Martes, 30 de Diciembre de 2025  
 
 

 
 
 
Opinión

Año Nuevo y fuegos artificiales: celebraciones con historia

Por María Gabriela Huidobro, académica de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales UNAB.

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El retorno del show pirotécnico en Santiago y en otras ciudades que habían abandonado esta práctica en los últimos años, marcará las celebraciones de bienvenida del 2026. Es una noticia curiosa, considerando la polémica que hace unos años se generó respecto del uso de fuegos artificiales por parte de quienes critican su impacto en animales y en personas con discapacidad o hipersensibilidad. De todos modos, la fiesta ya no será la misma, porque además de los milenarios fuegos artificiales, ahora se agregan drones y luces que nos recuerdan que estas prácticas y costumbres nunca fueron estáticas y que, incluso aquellas que asumimos como permanentes, han sido objeto de cambio e innovación.

En este sentido, el Año Nuevo nunca ha sido una celebración fija. Ni siquiera la fecha que identificamos en el calendario para estos efectos ha sido siempre la misma. ¿Sabía usted que, en los orígenes de esta tradición, el año no comenzaba el 1 de enero? Durante siglos, las culturas antiguas, como Mesopotamia o Roma, situaron el inicio ritual del año en marzo, con el comienzo de la primavera y del ciclo agrícola, asignándole así un carácter religioso. En tanto, algunas culturas originarias sudamericanas vinculan aún hoy su año nuevo a los ciclos marcados por el solsticio, como el We Tripantu, que se celebra en junio.

Enero se impuso como el primer mes del calendario romano en el siglo I a.C., pero para marcar el inicio del ciclo político de la República, y era, por tanto, un hito administrativo. Su consolidación como “año nuevo” fue tardío y se afirmó con la oficialización del calendario gregoriano. Sin embargo, durante largo tiempo, su llegada no se asoció a celebraciones nocturnas ni a la idea de una ruptura con el pasado.

En Chile, esa lógica imperó durante la Colonia. El Año Nuevo no era una gran fiesta popular, sino una fecha marcada por misas y algunos actos formales. No había jolgorio colectivo ni rituales de medianoche. Para eso estaba la navidad.

La centralidad de la noche del 31 de diciembre es una construcción mucho más reciente. Se consolidó con la urbanización, las nuevas formas de sociabilidad y, sobre todo, en el siglo XX, con la expansión de los medios de comunicación, que sincronizaron gestos, emociones y expectativas. La cuenta regresiva, el brindis simultáneo, la sensación de estar compartiendo un mismo instante a escala nacional o global son prácticas de los últimos cien años.

Algo similar ocurre con los fuegos artificiales. Su carácter masivo y espectacular para esta fecha no responde a una tradición ancestral, sino a la lógica de la ciudad moderna y del espectáculo público. En tiempos coloniales ya existían, pero se usaban para festividades religiosas.

El primer show pirotécnico público en Valparaíso -el más emblemático del país- dio la bienvenida a 1954. Fue organizado por la Liga Marítima y unos años después quedó a cargo de la Municipalidad del puerto.

Aunque como tales existan hace siglos, el uso de los fuegos como símbolos propios del Año Nuevo es, por ende, relativamente reciente. Su reemplazo por drones no implica, entonces, necesariamente una ruptura, sino otra transformación más dentro de una larga historia de ajustes y resignificaciones.

También los rituales domésticos que muchos consideran “de toda la vida” y casi ancestrales, como comer uvas o lentejas, dar la vuelta a la cuadra con maletas, usar ropa interior amarilla o quemar deseos a medianoche, son creaciones relativamente recientes si miramos la historia en larga duración.  Y si hoy persisten, lo hacen porque siguen ofreciendo una forma simbólica de enfrentar la incertidumbre del futuro.

Está claro que el Año Nuevo nunca ha sido una celebración inmóvil, pero siempre hemos tenido la necesidad de renovar el tiempo para dejar atrás una etapa y afrontar la siguiente, cargados de expectativas y nuevos desafíos. El Año Nuevo ha variado en la medida en que han mutado las sociedades que lo celebran, pero seguirá existiendo porque, en el fondo, necesitaremos, una y otra vez, un momento para cerrar ciclos y proyectar el futuro.


 
 
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