Sabado, 20 de Abril de 2024  
 
 

 
 
 
Opinión

La ventanita de tu amor se me cerró: A tres años del inicio del estallido social y post plebiscito del 4 de septiembre

Por Enclave Aconcagua.

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Esto no alcanza a ser un análisis, solo son algunas ideas del equipo, tal vez no muy bien conexas, que surgen de la frustración por un final inesperado.

Con la amplia victoria del rechazo, no solamente fue sepultado un proyecto constitucional, sino también, el protagonismo de la ciudadanía en las calles, participación que fue primero cuestionada y luego criminalizada, legitimando a las posturas que desde los inicios del estallido buscaban caricaturizar y hacer del movimiento algo pasajero, caprichoso. Aquellos sectores que miraban con resquemor la posibilidad de una nueva constitución, se han visto beneficiados con el poder de guiar la agenda política poniendo desde ya paños fríos a las exigencias de la ciudadanía, insertando un discurso centrado en la necesidad urgente de  conservar el orden y seguridad.

Un 18 de octubre, hace tres años, se abrió la ventana para un cambio profundo en nuestra sociedad, una posibilidad real de llevar a cabo nuestros deseos por una vida mejor. La actualidad nos lleva a una triste incertidumbre. Aparentemente solo nos queda ser lo que fuimos por tantos años, volver a ser meros espectadores en la lucha por el poder.

Desmovilización: del octubrismo a la política desde arriba

El 4 de octubre del 2019 el pasaje del Metro de Santiago subió 30 pesos, esto generó la revuelta de octubre de ese año. Su mística radicó en que parte del movimiento de estudiantes secundarios de aquella región llamaron a la desobediencia civil con el lema: “evadir, no pagar, otra forma de luchar”. Cada día esta convocatoria fue cogiendo más fuerza dentro de la ciudadanía, cuyo punto cúlmine fue el 18 de Octubre con la paralización completa de gran parte del transporte público y que, con el paso de los días, fue sumando a casi la totalidad del país a las protestas.

Día clave dentro de este proceso de revuelta social fue el llamado a paro nacional del  12 de noviembre por parte de la Mesa de Unidad Social, develando la crisis política del Estado chileno y poniendo en jaque al gobierno de Sebastían Piñera, llevando a que un amplio sector de los partidos políticos (salvo la UDI) abrieran el debate hacía el cambio de la Constitución de 1980, presionando al ex presidente a impulsar un Acuerdo por la Paz y un cambio constitucional en medio de un contexto de toque de queda y aplicación de la Ley de Seguridad del Estado. Es en este proceso que se hace una diferenciación entre los octubristas y noviembristas: los primeros identificados con el 18-O y la validación de la revuelta como forma de exigir cambios y,  los adeptos del 15-N y la firma del Acuerdo por la Paz. Lo cierto es que esto llevó a que gran parte de los medios de comunicación criminalizaran la protesta social y que sectores de la sociedad que quería cambios sociales encauzaran las energías para sumar votos a la opción del Apruebo. Esta división cambió paulatinamente la mística territorial (Cabildos autónomos) hacía la política clásica. Un claro ejemplo de ello es observar cómo muchos de los Constituyentes fueron parte de dicho proceso (Lista del Pueblo) otorgando de esta manera el control desde arriba (partidos políticos).

La aplastante derrota del Apruebo del 4 de septiembre de este año devela cómo la estrategía plebiscitaria llevó los cambios sociales al territorio de la política clásica, área en la que el empresariado y la derecha históricamente han sabido jugar, manejando los hilos de manera tal que lograron ganar tiempo para revertir lo que parecía una evidente derrota. Lo cierto es que los verdaderos derrotados no fueron los sectores populares que votaron Rechazo, sino que la centro izquierda (en especial el Frente Amplio) que optó por cambios con los partidos políticos deslegitimando la insubordinación popular a la vez que resguardaba el discurso del respeto a la institucionalidad del Estado y a la figura del Presidente, el mismo que  declaró que estaba en guerra.

