Viernes, 11 de Julio de 2025  
 
 

 
 
 
Opinión

Futuro de la educación: la innovación está en las aulas chilenas

Por Juan Pablo Catalán, académico Universidad Andrés Bello.

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¿Y si el futuro de la educación no dependiera de nuevas leyes, sino del coraje de las escuelas para hacer las cosas distinto? Mientras los debates sobre educación siguen atrapados entre reformas estructurales, nuevas evaluaciones estandarizadas y rediseños curriculares desde el nivel central, hay escuelas en Chile que ya están transformando su manera de enseñar y aprender. No lo hacen desde el centro del poder, sino desde los márgenes del sistema. No lo hacen con grandes recursos, sino con creatividad, convicción y pertinencia local. Son comunidades escolares que, sin esperar permisos, reinventan la educación desde el territorio. Y lo hacen mientras el discurso oficial aún insiste en modelos verticales que desconfían de la autonomía y estandarizan la innovación.

Dos colegios chilenos fueron seleccionados entre los diez finalistas del World’s Best School Prizes 2025. El Colegio Bicentenario Cardenal Oviedo, en Maipú, con un 92% de vulnerabilidad, fue reconocido por su proyecto “continuidad de estudios” para jóvenes de sectores populares. El Kingston College fue destacado por “EcoTransforma”, una propuesta medioambiental que vincula el currículum con el territorio a través del uso de hojas de eucalipto. ¿Dónde nace esta innovación? No en un instructivo ministerial ni en una licitación, sino en la lectura crítica del entorno y el compromiso con los estudiantes.

Lo advirtió la UNESCO (2021): “la transformación educativa ocurre cuando las comunidades se apropian del proceso y lo adaptan a sus realidades”. Y el Ministerio de Educación de Chile

ha señalado que uno de los pilares para reactivar el sistema es promover experiencias contextualizadas y fortalecer la autonomía de los equipos docentes y las comunidades escolares (Orientaciones 2023–2025). Sin embargo, en la práctica, seguimos operando bajo una lógica centralista que asfixia las buenas ideas.

La Superintendencia de Educación (2023) ha advertido que muchas escuelas innovadoras reciben observaciones por no ajustarse a protocolos formales. Entonces, ¿qué incentivos existen para atreverse a hacer las cosas distinto? ¿Cuántas veces la innovación muere en un formulario del SIGE? ¿Qué pasaría si el sistema aprendiera de sus propias escuelas?

Quizás la pregunta no es cómo importar modelos desde Finlandia o Singapur, sino cómo escuchar y amplificar lo que ya está funcionando en Maipú o Concepción. Porque la verdadera revolución educativa no se decreta: se siembra, se cuida y se construye desde el territorio. A veces, con hojas de eucalipto en las manos y futuros universitarios en los ojos.

 


 
 
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