad de las bostas frescas de la vaca frisona.
Ni portonazos ni encerronas, es lo que aporta Romina Aura con su pelea de gallos. Preciosa disputa de tres machos territoriales, en busca de lugares prominentes que les permita recorrer la bandada de manera atenta, pero tranquila. Que su porte lleve a la calma y enfrente los peucos, que dirija las negociaciones con el gallinero del vecino y provoque a las gallinas a poner los huevos más brillantes y de colores únicos. El que pueda plantarse en la percha más alta y destemple la noche calmada a las cuatro de la madrugada.
El gallo colorado tapado de Angélica Jopia, realizado con una inspirada técnica sobre acrílico, interpreta muy bien el caminar de la historia criolla, su pintura nos indica con certeza estar en presencia del “puto amo”, donde su mirada no pide explicaciones, sólo las espera…Ese macho que, aunque tenga sus años y le cueste escalar las tranqueras, sigue contando con el respeto del gallinero. Para mí, se acerca mucho al carácter de las razas surgidas, bajo la mano de los indígenas, sambos y campesinos.
Quinta bella se ha llenado de perchas para albergar el talento nacional, mostrando al cantor de potreros y traspatios. Reconociendo su incansable vigilia en favor de la bandada . Cien destacados artistas han sido convocados, los cuales con diferentes técnicas han buscado interpretar una enigmática ave que, si bien es conocida por todos, logra esconder los secretos del campo, esos que nos miran desde la oscuridad y que no transparentan ni siquiera en el alba.
Paula Burchard nos presenta una imagen arquetipo del gallo, guiándonos desde las tinieblas a la luz. Costumbrismo rural y sus crónicas de pueblo ha intentado descubrir algunas visiones del mundo cultural pictórico y de esculturas, hacemos votos para que esta imagen tan universal, haga carne en futuras obras, donde se desplieguen y canten los trintres, tufuos, patojos, calchones, copetones, cogotes pelados, tusones, kolloncos y ketros. Así habrá valido la pena la crianza de las campesinas y sus setecientos años de historia en nuestros queridos campos.
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