Participación: esto no es un partido de fútbol

Una de las interrogantes que nos dejó el resultado del rechazo fue porqué alguien se negaría a que el Estado sea garante de los derechos de las personas, ¿acaso falló la democracia? Para poder explicar esta situación, que mantuvo un falso optimismo en varios de nosotres, implica explorar dos ideas fundamentales: qué se entiende por Estado y cuáles son las ideas que perfilan al votante por el Rechazo.

Para efectos prácticos, entenderemos el Estado como una orgánica que tiene diversas formas de administración política no separada de la economía, por lo tanto, es una institución que condensa las relaciones socioeconómicas dentro de un territorio, ya que toda relación territorial pone de manifiesto cómo las personas se relacionan entre sí y con el medio en el cual viven. Para dar luz a la existencia de un Estado, a este se le confiere una Constitución, el poder supremo (como apelaría Hobbes) que reúne a toda la comunidad -personas- y su medioambiente -espacio- (territorio), definiendo su funcionamiento.

Estos últimos años, con el surgimiento del estallido social, dimos cuenta de que la forma de administración que tenía nuestro Estado, de política económica neoliberal y no benefactor, era insuficiente y se necesitaban replantear las reglas del juego. Este hito vino a instalar, para bien o para mal, la reflexión en muchos hogares.

La nueva propuesta de Constitución recogió diversas problemáticas y las dispuso como derechos y deberes. Lamentablemente, el proceso de participación tuvo profundas carencias metodológicas. Este se centró inicialmente en la articulación de sus representantes dentro de la convención y su aparataje, y no así en la forma en que la voz de la ciudadanía se había manifestado. El método se sostuvo en una recolección aleatoria de información, como las propuestas populares de norma, buzones, asambleas y el periodo de opinión ciudadana que se realizaba por la plataforma de la constituyente.

Esta difícil tarea, que recayó en quienes representaban, debía reunir las voces de varias comunidades pertenecientes a diversos territorios, no logrando visualizarlas y cayendo en simplismos retóricos. Se produjeron consignas y no tensiones, pero “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”, y en este caso, estas intenciones no supieron canalizarse en realidades certeras. Se dejaron en el anonimato las voces de ese 65% de ciudadanos que nunca habían votado y que marcaron la diferencia entre el plebiscito de entrada y de salida. Es relevante observar que esta brecha de votantes (en el cual se encontraban aquellos que por primera vez acudían a las urnas obligados por una multa, cuyos municipios se vieron interesados en cobrar) ejercieron una de las pocas herramientas democráticas que tiene la constitución del 80. A modo de un partido de fútbol, el discurso se centró en un equipo ganador y otro perdedor. La realidad es mucho más compleja que este binarismo.

En ese sentido, debemos  contemplar que la participación no son solo victorias, sino que son más bien tesis y síntesis, contradicciones. Participar es abordar la tensión desde distintas veredas ¿Era lo suficientemente bueno por ahora y suficientemente bueno para intentarlo? Lamentablemente no, ya que la reflexión antagónica de muchos territorios no fue prevista.

Mediación: nunca fue un Best Seller

No debemos olvidar que una constitución es primero una herramienta jurídica, un texto complejo que requiere a un tipo de lector, no es una novela. Uno de los errores graves, fue la ausencia de mediación del texto, entendiendo esto como un puente vivo entre un libro y el lector inicial. No siendo expertos jurídicos, gran parte de la población chilena, nos convertimos en lectores iniciales de un libro cuya revisión hicimos en solitario, con ciertas iniciativas que explicaban algunos artículos (otro error, pues una Constitución funciona como un cuerpo total cuyos artículos van dialogando y generando equilibrios).  Una de las frases que más se esgrimía era “léanla” ¿Qué pasa con ese porcentaje alto de lectores iniciales que nos vimos frente a un texto complejo?

Se cayó en el torpe ejercicio de asumir que, por buena, todos la entenderíamos ¿Es que somos  idiotas?  No, es que nos enfrentamos con escasas herramientas a un texto complejo que se difundió casi como literatura. 

