La irrupción de la inteligencia artificial (IA) en los entornos laborales está transformando profundamente la seguridad y salud ocupacional. Ya no se trata solo de automatizar tareas, sino de sistemas capaces de predecir conductas riesgosas, personalizar evaluaciones médicas, vigilar en tiempo real y, a la vez, generar nuevos riesgos psicosociales que aún no comprendemos del todo.
La IA está revolucionando la evaluación de riesgos con una precisión inédita. Mediante análisis de datos históricos, cámaras inteligentes y sensores, identifica patrones que un profesional difícilmente detectaría a simple vista. No solo observa: anticipa. Puede advertir la falta de uso de EPP, simular emergencias con realidad virtual y diseñar programas de prevención ajustados a edad, salud o condiciones específicas de los trabajadores. Este potencial ya está cambiando la forma de dimensionar los peligros laborales.
Pero este avance trae riesgos emergentes, especialmente psicosociales. La OMS ha insistido en que la IA debe complementar, y no reemplazar, las decisiones humanas. Hoy, el problema no es solo físico, sino también el tecnoestrés: la tensión que surge cuando la tecnología exige adaptación permanente o genera dependencia. La tecnofatiga, la sobrecarga informacional y la sensación de estar siempre disponibles ya forman parte del entorno laboral moderno.
La tecnoadicción también preocupa: no es solo revisar dispositivos compulsivamente, sino un patrón asociado a depresión, agotamiento cognitivo, trastornos del sueño, dolores musculares o hipertensión. En un trabajo cada vez más digitalizado, esta dependencia dejó de ser un fenómeno individual para convertirse en un desafío organizacional.
A esto se suman los riesgos de las decisiones algorítmicas. Cuando la asignación de tareas o la evaluación del desempeño depende de un sistema automático, el trabajador pierde orientación humana y enfrenta parámetros rígidos y opacos. La autonomía disminuye, la frustración aumenta y pueden aparecer sesgos que deriven en tratos injustos.
¿Está Chile preparado? Aún no del todo. Aunque la ley reconoce ciertos sistemas de IA como de “alto riesgo”, persisten vacíos en regulación algorítmica, en protocolos para riesgos psicosociales digitales y en mecanismos de transparencia. El derecho a la desconexión sigue siendo débil.
En este escenario, las mutualidades y organismos administradores de la Ley 16.744 deben asumir un rol decisivo: crear protocolos para riesgos emergentes, capacitar en tecnoestrés y tecnoadicción, actualizar sistemas de vigilancia psicosocial e investigar el impacto de la IA en la salud mental laboral. La tecnología no solo debe prevenir accidentes físicos, sino también ayudarnos a comprender cómo cambian las condiciones de trabajo.
Paradójicamente, la misma IA que genera riesgos también puede mitigarlos: monitorea signos vitales, detecta fatiga, anticipa fallas de equipos, analiza exámenes con mayor sensibilidad e identifica señales tempranas de enfermedades profesionales. La vigilancia personalizada es uno de los avances más prometedores.
La cuestión no es si la IA reemplazará a los profesionales de la salud laboral. Lo más probable es que quienes usen IA reemplacen a quienes no la utilicen. Ese es el límite entre temor y oportunidad.
La IA llegó para quedarse. El desafío es gobernarla con criterios éticos, humanos y preventivos. El futuro del trabajo no puede delegarse por completo en un algoritmo, pero sí puede construirse con su ayuda.
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