Te conocí un sábado de invierno de 1983 en la Iglesia Nuestra Señora de Fátima. Esa noche se realizaba una peña folclórica a la que me habían invitado. Te vi de abrigo negro, gorro ruso entonces de moda. Tenías poco más de 20 años, y estabas terminando pedagogía en música. De ese evento, recuerdo que tu hijo mayor dormía en la funda de la guitarra, y por eso sabemos de dónde Víctor Daniel sacó el talento musical con que nos deleita. Esa noche, cantaste y acompañaste a otros a cantar. Sin duda, eras ya uno de los más importantes músicos de la ciudad. Nos convertimos en amigos y compañeros de las acciones político-culturales de aquella época, que marcaron para siempre nuestra amistad. Treinta y ocho años después, a modo de despedida, y con lágrimas en los ojos, escribo esta nota.
Al concluir los estudios comenzaste a ejercer en colegios de Los Andes, convirtiéndote en maestro de jóvenes músicos que hoy lloran tu partida, a quienes enseñaste a tocar guitarra, piano, teclados, flautas, zampoñas y casi cualquier instrumento que existiera. Con ellos también formaste conjuntos musicales, y, como buen educador, ayudaste a que se convirtieran en personas de bien.
Junto con el trabajo profesional, le dedicaste tiempo y energías al conjunto Chungará, creado en 1976 por Mario García y otros alumnos del Max Salas, al que te integraste poco tiempo después de su fundación. Te recuerdo en los ensayos del grupo en casa de mis padres en la Villa Manuel Rodríguez; en la ya desaparecida Escuela Parroquial, en Yerbas Buenas y O’Higgins; en el restaurante Willy, en Maipú y Avenida Argentina; entre otros lugares. Parece que te veo entregando el tono para sacar una canción; regañando a tu querido ahijado, Germán, quien seguramente se había quedado “pegado” en alguna canción de Silvio en lugar de poner oído a las notas de “Morenada para Los Andes”; mirando con cariño al Lolo González; con severidad a Marcelo Doñas; oyendo con deleite la voz maravillosa de Mario García.
Alguna de esas noches de carrete, me “confesaste” que te gustaba más el jazz que la música andina que Chungará tocaba y, creo, fue una de las razones por las que el conjunto fue mutando de lo puramente nortino al jazz fusión de los últimos tiempos.
Te recuerdo tocando en la misa de 12 en la Iglesia Santa Rosa, compromiso por el cual el cura de turno prestaba la “Parroquial” para los ensayos. Lo cierto es que a Chungará se le hacía difícil cumplir porque era domingo, y la noche anterior en alguna peña habían estado tocando hasta tarde. Sin embargo, como buen católico que eras, le ponías tinca para cantarle a Dios.
Junto a Chungará, querido Vitoco, fuiste un faro que iluminaba los oscuros años dictatoriales, participando activamente en cualquier iniciativa que surgiera de los sindicatos, juntas de vecinos, organizaciones de defensa de los Derechos Humanos como la Codeju a la que también pertenecías.
En las últimas décadas te fuiste a vivir a San Felipe, pero siempre seguías ligado a Los Andes y a Chungará, aunque tu inquietud musical te hizo formar grupos para explorar otros ámbitos de la música. También sé que, para ti, era un gran privilegio tocar con tu hijo y con jóvenes que habían sido tus alumnos, como me lo dijiste más de una vez.
Es cierto que en el último tiempo no nos veíamos tan seguido, cuestión que lamento ahora, aunque, hablábamos constantemente por teléfono. La última conversación fue hace menos de una semana cuando me llamaste para contarme de tus males, y pedirme un libro. Te dije que podrías seguir viviendo y tocando sin problemas y que ya nos encontraríamos en alguna tocata. Lamento tanto haberme equivocado…
Querido Vitoco, tuviste una vida corta pero intensa, rodeado de tus seres amados y de tus amigos. Fuiste un hombre valiente que luchó por la libertad y la justicia en momentos oscuros. Formaste músicos que son buenas personas. Deleitaste a tu ciudad con tu voz, el bajo y la guitarra. Dejaste una huella imborrable entre todos los que tuvimos el privilegio de contar con tu amistad. Ahora, cuando estás viendo la cara al Dios que tanto amabas, di tal como el poeta Amado Nervo:
“Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”
¡Hasta siempre querido Víctor (Vitoco) Acevedo!
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