Ahí radica uno de los grandes problemas no solo del proceso de presentación y convencimiento de la población para aprobar el borrador, sino de aquellos movimientos opuestos a la centro-derecha (que no son necesariamente de izquierda) que de alguna manera fomentaron una extrema intelectualización del acontecer nacional, procedimiento que cae parado en esferas académicas y especializadas, pero no en ruralidades o sectores donde no hay organización territorial.

Surge aquí algo evidente: tenemos más preguntas que respuestas.¿Cómo captar, por ejemplo, a las subjetividades encandiladas con la narcocultura que viven aferrados a ese individualismo forjado en la modernidad?

Por redes sociales fue posible ver sesgos históricos y desconocimientos, que no fueron contemplados en el proceso de participación. Se construyó una Constitución de buenas voluntades y sin conflictos, reconocedora de diversidades, pero no diferencias políticas, educacionales y cognoscitivas ¿Estábamos cegados por tener derechos? Lamentablemente, el resultado de una propuesta tan dulce, pasó por alto los recovecos de un sistema instalado y reproducido por sus habitantes: la añoranza por el status quo.

Es verdad que el trabajo de la Convención Constituyente fue permanentemente tergiversado en los medios de comunicación y, aunque a través de nuestras redes nos esforzáramos por despejar la serie de dudas que implantaron los interesados en mantener el statu quo del modelo actual (ojo, tampoco creemos ciegamente en la utopía del cambio total a partir del borrador), también toca pensar en lo poco democráticas que son las redes sociales, en sus sesgos e ilusiones de consenso. Por ejemplo, hacia el inicio del proceso, las senadoras Von Baer y Cubillos instalaron la idea de que la convención eliminaría los símbolos patrios: “en la práctica, por ahora, en la [Convención] se ha propuesto cambiar la bandera, el himno nacional y el nombre del país” (Ena Bon Vaer). Pese a que los dichos eran falsos, se hicieron virales. En otra ocasión Axel Kaiser publicó una carta en El Mercurio en la que levantaba 17 afirmaciones erróneas sobre medidas aprobadas por la constituyente.

¿Decimos con lo anterior que la Convención fue víctima en el proceso? por supuesto que no, su trabajo también estuvo lleno de fisuras y errores metodológicos. Sin embargo, para hacer el análisis completo y complejo, no podemos pasar por alto cómo y quiénes van articulando el discurso público que va predisponiendo el termómetro social y político. Tampoco se trata del simplismo de señalar a  todos quienes votaron rechazo como personas sencillamente manipuladas. Lo que afirmamos es que el diagnóstico tiene diversas aristas que van mucho más allá de “lo que la mayoría quiso”. El discurso público se intenciona y los medios cumplen un rol fundamental en cómo percibimos la realidad social y política del país. Sabemos que la democracia es un sistema complejo.

Finalmente, los corazones/like seguían siendo dirigidos a los intereses propios de cada une: me gusta lo que concuerda conmigo y, lo que no, lo desecho, lo difamo o sencillamente el algoritmo no me lo muestra.

Conclusiones

A tres años del 18-O y de la sensación de unión colectiva por un bien común, finalmente vale seguir haciéndose preguntas tanto para redefinir qué es ese bien común, así como para comenzar a incidir en aquellos espacios donde aún predominan pensamientos individualistas/tradicionalistas, religiosos o amedrentados; para entender también a quienes no se sintieron convocades por las propuestas del borrador o que simplemente no entendieron tanta frase jurídica y retórica mesiánica, pretendiendo ser fácil de captar. Hay que ir a buscar a quienes olvidamos: agenciar, actuar, promover, educar y dejarse enseñar; hacer comunidad frente a la pujante amenaza del auge de la ultra derecha que ya se vislumbra en Europa y en parte de Latinoamérica.

Lo que sí está claro es que la ciudadanía organizada es capaz de cambiar el rumbo y la vida de una sociedad ¿Seremos capaces de aprovechar el conocimiento que esta experiencia nos ha entregado o nos contentamos con esperar pacientes los resultados frente al televisor? ¿Podremos volver a abrir la ventanita? Al menos hoy, en la mesa, sí se habla de política



 

 


 
 
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