Llega diciembre y algo cambia, no sólo la estación de primavera a verano, el ritmo de compras o la espera del aguinaldo. En una oficina pública, las puertas anuncian la Navidad, los papelitos del amigo secreto se revuelven en un bol de vidrio, que apareció por arte de magia, el arbolito de pascua simula los vientos nórdicos, es la tradición y no importa que estamos a miles de kilómetros. Los días avanzan más rápido que de costumbre, algún cálculo renal recuerda que no se han comprado todos los regalos y algo de inquietud va directo a la tarjeta de crédito. Pero Cami transita un camino paralelo, ya ha sido capaz de motivar ese espacio de generosidad que cada uno guarda, aunque sea en un pequeño rincón.
Para la mayoría de la oficina, si bien las actividades siguen de manera regular, imaginariamente vamos siguiendo las actividades de Cami y su equipo, de hecho, nos ha transportado hacia San Felipe, camino a Putaendo, pasando por Las Barrancas, subiendo por Rinconada de Silva, y tomando el aroma de Rinconada de Guzmanes. Es un largo camino hacia San José de Piguchén, los pensamientos se meten a las quebradas, lomajes y manchones de tupidos arbustos. El campo todo lo invade de frescor matinal, de compromiso campesino, relinchos de pingos y boceo de arrieros. Un destino que sólo Cami fue capaz de descubrir, una escuela rural con objetivos claros, “Eduardo Becerra B.”, Casablanca, Putaendo.
Cami es muy joven, sin embargo, encontró un remoto lugar y una escuela con historia, se habla de terrenos facilitados por parceleros del Asentamiento El Tártaro- Lo Vicuña. Esos bienes comunes que nacieron en la reforma agraria, cuando el trabajo campesino miraba el futuro de manera completamente diferente al de encomiendas y haciendas. La historia nos golpea de frente respecto a la importancia de la educación rural, desgarra una serie de contrastes, mucho más que en las urbes, especialmente en las niñas, pues siempre fueron las grandes postergadas del campo, en cuanto a capacitación, trabajo, liderazgos y decisiones. La directora Sra. Rosa Ahumada C., tiene claro ese salto de paradigma y trabajan para ir por más.
Cuarenta y cinco niños y diecisiete funcionarios forman ese núcleo de Casablanca, uno que en 1984 se subía a un viejo trole, para juntar las primeras letras, originándose como un pequeño apéndice de la Escuela G99, de Población Hidalgo. Así es el campo, cursos combinados, caminatas eternas, a la vuelta de la loma, al anca del caballo, tencas picando las ciruelas, pateando piedras y por osmosis tomando el gen de campo. Llegaban las viejitas pascuaras, se desordenaban las aulas y las miradas se unían a un mayor ritmo cardiaco, trasuntando un abrazo cariñoso, de esperanza, comunión y ansiedad. Cami ya se daba por pagada, los regalos no eran nada, algún sin sabor quedaba en el olvido y comentarios de asistentes de la educación le aumentaban su sonrisa.
Parte de la guinda de la torta, estaba compuesta por la visita de la brigada canina del SAG, a cargo del funcionario Tyrone Blanch, quien había dispuesto una demostración que hacía las delicias de alumnos y profesores. Los inspectores Mauro Vicencio, Jonathan Narváez, Daniel Cataldo, Trinidad Ríos, y Francisco Carvajal, junto a los canes Benji, Luna, Inuk, Skol, se esmeraban en demostrar, de manera lúdica, las capacidades de los canes, simulando su función en frontera, donde detectan las materias orgánicas (carnes o frutas), que son riesgosas en la entrada de plagas y enfermedades al país. Adolfo Urriola, médico veterinario, encargado de bienestar animal, no solo estaba atento al accionar de los canes, también se daba maña para realizar entrevistas a los profesores y sus audios mantenían informada a la oficina.
Cuatro grandes haciendas en la zona de Putaendo mostraron la impronta española, dejando una historia de 250 años. Lo Vicuña, El Tártaro, San José de Piguchén y Bellavista, caminaron desde el 1600, una huella de riqueza de granos, praderas, tabacos, cáñamo y frutales, así fue la historia, hasta que la educación fue cambiando el panorama, sin embargo, aún falta mucho para que los medios invertidos en las escuelas rurales sean equitativos. La historia de las mujeres de la zona, en el libro “Hombres y Mujeres de Putaendo”, ya lo señalaban hace 50 años, el profesor Eduardo Becerra lo tenía claro y el sentimiento de Cami, al mostrarnos la escuela, nos hizo comulgar en el mismo propósito.
Es interesante el contrapunto de la crónica, si bien el colegio obtuvo un día lúdico, previo a las fiestas de Navidad y llegada de las viejitas pascueras, los comentarios de los funcionarios que asistieron a la actividad despiertan un espíritu diferente en la oficina. Trini Ríos, de la brigada canina, no se apresura con el almuerzo del día posterior, sólo pierde la calma al describir la actividad de Casablanca, la interacción de los niños con los canes, el brillante cometido de Benji, la timidez de Luna al entrar la cola entre sus piernas, lo preciso de Skol y las distracciones de Inuk, que tuvo que salvar su honor, al realizar el ejercicio, punto a punto. El viejo adagio, de que el que entrega, finalmente sale ganancioso, se da nuevamente.
Yaritza, la educadora diferencial del colegio Eduardo Becerra B., ha iniciado su jornada, son las 6 A.M, y junto a su pequeña Renata, ya van camino al centro de Putaendo, desde San Felipe. Antes de las 7 A.M., se inicia un segundo viaje, en una nostálgica micro, de esas que salen en las películas de campo, humo a humo y chicharreo a chicharreo, junto al chofer, van ingresando a las parcelas de Casablanca, recogiendo somnolientos estudiantes. Renata duerme, mientras su madre, la educadora va espantando los perros que vigilan las tranqueras de campo, los niños ya están arriba del micro, el bullicio revive la máquina y las aulas combinadas se aprestan a iniciar la aventura. Este recorrido no se diferencia al de los años 60, es remoto, sacrificado pero amoroso.
Cami lo reveló, así es el campo…
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