El campo de San Vicente me ha obligado a quedarme en su ambiente y así seguir recorriendo sus andares, quehaceres, sueños y personajes. Cómo no describir la ruta de un viejo conocido, don Nelson Muñoz Triviño, quien hizo en su vida una estrecha relación con la avifauna rural, con los corrales hechos a pulso, los pajales antiguos, tranqueras de aldabas, fardos de cebada, avena, tréboles o alfalfa y atávicas cercas de espino, esas que ocupó el chercán. Un día por ahí en el 2011 lo conocí gracias a mi amigo y colega de trabajo, el entrañable Reinaldo Lobos Mora, más conocido como” Lobito”, oriundo de sus mismos pagos.
Su mirada en los patos gritones, me hace recorrer miles de kilómetros hacia Carolina del Norte en Estados Unidos, donde un químico llamado Tom Brown, rescató cientos de variedades de manzanas raras al borde de la extinción, recorriendo pueblos, montañas y huertos olvidados. Dos décadas de miradas han ayudado a evitar que muchas manzanas tradicionales desaparecieran por completo. Los gritones de don Nelson abundaban en los campos del país, en los años 60, pero sin duda eran la herencia de los primeros años del siglo XX. El alboroto desordena la granja o la hace vivir más al ser emocionales y alegres, como lo expresa el criador.
Una visita al sitio “Tierra y Mar” de España, nos habla de dos razas de gallinas andaluzas en peligro de extinción. El artículo dice que fueron redescubiertas por casualidad en la sierra de Córdoba hace solo quince años. Desde entonces una pequeña asociación lucha por conseguir reconocimiento y protección para estas razas casi desaparecidas del patrimonio avícola andaluz. Sin duda la situación en nuestro país es muy similar. Los gallineros antiguos con alrededor de diez razas criollas tienden peligrosamente a desaparecer. Es una de las luchas de Nelson, y una mirada en sus corrales habla de al menos seis razas de gallinas de campo, lo que recuerda la bandada de mediados de siglo pasado.
Miro su legado y me pregunto: ¿quién podrá seguir esa huella? ¿quién velará por esos corrales antiguos? Pero también aproveché de consultarle, de dónde venía esa impronta. No dudó un instante y retrocediendo a su niñez, a principios de los sesenta, cuando siendo el sexto hijo de diez, en los campos de La Totora, San Vicente, Calle Larga, en el silencio de los parajes, escuchaba los cascos de un caballo, luego el silbido de su abuelo Luis Alberto Triviño Triviño. La escena era siempre la misma, el pequeño Nelson corría a subirse a una pirca, para que lo tomara en el anca y cabalgaran, aunque fuera un estrecho tramo. Su mirada lejana y llorosa hace callar grillos y zorzales, la respuesta a mi inquietud ya estaba saldada, fue uno de esos momentos en que las explicaciones sobran.
Ha pasado el tiempo y los relatos se han hecho distantes y dificultosos, las fuerzas ya no son las de antes y no siempre querer es poder. El silencio de Nelson, no me daba buena espina, sin duda hay enfermedades que golpean duro. No quiero detenerme a esperar como baja el viento cálido desde la montaña, como las crías de cuyes crespos completan su ciclo, como los faisanes de cola larga troca el color, tampoco ese golpeteo religioso sobre el granero de zinc oxidado en las tormentas de verano, ni menos caminar el potrero viendo su cansancio, sólo quiero escribir y que sepa lo que sus paisanos piensan de esa vida que ha comulgado de manera sustantiva y natural, a la usanza de su abuelo.
Relinchos y mugidos en la parcela, preguntan por Nelson, es la reciprocidad que la animalada ofrece al querenciero, respondiendo al apego profundo. Recuerdo conversaciones, donde me contaba que su abuela materna alcanzó más de cien años, a pesar de tener una completa ceguera, quizás ahí está ese milagro que se produce en el campo, donde las relaciones existen, se palpan, caminan, juegan y crecen con los sentidos del alma. Familiares me cuentan que las gallinas pachachas ya están sacando numerosas parvadas, los gansos siguen cuidando ante la entrada de intrusos, la vaca clavela está al parir y agua de riego no le ha faltado a la empastada. Ánimo, Nelson, la huella ha sido profunda, todo sigue en lo acordado.
Los rescates patrimoniales, no sólo se refieren a las especies del campo, lo inmaterial, lo borrado por el tiempo también es menester revivirlo y ahí tengo un pendiente con mi amigo. En Europa suelen husmear y recoger los caminos de arrieros enterrados, quien más que Nelson recordaba las rutas ancestrales, esas huellas que alcanzó a ver Luis Alberto y que le contaron que eran de los originarios. En su caballo colorado, de buena marcha y trote regular, miró cada cruce de quebrada, aunque lo taparan las teatinas, cada estepa de alfilerillo difuminada en pistilos rosados, badenes perdidos del Pocuro y cordones de cerros robados por mapas oscuros.
Manzanas raras en el hemisferio norte, gallinas andaluzas en España, caminos de arrieros perdidos bajo el polvo, un sinfín de patrimonios sacados del anonimato por hombres y mujeres como Nelson Muñoz Triviño, a quien lo vi emocionado con sus aves y animales, en crujientes graneros invernales, en colosos tapados de fardos de alfalfa, en la parición de sus cerdas y el ruidoso comportamiento de gallinetas. Nosotros seguiremos conversando de la pasión campesina, de la pirca de piedra que subía de niño, de sus abuelos que hicieron San Vicente y mirada rural actual llena de sabiduría. Cuídese, el mundo rural andino esperará el segundo capítulo.
Nota: Me acaba de llamar Steffi, su hija, para contarme sobre el último suspiro de Nelson, emigro de manera tranquila en la casa de San Vicente, fue valiente en el dolor, incluso en la agonía, su leyenda ya cuenta que tenía preparado el sepelio, realizando una última transacción que lo retrata de cuerpo entero: Tres yeguas por una sepultura …
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