La alarma de Senapred sonaba insistentemente la tarde del domingo 19 de enero en la localidad de San Esteban. Los carros bomba se anunciaban desde San Felipe y pasaban al sector alto, a través de Tocornal. Rápidamente se daba cuenta de la tragedia, especialmente con la pérdida de doña Inés, y algunas casas que dejaban bastantes personas damnificadas. Llamas devoraban la pradera alta y bosquetes resinosos, el ambiente se hacía irrespirable por el denso humo y el atochamiento de vehículos en el camino internacional, no se hacía esperar.
El alcalde Christian Ortega y equipo, hablaban de un incendio forestal que abarcaba quince hectáreas, que finalmente alcanzó casi veinte. Y es aquí donde nos preguntamos sobre el daño, no sólo a las personas, sino también a la cobertura vegetal, arboledas, fertilidad del suelo, mascotas, ganado y, en general, al medio ambiente.
Unas tórtolas bajaban al valle y se refrescaban en unas pozas dejadas por el riego, como indicando que, al menos, habían pasado cerca de esa temperatura incandescente que asolaba Los Chacayes. Una onda expansiva de calor, sin duda alcanzó numerosas especies de avifauna, con la gravedad que se encuentran en plena época de reproducción.
Existen grandes rapaces que podían elevarse y ver las llamas desde la altura, si bien leves intoxicaciones de humo, podrían afectarles, entre corrientes de aire y movimientos alares pudieron alejarse del lugar, incluso intrépidos bailarines, ocuparon posiciones privilegiadas. No ocurre lo mismo con las más pequeñas, de hecho, gritos agudos de cernícalos daban cuenta de afecciones respiratorias y seguramente, no pocas, pueden haber sido arrastradas en el mar de brasas. Es de esperar que somnolientos chunchos, hubiesen salido de su letargo diurno y hayan escapado a zonas seguras.
La pérdida del hábitat es uno de los principales problemas que afectan a las aves, es así como se quemaron los nidos y arboledas que los contenían, semillas y frutos no están disponibles, gran mortalidad de invertebrados, que servían de alimentación, tampoco los troncos que hacían de posaderos, para las rapaces, tórtolas y algún guairavo perdido. Si bien las codornices corren y se desenvuelven mayoritariamente en el suelo, los dormideros de los árboles, son el apoyo fundamental. Qué decir de los árboles nativos, adaptados a lomajes y quebradas y también los introducidos que, con inviernos lluviosos, se sostienen toda la temporada estival, como los inconfundibles pimientos bolivianos.
Me detengo en las loicas, esas de pecho rojo que cargan varias leyendas campesinas, pues se encuentran en su segunda postura y empolle, anidando en la base de árboles a ras de suelo, aunque el macho llame la atención desde alguna rama alta del espino, en un comportamiento distractivo. La hembra se desplazó, casi en punta y codos, hasta llegar al nido escondido, las llamas llegaron por todas partes, incluso de manera artera, a través de las raíces, sin ruido ni humo. Cayeron una de las aves más llamativas del campo chileno, esas que siguen transmitiendo desde la colonia “dile a los patrones, que el hombre está herido en el potrero, al comienzo de la montaña”.
La flora nativa del lugar, se caracteriza por la presencia de Discaria trinervis, de nombre común “Chacayes”, lo que en mapudungun significa arbusto con espinas. Es una tierra de lomajes y quebradas que sustentan el pie de montes de la alta montaña. Es uno de esos mágicos lugares, que reciben en los inviernos crudos la visita de los huanchos, pequeñas aves que viven en planicies y matorrales, sobre los tres mil metros, buscando semillas, pastos verdes y abrigo. El boca a boca de lugareños, recibe con beneplácito su llegada en inviernos, pues eso implica un buen año. A diferencia de la mayoría de las aves migratorias, el circuito de los huanchos es en sentido contrario, al menos ellos, no se encontraron con los incendios.
Pablo Montiel Soto, bombero de la primera compañía de Llay Llay, bomba Arturo Prat, participante de la extinción del incendio de Los Chacayes, me comenta que, en los incendios forestales, la carga de fuego complejiza su control, los árboles hacen incrementar la temperatura y no dejan huella en la avifauna muerta, simplemente se calcina, a diferencia de los pastizales, donde la onda de fuego pasa rápida y superficial y ahí es posible observar el tipo de aves que cayeron. Cernícalos, cuculíes, diucas, chincoles, diucones, tordos, codornices, chercanes, cachuditos, queltehues, mirlo, zorzales y raras, sucumbieron a la ola de calor expansiva.
Fueron veinte hectáreas, varias casas y una vida humana, pero no sabemos a ciencia cierta un catastro de las aves desaparecidas, sólo que el canto diurno y nocturno no lo hemos escuchado en ese hábitat, los días posteriores. Puntos blancos de árboles calcinados se observan en los cerros, esperemos que la resiliencia de las especies, no deje de manera definitiva ese ambiente, que las lluvias de otoño maquillen los rebrotes, que los comportamientos innatos o lo que están programados en sus genes le ganen la batalla a las especies invasoras y más temprano que tarde vuelva el sonido profundo de los tucúqueres, el vuelo rasante de las tórtolas, los gritos abruptos de perdices, y especialmente el punto y codo de las loicas, al proteger su recóndito nido.
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