El “Cabeza de Ajo” lo tenía claro, pues etimológicamente la palabra “matute”, implica traer mercancías y quedar exento de impuestos. Caballerosidad a toda prueba, productos específicos, viajes a diario si el clima lo permitía y alguna que otra triquiñuela, eran los tips que Eduardo seguía en los pasos aduaneros en los años 70.
Múltiples productos se traían desde Mendoza, desafiando las crudas tormentas de otoño e invierno, mas uno adquirió mucha fama, de manera que la “Flaca Yola “, cigarro en mano, apuraba el tranco para traer los jeans Kansas, que todo el mundo quería.
Estrictos jefes aduaneros designaban inspectores en los buses “Cata”, donde al menos tres veces por semana viajaban dichos comerciantes. El “Chico Domingo” y su trabalenguas explicaba con la suficiente rapidez de manera inentendible, para desconcertar al inspector y cuadrar las facturas a su propio interés.
Largos caracoles subían y bajaban al Cristo, alcanzando los 4.500 msnm. Eran épocas sacrificadas, donde los antiguos buses se exigían entre calaminas y bajadas resbaladizas.
La antigua casa de piedra en territorio chileno daba la bienvenida y controlaba aduaneramente a estos viajeros tan especiales.
Inolvidable el “Siete Camisas”, que no encontró nada mejor que ponerse esa cantidad de prendas, superponiendo siete cuellos para disimular su mercancía. No solo no consiguió dicho propósito, sino que se ganó el apodo que aun la frontera recuerda.
Si de nombres hablamos, numero puesto es el “Cara’e Santo”, quien tranquilamente llego a los servicios contralores diciendo que alguien había dejado una jaula con pájaros de contrabando en la barrera de Caracoles, lo que provocó la suficiente distracción, para realizar su “maletazo “con el auto que ya estaba revisado.
Una costumbre de nuestro antiguo país, era realizar encargos a los conductores de los buses, situación que en tiempos actuales está muy normada. Recordado es el chofer “Huaso Lizana”, de Chile Bus, quien cuando no traía ningún bagaggio (mercancía en portugués) se ponía nervioso, de esa manera estaba muy estudiado en la aduana.
En esos años Argentina nos llevaba mucha ventaja y no solo era hermoso visitar la ciudad de Mendoza, sino que ir específicamente a buscar numerosas prendas que el capitalino deseaba. Los “Pájaros Miranda”, eran unos hermanos que las oficiaban de auxiliares y conductores, ahí hacían la clásica: distribuían productos entre los pasajeros para evitar los aranceles.
Yerba mate, cremas, wisky Criadores, cigarros Gytanes de tabaco negro, chalecos de cachemira a rombos, repuestos de vehículos, gamulanes, casacas de reno, jeans Robert Lewis, Lee y Kansas entre otros .El “Pelado Leiva”, en la O’Higgins San Martin, sutilmente dejaba olvidado los diferentes artículos en las innumerables caletas de la máquina.
Las “Pitufinas” no perdían semana y llegaban con sus bolsas repletas, muy educadamente se presentaban como las señoritas Gustaba, Emilia y Lala, caracterizándose en la revisión cuando le comentaban al inspector, por favor, inspeccione, pero “piano piano“.
Eran otros tiempos. El pecado de ahorrarse el arancel era un arte, ni pistolas, ni drogas, sólo la habilidad de personajes simpáticos de personalidad única. Quedaron por siempre en la montaña nevada de otrora. Los caminantes incansables que la retina y memoria han inmortalizado.
Donde quiera que estén, un saludo para esos sacrificados inolvidables que marcaron historia en el comercio con Mendoza: Chico Domingo, Cabeza de Ajo, Pelado Leiva, Campito, Flaca Yola, Miguel Avalos, Lucho Lagos, Morí, Memo Flores, Lucho Pérez, Marchant, Jorge Isaac, Cucho Miranda, Huaso Lizana, Michel.
Sin duda muchos de ellos practicaron la pesca milagrosa del “Siete Rojas “en el riachuelo de Caracoles y los mandaron a buscar tortugas golpeando una olla en las roquerías de la montaña…anécdotas perdidas en el tiempo.
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