Los años pasan, algunos hechos pueden viajar 50 años y ver nítidamente las vivencias que tocaron, una de esas es la feria libre, que, si bien siguen más vivas que nunca, existen diferencias y una de esas son la presencia de los caballos de feria. Ya los camiones tres cuartos aparecían, pero las carretelas eran las que abundaban, tiradas por uno o dos caballos, según la carga que transportaran. Don Guillermo y su pareja de caballos tordillos, se distinguía por su mansedumbre y aperos donde destacaban las anteojeras, que evitaban las distracciones laterales. Unos sacos de arpillera colgaban de sus cogotes, sirviendo de comederos, dando una buena alfalfa.
Era común ir caminando cargando las bolsas con frutas, papas o verduras, y toparse de frente con alguna carretela, cuyos caballos iban dejando sus bostas y sudas, transportando el ambiente de potrero, pero la verdad todos estábamos acostumbrados y no causaba gran dificultad. Tampoco había conciencia del maltrato animal y raramente se discutía sobre las cargas de las bestias. Otros tiempos, muy cercanos a un ambiente campesino, de corrales, talajes, aperos y galpones con animales. Las chacras ni siquiera estaban en los suburbios, una mezcla de cantos de gallos, crianza de patos y costumbres de campo, convivían con la creciente comunidad urbana de los barrios.
Los barrios ya se constituyeron, los cantos de los gallos se volvieron molestos, la TV se hizo indispensable y sus rutas van pauteando numerosas mentes. Don Guillermo ya se fue, no alcanzó a dimensionar las órdenes judiciales que, yendo a proteger los caballos del maltrato animal, terminó por extinguirlos en la ciudad, y no es menor ni exagerado, la cantidad de caballos destinados a la función de ferias, carrozas de paseo y carretelas acarreadoras de cachureos, ya no existen. Los movimientos animalistas, sanitarios, legislativos, gubernamentales caminaron en esa dirección, creo que al menos da para pensar y discutir, pues miles de animales no se trasladaron de potrero, simplemente terminaron en la muerte.
Caravanas de cientos de carretas van y vienen hoy en día en la ciudad amurallada de Cartagena, Colombia, una de las urbes más hermosas conservadas, a nivel mundial, y los caballos tienen su espacio. Tampoco puedo olvidar los alrededores de la capital Toscana, catedral Santa María de Fiore en Florencia, Italia, cuando esos mismos caballos urbanos descansan y comen alfalfa en sacos de arpillera, tal como los conocí hace ya muchos años, en las ferias libre nacionales. Será que nosotros somos más desarrollados y racionales o sólo hicimos lo políticamente correcto y jamás pensamos en una reconversión, que evitase la extinción del caballo urbano, sus carretas y miles de trabajadores con ADN campesino.
Autoridades y movimientos sociales ya han concordado, corre el año 2009 y nuevas leyes van por la protección de los animales, y quien no podría estar de acuerdo ir en esa dirección, creo que todos, excepto, quizás, y perdonen si estoy equivocado, “extraño el olor a monte”. Una “cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa “, dijo por ahí, algún sabio, cuando las determinaciones no siempre deberían ser blanco y negro. Los Andes es un claro ejemplo de crecimiento de los barrios, grandes colegios privados y estatales, urbe que se encierra cada día más, campos aledaños que en algo salvan el alejamiento de las costumbres campesinas, pero sólo en algo. Las carretas ya se fueron, los bueyes se quedaron en los años 70, los percherones en los 80, las carretelas en los 2 mil y ni siquiera las placas de bronce de los bebedores coloniales de Santa Teresa e Independencia lograron subsistir, aunque fuese como mudo vestigio.
Los Andes, es rico en testimonios históricos, en muchos ámbitos, mas lo que nos ocupa son los caballos urbanos, los aperos antiguos, los ponchos de los conductores y las destartaladas carretas, unos sombreros guardados en paños blancos y herraduras detrás de la puerta. Fotos como la que muestra del artículo y recuerdos de los antiguos, que se están yendo. Me imagino un granero-museo, en alguna terraza del Quicalcura, una gran exposición, coordinada por las bibliotecas fotográficas de Enrique Silva y Marcelo Mella. Testimonios digitales rescatados de difuminados videos caseros, donde las yeguas mansas salían de pesebreras resquebrajadas, bufaban saludando la mañana y se entregaban al amaño del carretero, que se disponía a su trabajo de herencia. Ojalá los renovados bríos del alcalde, se dirijan a este tipo de proyectos.
Si bien San Esteban, Calle Larga y Rinconada, aún tienen una impronta bastante rural, no es menos cierto que sus barrios crecen de manera acelerada y la historia de sus caballos urbanos también corre el riesgo de perderse. Imagino el granero-museo en el Parque La Ermita, relevando los caballos percherones, al potro Enlace del Criadero San Esteban y las carretas de los arrieros que iban y venían por el camino del inca. Los corrales de San Vicente frente a los históricos silos, crujirían de experiencias ganaderas, de relinchos de amansas de caballos de cerro y carretas repartidoras de tambores de leche, todos con la talabartería única callelarguina. En Rinconada lo ubicaría cerca del Enjoy para hacer un contrapunto con los caballos saliendo de Ranchillo en busca de las mansas cabras de media loma.
Los caballos tordillos de don Guillermo, nunca imaginaron que su descendencia corría peligro, tampoco el carretero, sabemos que ya no hay vuelta atrás, mas los recuerdos de la actividad deben hacerse presente. La migración del campo a la ciudad desde fines del 1800, las caminatas de los forasteros volviendo al campo en los años 50, y los movimientos sociales campesinos, siempre estuvieron ligado al caballo. Ese símbolo con anteojeras, comiendo alfalfa en un saco de arpillera, no puede quedar en el olvido de la extinción, fue demasiado importante…
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