Miercoles, 24 de Abril de 2024  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… Orfelino Santander, el persignado …

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

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En el campo de otrora, que miraba más a la colonia que al siglo venidero, era muy fuerte la religión católica y un joven de poca instrucción primaria, pero muy listo en las labores campesinas, seguía todos los ritos y sacramentos que la iglesia exigía. Orfelino no pasaba delante de la capilla rural de El Asiento, San Felipe, o por una animita sin hacer el signo de persignarse, tal como el catecismo y su madre lo habían instruido.

Orfelino pintaba para vaquero y los caballos eran lo suyo. Su azabache patas blancas tenía una particularidad, pues no era tusado y largas crines ondeaban al viento en los galopes tendidos en busca de los terneros o amores por conquistar. Una larga noche de cerro, en busca del ganado perdido, con perros arreando en quebradas en sector Las Cascadas, en la roca Vinchuca Voladora, se espanta el negro tapado ante el canto insistente de un chuncho trasnochado. En sus temores internos sólo la señal de la cruz logró volverlo al camino de regreso.

Doña Guillermina, su madre, era de rosario diario, tal como la tradición y el curita lo demandaba. Los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos se recitaban sin traba y el pequeño solo fue atrapando el persignado, pues nunca contó con la memoria y devoción de su madre. Ya de joven el Padre Nuestro, Ave María y el canto “con flores a María “, del mes de la virgen, los hacía de corrido. Amén del persignado ante las situaciones más increíbles.

Uno de sus primeros trabajos en el fundo era recorrer a diario el camino desde El Asiento hasta el correo de San Felipe, en busca de las cartas y periódicos para las casas del fundo, antes de convertirse en comuneros. Corría la década del 50 y las nubes cargadas anunciaban que bajarían las tormentas de la cordillera. Orfelino, aunque con mal presentimiento se aventuró a realizar de manera normal su trabajo y al mediodía lograba hacer el cometido e iniciar el regreso. Empapado en su manta de castilla, pues hacía una hora que el granizo rebotaba en los adoquines de la plaza de armas.

A buena marcha, y a ratos en trote, su manco reconocía el sendero de regreso. En 45 minutos llegaba al baden de Quebrada Herrera.  Ahí se dio cuenta de la verdadera tormenta de las cumbres, pues el ancho del río había aumentado en a lo menos 80 varas, grandes piedras y un agua colorada, causaban la preocupación de todos los lugareños. Alrededor de un kilómetro al poniente Orfelino logra encontrar un curso más bajo. Ya persignado talonea el azabache, mientras truenos y relámpagos quiebran el cielo. En medio del río se hunde en un gran hoyo, donde la corriente fue benigna con el jinete, el cual es violentamente tirado a la otra orilla. Sin embargo, las crines lodosas del caballo se hundían sin remedio correntina abajo.

Auxiliado por vecinos de Bellavista, el cartero de las buenas nuevas, se secaba en un brasero de la amasandería de doña Amanda. Cabizbajo no dejaba de pensar en su compañero patas blancas y el sentimiento de culpa de no saber, si previo al cruce del río lo había persignado o no. El recuerdo de verlo aguas abajo le decían interiormente que el signo de la cruz no se lo había realizado. El temporal se hacía cada vez más fuerte, lo que impedía cualquier búsqueda de su compañero de vivos ojos y sonoros bufidos.

El relato hace un respetuoso silencio, se persigna dos veces y continúa su cabalgata en la Sierra del Ciprés, pasando por la quebrada de El Asiento y yendo a paso firme a la cumbre del cerro El Tabaco. Aún no era santuario de la naturaleza, mas los campesinos del 1900 sabían de su mística, del olor a antepasados, donde gruesos troncos sobrepasaban los 1800 años. Describe que su caballo alborotado cruzó el lecho del Minilla que iba de tope a tope, pero en esta oportunidad no olvidó su costumbre, especialmente con su pingo.

Orfelino se hacía adulto de la mano de doña Elcira, su mujer. La vida trotaba y galopaba, los cambios sociales alcanzaban la huella del campo y su lugar de origen era bendecido, tal como le gustaba a doña Guillermina, organizándose como Sociedad Agrícola Serranía del Asiento, con 106 comuneros. Las letanías de la Virgen hicieron efecto en la comunidad y destinaron el 60 % de la superficie a fines de conservación. La flora y fauna se respeta, tal cual lo hicieron los indígenas descubridores cuando subieron las escarpadas roquerías.

Cuando llegaba al corredor de la llavería, lo hacía con su característico saludo “como están mis amiiiigosssss”, silbando “s”como chirigüe de la sierra. Ese muro de adobe sostenía imperdibles conversaciones, acuerdos sustantivos, divertimentos en rayuelas y timbas, fogones calentando manos ajadas y compartiendo choqueros y mates al son de semanas enteras de lluvias, que golpeteaban el zinc oxidado. Amén de la tranquera que sostenía los potros y yeguas de los camperos agallados.

Don Orfelino ya desaparecido en el acantilado de la vida, como buen campero, pícaro y misterioso, concluía su relato con una doble señal de la cruz, dedicándole una a su azabache patas blancas que luego de perderlo en las aguas de Quebrada Herrera, lo encontró 15 días más tarde en un corral de Panquehue. Lo acompaño 25 años y el lecho del Minilla, temible en esos tiempos, nunca lo amilanó.

Así cabalgo los caminos de la vida, el persignado de El Asiento, lugar de relictos milenarios.

 


 
 
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