No cabe ninguna duda que la economía chilena ha estado bajo presión; corrección de crecimiento a la baja, déficit fiscal ajustado al alza, inflación revirtiendo mejoras previas, entre otras. Existen factores domésticos y externos en este cuadro más complejo.
En esa línea el Ministerio de Hacienda ha realizado recortes significativos en el gasto público (más de mil millones de dólares) para mitigar el déficit fiscal y su consiguiente impacto en la deuda pública. La inflación ha estado alimentada por razones geopolíticas severas y ahora con Trump (dólar al alza) y los atrasos en tarifas de servicios públicos. No obstante, el crecimiento del gasto público ha sido moderado, y ciertamente siempre se debe controlar el uso de los recursos públicos; esto debe ser siempre el principio rector.
El sector privado por su parte sigue pujante; décimas más, décimas menos, lo cual es importantísimo para la economía. Pero la estrategia al desarrollo debe equilibrar más el mercado con lo social. De ahí la importancia de disponer de una recaudación tributaria adicional que no dañe el crecimiento (no la reforma que había al inicio del gobierno de Boric, de 4,1% del PIB). También los fondos soberanos se han reducido; y este ha sido parte del mix de financiamiento para financiar el gasto público, evitar más deuda pública (menores tasas de interés), y hay que preguntarse cuanto más se habría contraído la economía chilena de no tener estos recursos ahorrados en años previos.
A pesar del pesimismo doméstico, principalmente de los sectores más dinámicos, Moody´s, S&P y Fitch, confirman las fortalezas crediticias de la economía chilena con su impacto positivo en el riesgo país.
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