Viernes, 4 de Octubre de 2024  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… Cordoneros del Aconcagua

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

 

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De pequeño, cabalgando en los cerros de la costa, solía escuchar al capataz junto a otros vaqueros referirse al cordón de los cerros. Me imaginaba esa línea imaginaria que dibujaba el fin de la cumbre, su altura máxima, una roca que se difuminaba entre la pertenencia y lo ajeno. Una frontera donde postes de acacia afirmaban los utilitarios alambres de púa, mallas ovejeras o ramas de espino en las pasadas difíciles. El cerro normalmente marcaba una ladera segura, única, de talaje infinito, con aguadas frescas y boldos perfumados. Al otro lado lo extraño, inseguro, desconocido, mas cada cierto tramo una angosta escalera, firmemente anclada a un poste, cómo indicando que ese territorio ajeno podía explorarse, bajo ciertas circunstancias.

Profesores y definiciones geológicas no concuerdan con el concepto que siempre imaginé y la cruda teoría dice que un cordón montañoso es “un encadenamiento de cerros”. Otra definición de cordón me va acercando más al oficio de cordonero del Aconcagua, definido como “conjunto de puestos o gente colocados de distancia en distancia para cortar la comunicación de un territorio con otros e impedir el paso”. El milenario oficio de los arrieros, los trecientos años de historia de las carretas en Sudamérica, los ganaderos, las veranadas e invernadas, los ciclos de cría y engorda, en una amalgama va conformando el romantizado mundo del cordonero.

Normalmente las veranadas suben en noviembre y el ganado pasta en las alturas, en diferentes sectores denominados “posturas”, hasta que el clima comienza a cambiar, fines de marzo a primera quincena de abril.    

Don Guillermo, de esos viejos baquianos de Piguchén, El Tártaro y Guzmanes, lidia con sus propios toros, mas cuando sus otras labores se lo impide contrata cordoneros, coloquialmente suben a realizar el “ocho”, es decir van por turnos de ocho días.   Al describir las labores que realizan, me dice entre risas, que tienen que “cordonear”, revisando límites del campo, ver los animales que se encuentran pastando que se hayan pasado a campos vecinos o estén de ajenos en sus propios campos. Medita y comenta que el cordonero debe conocer de ganado y para saber esos secretos, incorporamos a la conversación a don Alfonso Ahumada.   

Uno de los aspectos que resalta es la experiencia vaquera y nombra uno de los cordoneros activos de Los Rosales, cómo don Félix Salinas. Quien recorriendo las numerosas posturas mira los vacunos fijándose en señales, marcas, colores y pintas. Al encontrar una vaca parida no trepida en señalar la cría, mirando la oreja de la madre y repitiendo las formas que pueden ser múltiples en el lado del lazo o la monta, como: muesca arriba y/o abajo, horcón, portillo, zarcillo, tajo de pluma, cola de pato, hoja de higuera, ramal y tantas otras. La capadura de los terneros es otra de sus especialidades, sobre todo cuando la Sociedad San Vicente ha comprado unos buenos reproductores.

Don Guille mira su valle hacia más al norte y se deben coordinar y conocer con los baquianos del Alicahue Paihuén, pues los cordoneros suben los cerros como divisaderos y ven las huellas del paso de animales. Dice que los lugares de pastoreo son muchos, pero habla del Zorro y el Río en Piguchén, Chalaco, Rocín, Majadas, Tambillos, Videla en Ganadera Tongoy y Cordillera de Vicuña en El Tártaro. En sus recorridos deben ver si las pasadas y caminos están buenos o hay que seguir otras rutas y avisar si hay huellas de gente no autorizada. La cordillera se abre y se cierra, los rucos hacen de sombra o abrigo y tampoco falta el asado y destilado.

La conversación ya ha caminado por senderos, quebradas y precipicios, cuyos nombres no he retenido, mas me hace sentido el recuerdo de niño de las escaleras, sobre alambrados que dan a predios colindantes, pues, nuestros personajes no solo deben conocer su terruño, también los del vecino. Es normal que el ganado cerruco, ese que ha heredado la impronta del español originario, busque pasadas y rompa los límites. Don Félix Salinas tiene los contactos de la hacienda Chacabuco de Colina y suele recorrer sus territorios, al tener “nombradas”, que algunas vacas de la Ganadera San Vicente, andan aventuradas en pastos ajenos.

Alguna vez don Mateo, que también recorrió los cordones cordilleranos en tiempos idos, me dijo que tenía “poco lápiz”, haciendo mención a su condición de analfabetismo. Me imagino que los actuales cordoneros ya no tienen ese inconveniente, púes no sólo deben confiarse en su memoria, ante la excesiva información que manejan. Van recorriendo los rebaños, mirando las pariciones y asociándolas a los diferentes ganaderos, señalando, curando ganado lesionado y capando toretes. Si hay pasadas a deslindes extraños, sacar herramientas y solucionar los estropicios, cambiar el ganado de postura y bajar arreos los días previos a los rodeos del plan.

Se aproxima la señalada en las diferentes ganaderas de la zona del Aconcagua, los cordoneros ya están arreando el ganado a zonas más bajas, el puma vigila el andar de las crías, unas señales de muescas y horcones se van mostrando, junto con el balido de las madres. Es la cosecha del ganadero en un año lluvioso y se espera con las ansias propias de un buen resultado. Don Guille no se apresura con el número de terneros ni potrillos pintos, pero una sonrisa se dibuja en su cara. El gancho Ahumada va y viene acomodando la subida para el rodeo de toros y balbuceando avisa noticias del incremento de la manada, así es, don Félix Salinas ha bajado del cerro Arunco, y ya con señal ha leído sus apuntes.

 

                                                                                                                                

 

 


 
 
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