Martes, 16 de Abril de 2024  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… Don Luis, suegro del 1900 …

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero.

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Las cartas ya se habían acumulado en el bolsón café de largos tirantes, rayado de corazones y algunos “te amo por siempre”. Las miradas colegiales horadaban los sentimientos de Pilar y Víctor, compañeros de curso, en la Escuela Rural de los Altos Campos de Ahumada, por allá en los años 70. Caminatas de senderos kilométricos y miradas de vuelta varias veces, asintiendo los cosquilleos de estómago. Un acercamiento ligero de Víctor hacia sonrojar en mejillas y orejas a la juvenil estudiante. Al pasar por su lado, le deja una margarita sobre el bolso, para deshojar un “te quiero mucho, poquito, nada”.

Varios meses de amagues, sonrisas y algunos dispersos besos robados, hacían avanzar la relación sentimental, tanto así que los dos días de fin de semana se les hacían eternos. Víctor sacando fuerzas de flaqueza se presentaba en esa casa de campo la tarde de un sábado, por ahí en la bajada de la curva del “Águila”. La sorpresa de Pilar hacía pasar la situación como un encuentro casual, sin embargo, doña Martita, sabedora de las andanzas de su hija, la apañaba con sorpresiva complicidad. La mala fama de la suegra no era tal, pensó Víctor, o lo complicado sería más adelante…ahí quedaba la duda.

Una casa de adobe como pintada para el 18 de septiembre se hacía muy presentable, la blanca cal cubría alguna grieta de antaño, los marcos azules en puertas y ventanas resaltaban, y parecía un dibujo de algún acuarelista. Un corredor interior sostenía helechos colgantes que se balanceaban con la brisa de la tarde. Cinco perros dormían sin sobresalto ese caluroso día de octubre. Dos tiras de alambre atiborrados con cebollas de guarda ya brotadas, un banco carpintero con algo de aserrín y dos sacos de carbón raídos y con polvos de cisco. Así se presentaba el escenario para Víctor, quién con la agudeza de campesino se sentía en su terreno, especialmente al ver a Pilar, quien ceñía una ajustada percala.

Luego del corredor una estrecha acequia conducía el agua para regar los arboles frutales de una especie de quinta. No podía faltar el parrón que iniciaba la brotación. Un grueso travesaño de acacio se afirmaba al final de las parras, en el cual pendía un saco grande de cuero lleno con aserrín, algo así como un puchimbol, que era seriamente castigado con unos guantes de boxeo rojo, por el dueño de casa, es decir por don Luis, el suegro. La tranquilidad de Víctor ya no era tal, especialmente al observar un gancho abierto de izquierda que repetidamente ponía ese hombre que se notaba muy en forma.

De reojo Luis ya se había imaginado toda la trama. Su primogénita de solo13 años ya despertaba a los sentimientos, pero eso para sus adentros no importaba mucho, él era su padre y se debía hacer lo que le pareciera. Disimuladamente ahora cambiaba de mano y los gruesos guantes entraban en la parte baja del saco, el que se sacudía con violencia. El sudor brotaba a metros y ni siquiera de reojo se hacía notar, pues un dejo de rabia lo dominaba y aquel intruso no recibiría ni siquiera el saludo.

Víctor con la pachorra del mino, esperaba con paciencia el saludo sin guantes, conversando animadamente con doña Marta, quién obviamente conocía toda la vida familiar del muchacho, pues sólo lo distanciaban unos 3 kilómetros, por ahí en la vuelta de Lo Calvo. Las uñas de Pilar sufrían verdaderas amputaciones, imaginándose el cercano reto. Luis caminaba al canal grande para sacudirse los ejercicios y malos ratos. Mientras se consumía en lo hondo de la poza, no dejaba de pensar en su pequeña Pilo, y lo vertiginoso que habían pasado los años. Si bien el joven se sentía en la lona, recibiendo un fuerte castigo, dicho asalto no estaba totalmente perdido, pues había sacado mucha información, sobre los gustos deportivos del escurridizo suegro.

La visita terminaba, un rose de mano y la sonrisa sin delantal colegial, eran suficiente premio. El muchacho se veía ganoso, no sólo reviviendo la imagen de la colorida percala, sino que ya masticaba un plan B, para sacudir con elegancia los golpes imaginarios recibidos en el envoltorio de cuero de buey. Su suegro había sido un gran futbolista, ocupando el dorsal número 6, ubicación que desconocía pues sus rápidos desbordes lo ubicaban en el extremo izquierdo. Tres semanas de ausencia por la casa de doña Marta, dejaban tranquilo a don Luis, pero no bajaba la guardia y el aserrín del puchimbol, sufría las consecuencias.

Mediados de noviembre, ya era hora de ejecutar su plan, pues los entrenamientos en el puesto de número 6 y las correcciones del profe Pablo Saldívar lo dejaban en inmejorable posición. Con una salida de cancha, heredada de un primo y un par de zapatos en la mano, con estoperoles de suela, a modo de camino al partido, se presentaba Víctor en la casa blanca de Pilar. Una vez en el corredor, sin decir “agua va”, una voz ronca se escucho debajo del parrón. Será que juegas de arquero, porque en ese puesto comienzan los niños, dejando sonar un silencio un tanto incómodo. Alguna vez lo hice, pero ahora soy un doble 6, haciendo tartamudear al sobre seguro exfutbolista.

Don Luis prefirió quedarse con la duda, sobre esa nueva función del 6, pero sin duda parecía muy atractiva. Un apretón de manos, un coscorrón en la cabeza, eran muestras que el primer paso estaba conseguido y su plan B, lo estaba concretando. Doña Marta junto a Pilar prepararon un sánguche y jugo de manzana para Víctor, quien rápidamente salía en busca de la cancha. El suegro respiraba más tranquilo, mas la tarea “doble”, le seguía dando vueltas.

Se hacía cada vez más viejo el suegro Luis, sin duda había ganado un hijo y varios nietos, pero lo que nunca le perdono a Víctor, fue la decepción de verlo jugar siempre de extremo, sin haber podido saber jamás la función ida y vuelta del jaque mate que le hizo con el doble 6. Pocas veces se da en la vida que el diablo no sabe más por viejo, sino que por diablo.

 

 


 
 
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