Viernes, 12 de Diciembre de 2025  
 
 

 
 
 
Opinión

Los nuevos códigos ciudadanos

Por José Miguel Infante Sazo, Director Carrera de Periodismo, U. Central

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Los resultados de la primera vuelta del 16 de noviembre sorprendieron a una buena parte de los analistas. No fue una mirada arbitraria: aún se observa el escenario electoral con una lógica analógica en un mundo que hace tiempo transitó hacia lo digital. Mientras los expertos continúan midiendo el impacto de los lienzos, las caravanas o las cadenas radiales, las campañas más efectivas se han ido construyendo con paciencia en otro territorio, el puerta a puerta digital.

Hoy el elector no es un receptor de mensajes masivos, sino que participa en comunidades de interés donde conversa, pregunta, contrasta información y busca soluciones a problemas concretos. Allí, se genera pertenencia, allí se construye confianza. No se trata solo de redes sociales como vitrina, sino de una arquitectura de vínculos cotidianos que permiten que el mensaje político circule, se adapte y cobre sentido.

El segundo fenómeno que explica esta “sorpresa”, también lo anticipó el antropólogo, sociólogo y doctor en filosofía, Néstor García Canclini: la ciudadanía se expresa, en gran medida, a través del consumo. No por superficialidad, sino porque el acceso —o la falta de acceso— a bienes y servicios esenciales, define la experiencia diaria de millones de familias. En un escenario donde los grandes relatos ideológicos se han desmoronado, lo que queda es lo práctico: ¿puedo vivir seguro? ¿puedo educar a mis hijos? ¿puedo acceder a salud sin endeudarme? ¿puedo tener un trabajo digno? ¿podré pagar una vivienda?

Si bien la política debe construir relatos verdaderos y sólidos sobre un proyecto país, dejó de ser una disputa por narrativas épicas y pasó a ser una conversación sobre lo urgente. Por eso quienes aspiran a conducir un país ya no pueden conformarse con diagnósticos abstractos ni con discursos que no conectan con la vida real. La ciudadanía exige hoy coherencia y humanidad, consistencia entre lo que se dice y lo que se hace, empatía para comprender la ansiedad de un tiempo que no admite postergaciones.

Las “sorpresas” electorales no son producto del azar, sino el resultado de campañas que comprendieron antes que nadie que la democracia del siglo XXI se juega en la intersección entre lo digital, lo cotidiano y lo humano. Los votantes ya cambiaron. Queda por ver si la política está dispuesta a hacerlo también y, en especial, los candidatos a La Moneda. Porque el electorado espera menos polémica pequeña y mayor sintonía con los nuevos códigos ciudadanos.


 
 
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