Sabado, 27 de Julio de 2024  
 
 

 
 
 
Opinión

Inclusión

Por Carolina Mora Garrido. Terapeuta especialista en Inclusión Educativa y Docente Universitaria. Fonoaudióloga, Universidad de Chile. Magister en Trastornos del Lenguaje, Universidad de Talca. Diplomada en Inclusión en Instituciones Educativas mención en Diseño Universal para el Aprendizaje, Fundación Hospital Clínico Universidad de Chile. Diplomada en Apego, Parentalidad y Desarrollo. Fundación América por la Infancia. 

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Vanessa me cuenta preocupada que Gaspar su hijo de 4 años 11 meses con diagnóstico de “trastorno del espectro autista” ya debiera estar en Kínder. Pero me dice “Caro, estoy angustiada, siento que en esta zona en la que vivimos no hay opciones educativas para mi hijo, no sé qué hacer”. Te cuento ,”llevamos a Gaspar a un jardín infantil particular que queda cerca de nuestra casa y a los 5 minutos me lo han devuelto diciendo que no lo pueden evaluar porque es TEA y es imposible trabajar con él” , “luego lo hemos postulado a un colegio más grande para que asista a Kinder en 2024  lo han hecho entrar solito , yo me he puesto nerviosa porque sé que puede que no quiera responder a lo que le pregunten y a los pocos minutos me han llamado porque se ha quedado jugando con un globo en la sala y se ha puesto a llorar”. “Las educadoras dicen que los niños a esta edad ya debieran separarse de los padres y que han tratado de vincularse con él pero, no se puede, es imposible. No nos han dado más opciones, seguirá en el jardín en el que está donde las tías adoran a los niños y los cuidan muchísimo, pero ya en un año deberá irse”

Este relato es una realidad, una realidad que, a diario vivo en mi país, en mi región, en mi ciudad como terapeuta de niños diversos.

Este año 2023 en Chile se promulgó la ley TEA 21.545. Esta es una ley que busca resguardar la inclusión social, atención integral y la protección de los derechos de las personas con TEA.

A pesar de la promulgación de la ley y de que muchos tenemos una sensación de alegría y triunfo pienso en concreto ¿Cuánto más deberá esperar Vanessa? o ¿Cuánto podrá exigir? para que su hijo Gaspar ingrese a una escuela.

Vanessa también se pregunta y me pregunta ¿Entenderán a mi hijo en la escuela a la que ingrese? ¿Aprenderá como aprenden los otros niños? ¿Alguien lo ayudará? ¿Las familias de la escuela lo aceptarán? ¿Nos invitarán a los cumpleaños? ¿Jugará mi niño con sus compañeros?

Muchos padres con niños como Gaspar se hacen estas preguntas, preguntas llenas de incertidumbre pero siempre con la esperanza de encontrar comunidades educativas con personas buenas que hagan el bien con sus hijos, los acompañen, los cuiden y crean en ellos.

Entonces, cuando recibimos a la diversidad de niños que asisten a las escuelas ¿Solo basta con que la escuela acepte que Gaspar ingrese o asista a esta comunidad educativa?

La palabra inclusión se está ocupando muchísimo en nuestro país desde la promulgación en junio 2015 de la ley 20.845 ¿Pero que implica que una escuela sea inclusiva? Y más allá de eso ¿Qué implica ser personas o comunidades inclusivas?

He observado a lo largo de mis años de docencia universitaria y varias relatorías en escuelas, que las personas creen que su escuela es inclusiva porque dejan acceder a alumnos o alumnas con discapacidad, “eso es una gran cosa se dicen a sí mismos ” y “lo mejor es que tienen PIE”, es decir un proyecto de integración escolar que se hace cargo de esos niños diferentes.

Pero ¿Cuál es el problema de este enfoque o mirada?

El problema es que no basta con dejar ingresar a los niños con discapacidad a la escuela, sino que es importante responsabilizarnos de que esos niños y todos los niños, aprendan, progresen, permanezcan y egresen de sus escuelas. Y que esa responsabilidad no sea solo un deber del PIE sino de toda la comunidad educativa.

Muchos profesionales que trabajamos o hemos trabajado en proyectos de integración escolar sabemos lo difícil que es entregar una atención de calidad a los niños. Los contratos que tenemos no dan abasto para atenderlos a todos y nos encontramos con barreras de la propia comunidad educativa. Padres que piensan que porque su hijo convive con un niño autista se le van a “pegar ciertas conductas”, como por ejemplo aletear, profesores que nos plantean que este niño baja el promedio del curso o que se sienten agobiados porque no saben qué hacer “con estos niños” o sostenedores y directivos que no tienen una mirada inclusiva.

La educación en Chile sigue teniendo una tendencia homogeneizadora, que estimula la competencia y propende un enfoque altamente centrado en el rendimiento académico basado en pruebas estandarizadas con altas consecuencias que ranquean y clasifican a las escuelas.

Las escuelas se enfrentan a diario a la tensión permanente entre incluir y ser competentes académicamente.

El sistema de inclusión escolar de niños con necesidades especiales en nuestro país es una paradoja en su implementación, no sólo por lo expuesto anteriormente, sino porque desde la normativa existen múltiples barreras, siendo una de ellas  el énfasis en el diagnóstico que certifique que ese niño, niña o joven presenta algún tipo de discapacidad

¿Y entonces me pregunto qué pasa con esos niños que no tienen un diagnóstico en particular? Ese niño que también necesita ayuda quizás porque pertenece a una población migrante, a un pueblo originario, porque esta viviendo una situación socioemocional compleja o simplemente porque le cuesta seguir el ritmo de los otros y no rinde como se espera.

Entonces la pregunta que quisiera exponer en este articula y que nos invita a la reflexión es ¿Somos inclusivos porque atendemos a muchos niños con discapacidad en nuestra escuela? o ¿Somos inclusivos porque estamos preocupados y ocupados de que todos los estudiantes vulnerables de ser sujetos de exclusión (y no sólo aquellos con discapacidad o etiquetados como “con necesidades educativas especiales”) aprendan y participen?

Ser inclusivo es una palabra hermosa con un trasfondo que toca las fibras más profundas del ser humano.

Ser una persona inclusiva implica no sólo mirar al otro en su diversidad sino mirarse a uno mismo para poder eliminar los prejuicios y estereotipos que tenemos preconcebidos.

Ser una persona inclusiva implica comprender que la diversidad es algo fundamental en una sociedad y que para educar debemos comprender y dar valor a las historias, costumbres, creencias y proyectos de vida de las familias y niños que atendemos.

Ser una persona inclusiva implica ser respetuoso frente a las diferencias, significa brindar oportunidades a todas las personas sin etiquetar ni excluir.

Ser una persona inclusiva es ser paciente, ser empático y entender que los procesos de enseñanza – aprendizaje deben respetar el lugar donde el niño se encuentra y no desde aquello que creemos que debiera saber.

Ser inclusivos significa cambiar nuestro paradigma de crianza y educación con niños, niñas y jóvenes, implica cambiar la mirada, implica re-aprender, deshacer aquello que venimos haciendo de igual forma hace años.

Ser inclusivos implica cambiar no solo la forma en que hacemos las cosas sino también el fondo.


 
 
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