Es común ver por estos días los cierres de años escolares. Licenciaturas de la enseñanza básica y media abundan en las fotografías y publicaciones de padres y madres orgullosas de sus hijos e hijas. No obstante, muchas veces estos procesos de cierre de ciclos están acompañados de presiones diversas que, lamentablemente, los establecimientos educacionales no ayudan a mitigar porque potencian la competencia entre estudiantes basada en los resultados.
Premios a la mejor alumna o alumno, el mejor promedio, el o la más puntual y así una variedad de reconocimientos en los cursos, construyendo verdaderos rankings de estudiantes. Lo malo es que quienes componen esos listados son sólo niñas, niños y adolescentes, con diversas condiciones y capacidades, con diferencias y esfuerzos diversos, que una nota o el resultado de un año puede no reflejar el momento de mayor aprendizaje o desarrollo de un niño o niña.
Creamos un imaginario donde lo mejor merece ser destacado, pero ¿qué significa ser el o la mejor?, ¿dónde radica eso que no se mide ni se evalúa como los valores y la ética?, ¿de qué sirve hoy ingresar a universidades de élite si en el desempeño profesional o en nuestra vida no somos capaces de actuar de manera proba?
Hoy es tiempo de volver a destacar lo esencial, lo que Saint-Exupéry dice que es invisible, pues no todo son notas ni todo es un diploma. En la vida, quienes hemos logrado llegar a los mayores niveles de formación académica, como es tener una formación doctoral, sabemos que hay muchas dificultades en el camino, que no fue necesario ser siempre el o la mejor, que un primer lugar no determina la posición en la que se llegará en la vida, porque la vida no es una carrera de autos, y cada uno tiene su propio ritmo y sus propios derroteros.
Por eso, este fin de año feliciten a sus hijos e hijas, no miren sus notas, no miren sus diplomas y valoren el esfuerzo desplegado para llegar a final de un año difícil, vertiginoso e incierto. Felicítenlos por las ayudas que hicieron a sus amigos/as, hermanos/as, en casa o jugando, porque solo así podremos construir una convivencia más sana, más positiva y sobre todo más saludable.
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