Viernes, 29 de Marzo de 2024  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… La rabia y la pena en los años 60 …

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

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El fondo de 15 lts hervía en los años 60, con la harinilla, papas y huesos, siete perros eran los comensales y en un par de bateas de madera gruñían, comían y compartían a diario sus dietas, energía que a la jornada siguiente perderían en las múltiples actividades del campo. Un par de liebreros corrían a perderse en los terrenos arados de presiembra, mientras que el choco y el mono apañaban al lado del caballo en las tareas de señalada que el Toño Cartagena debía realizar.

El Turco contemplaba la escena, pequeño poblado casi costero, en la zona de Malvilla, próxima a San Antonio. Un paisaje de bosque esclerófilo, donde entre suelos colorados con lomajes, quebradas y cárcavas crecían fuertes los espinales, boldos y quillayes. No podemos olvidar los litres, molles, trevos y maitenes que movían sus suaves ramas al viento. Los cerros de mayor altura se cultivaban con trigo de rulo hasta la media falda y campo arriba los pastos naturales albergaban grandes rebaños de ovejas, que balaban sin fin en los rodeos de media temporada.

Antonio, ovejero de oficio, a diario recorría el ganado, con sus cuatro ovejeros, dos mayores de 6 años y maestros con dos aprendices de 8 meses. De razas ni hablar, sólo selección natural en labores específicas. Un ladrido profundo caracterizaba el sonido de los dos adultos maestros, que entre cortas carreras conducían el ganado ovino a las aguadas o corrales de encierro. Los jovenzuelos piñizcaban las patas de los corderos en las lecciones diarias. Choco el más experimentado no despegaba su presencia del estribo de su amo.

 

Una noche de luna llena, principiando el mes de octubre, Choco, el pastor dominante no se acerca a la batea del afrecho, no se escucha el infaltable gruñido del alfa, al contrario, unos gemidos cortos se alejan hacia la oscuridad de la pesebrera. La inquietud del Toño no se hizo esperar y a zancadas firmes se dirigió al pajal. Al observarlo ya no cabía duda, una mirada vidriosa, gruñidos desconociendo a su amo de toda la vida y espuma en el hocico, determinaban el mal de la época. Un escopetazo seco rompió el corazón de ese fiel perro y silenció sin remedio al alma del amo. La rabia y la pena, a veces contrarias se unían en un suspiro silencioso que sólo interrumpía una carraspera nerviosa de garganta.

Las reseñas indicaban que la rabia, ya en el año 1.800 ac. se conocía en la Mesopotamia, virus que se transmitía desde mamíferos, provocando una zoonosis. La bala retumbaba en los días posteriores en los oídos de Antonio Cartagena, el rodeo de las borregas que subía entre los espinos y lomajes seguía realizándose. Se escuchaban aullidos a lo lejos similares a los de choco, sin duda eran de otras jaurías, pero los camperos aseguraban su presencia.

De reojo Cartagena veía a su perro bajo el estribo, eran tiempos que los tratamientos preventivos, por lo general, no se realizaban. Su pensamiento de cómo se contagió lo tenía intranquilo. Una mordedura, lamedura, o rasguño de un animal enfermo, eran las causas, además de inhalaciones de secreciones. El temor a una mordedura del Choco, a alguno de sus hijos, hizo tomar tan drástica determinación, olvidar 6 años de compañía y cien mil arreos de media loma. Lo calmaba saber que su diagnóstico era acertado y el tratamiento estaba prohibido, debido al riesgo de contagio.

La sospecha de un can rabioso, en animales que no están vacunados, se manifiesta por cambios de comportamiento, tales como salivación evidente y cambios neurológicos confusos. Se debe dar aviso a la Seremi de Salud al ser una enfermedad epizoótica de notificación obligatoria. En los campos de los 60, el ojo del campesino y conocimiento de sus pichos, diagnosticaba con total seguridad. El pesar de no haber vacunado con regularidad, partía el alma en dichas desgracias. Antonio lo sabía y afloraba el dicho “sobarse para callao”.

El ingreso de los conquistadores europeos al continente americano, a través de sus canes, introdujo la nombrada enfermedad, la diseminó en todo el continente y no bastaron los rezos en cientos de tratamientos tardíos. Milenarias creencias con amuletos como la “llave de San Humberto de Hardennes “, tratamientos de poco aire al aplicar colchones por ambos lados o rogativas a la diosa Artemisa, dejaron víctimas fatales en todos los continentes.

Antonio Cartagena desconocía del gran brote de rabia el año 1.271, cuando en una villa de Francia atacaron lobos rabiosos, además de lo asolada que estuvo España el año 1.500, y de la recompensa por canino muerto que ofreció la autoridad de Londres, en el gran rebrote de rabia el año 1.752 al 1.762. Lo que no desconocía eran la consecuencia que una hidrofobia podía provocar en las personas. Se convivía con el riesgo en el campo chileno y el acceso a las vacunas antirrábicas y en general a la atención veterinaria era muy precaria.

Chile ha mantenido una política de salud desde fines del 1.800 ,respecto a la rabia, los caminos amarillentos del Turco finalizaron sus casos el año 1.968 con la muerte de Choco ,a sólo cuatro años del último caso de rabia canina del país, el año 1.972.Año a año las vacunas siguen realizándose en numerosas consultas veterinarias, a lo largo de todo el país y el sacrificio del gran alfa del Toño Cartagena, enlutan los recuerdos ,mas animaron el devenir de muchísimos otros ovejeros, que siguieron arreando el ganado en los incomparables lomajes de nuestra cordillera de la costa..

Pareciera que 49 años sin rabia canina en el país, debiera alivianar la guardia, sin embargo, sabemos que es un trabajo diario y no podemos olvidar que, en la penumbra de la noche, existe un reservorio y el riesgo está cercano con los alados murciélagos. Si bien los casos han sido esporádicos, existen …

 

 


 
 
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