Domingo, 23 de Marzo de 2025  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… A yegua suelta

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero.

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No olvido las fiestas tradicionales de Calle Larga, cuando el ahora Parque Urbano marcaba una angosta pista y dos jinetes en pelo largaban arriba de un alazán y otro barroso. Entre cascotes de barro, a toda velocidad, mientras los asistentes indicaban con sus manos, un chicoteo virtual, que corría como un murmullo en una galera improvisada. Así se vivían en los años sesenta las fiestas patrias, en las acampadas tierras de Los Andes. También recuerdo la entrada al Parque Cordillera, en 1988, cuando la formalidad de la inauguración de Filan nos hacía vivir una quimera propia de otros tiempos.

El sábado 8 de marzo recién pasado trae todos esos recuerdos: portones abiertos de ese antiguo parque, calles aledañas y parqueaderos repletos de vehículos, hacen olvidar en parte los oscuros tiempos de la década pasada y un cierre obtuso, por falta de diálogo de mucha gente. El movimiento por una nueva fiesta tradicional hace olvidar en parte los años perdidos, y se puede mirar a un futuro auspicioso, con autoridades con ganas de tener una mirada diferente. “Dele paso a las yeguas capataz, que suenen las vihuelas, alivie la garganta de las cantoras y que comience el tranco de las piaras. No afloje el ritmo compañero, que el grano está que se parte”

Hay tonos de campo, por donde quiera que se mire. Unos fardos de alfalfa de buen corte, anima unos relinchos de aguaite, las horquetas con mangos de trebo brillan en el aventeo, unas guainas pícaras ensayan el escobillado, mientras Alexis Chasky prepara varias heladas artesanales. La era ya está preparada, las gavillas de trigo amontonadas, recuerdan los lomajes del 30, cuando el valle era cerealero, y quizás no es exagerado pensar que estas fiestas, traídas por los españoles, eran los centros de reunión por excelencia, durante toda la colonia. Ya cuesta encontrar cultivos de trigo en la zona, más pega para el capataz, hallar y traer las gavillas que llenen la era. Al menos hay buen viento para aventar, mientras la Mirtha Iturra ya ha soltado varios acordes y tonadas con aplausos de los comensales.

Juan Diablo, el incombustible personaje del río, mira incrédulo el ajetreo de los huasos, se afirma bien en una tranquera y vuela al pasado con unos pensamientos criollos, dando rienda suelta a la etapa de las carretelas y a la amansa de sus mancos. El tiempo corre mientras ensilla un azabache, sólo para darse el gusto de comprobar si sus pensamientos están acordes con la sorpresiva realidad. Estira su mano a José Domingo Ayala, el capataz de la trilla, como dando la bienvenida a su espacio, un rincón que lo acoge por más de 30 años, al que a diario le susurran las aguas de su Aconcagua, aúllan los perros abandonados, y rascan el techo unas calchonas extrovertidas.

José Domingo, a sus 55 años, ya ha recorrido todo lo que tiene que saber del campo, su agricultura y ganadería. Conoce de pasos lentos y galopes de atrinque, subidas a pasos cordilleranos y vivencias con la teta de las cabras, al nacer en llanuras extensas de Campos de Ahumada. Si bien hoy recorre pagos en la localidad de San Miguel en San Esteban, no olvida las fiestas de la trilla, cuando las gavillas cargadas en burros y burdéganos eran trasladadas a la era. Es la imagen del campo sanestebino, nacido y criado ahí, amigo de todos, ese hombre que en el silencio ha sido comunalmente “destacado “, el que miró las porterías de los rodeos y siempre se mantuvo al aguaite en las corridas de San Miguel, El Higueral y Las Bandurrias.

El bagaje le sale por los poros, veinte yeguas sueltas se inquietan en el corral, mientras un potro cariblanco, amarrado a las quinchas de un camión, con su relincho anima la manada. Ya se separaron la mitad de las piaras, los horqueteros distribuyeron en la pista unos montones sacados de la parva. Con una sola mirada don José ordena el “principeo”, tres huasos arrean el piño, el capataz siempre a la mano de adentro, las cantoras sueltan las tonadas, mientras tres vueltas de las yeguas van y vienen, en tres períodos, separando así la paja del grano. Que salgan los huasos, que salgan las yeguas, que los horqueteros ya tienen que llenar nuevamente la pista, el polvo ya se pasa, las heladas agotan la sed, pero la pega de capataz sigue y suma, viendo tirar el grano a la orilla.

Se reabren las puertas del querido Parque Cordillera, ese junto al cual crecimos y nos hicimos viejos, tantas nostalgias, aciertos y tristezas. Imposible no ver a Bernardo Vargas Pizarro recorrer los caminos de la Feria, conversando con el maestro Pérez y don Ruma; a Sergio Vargas Jara, aportando su sabiduría costumbrista y a Adolf Menke Mardones, poniendo la nota técnica de las comunicaciones. Es cierto, hoy estamos de fiesta, sin embargo, un 21 de julio de 2000, la radio Trasandina, en una nubosa mañana, ponía a toda la comunidad andina en profundo luto, al indicar que un accidente automovilístico, en Panqueque, les quitaba la vida a los tres directores.

Un jovenzuelo José Domingo Ayala, conocía en la medialuna de Las Bandurrias a Onofre Olmedo, quien, a la sazón jineteaba los caballos de Oscar Catán. Han pasado los años, mas ese recuerdo marcó un hito en la vida del mayoral, pues por vez primera montaba un caballo inscrito corralero, que lo acercaba aún más al mundo huaso. Lo miro en la trilla, recién pasada, y lo veo a la mano de la parva, con gestos y gritos campesinos, va dominando la trilla, la herencia española de encomiendas y haciendas, de gavillas, granos, y también de sombreros y mantas. Ha terminado la faena, suena la sirena, las brasas, el asado y la canela ya corren en la parrilla de Gancho Ahumada. Usted, amigo Ayala, siga tranquilo su camino, no más, la talla la tiene firme, “pa capataz”.

Se agradece a Alfonso Ahumada Pulgar y a Matías Ayala Madriaga, la información necesaria para descubrir este gran personaje costumbrista, el capataz de la trilla multitudinaria de San Esteban, José Domingo Ayala.

 

 


 
 
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